Javier Wimer
Fauna de acompañamiento
Se conoce con el nombre de fauna de acompañamiento a las especies que comparten con otras su destino. No se trata de conductas dictadas por la simpatía o por el deseo de cultivar afinidades electivas, sino por el interés común o por la vieja costumbre de comerse los unos a los otros. Tales son los casos de las aves que desparasitan a los rinocerontes o los delfines que siguen a los atunes por razones dietéticas.
En la vida social también hay lugares y actividades que reúnen a especies diversas, como los casinos de juego que hoy están de moda debido al proyecto de ley que procura legalizar su existencia. En ellos se encuentran los ciudadanos que se divierten con los desafíos del azar y los también ciudadanos que se aprovechan de un dinero en constante cambio de manos para usarlo en negocios turbios.
Los casinos no son, en sí mismos, ni buenos ni malos. Funcionan con toda naturalidad en los países europeos y, como no están prohibidos, son bastante asépticos y aburridos. En Estados Unidos conservan todavía el aura del pecado y sólo empiezan a ser verdaderamente peligrosos en las regiones tropicales, donde los estados carecen de capacidad para garantizar la seguridad pública y para enfrentar el poder de las redes criminales que se ocupan del comercio de personas, del narcotráfico y del lavado de dinero. Actividades que requieren e implican la corrupción del aparato de justicia y, de tanto en tanto, la realización de masacres que no respetan la vida de fiscales ni de obispos.
Entre los gobiernos incapaces de controlar las mafias criminales se encuentra el mexicano. Así lo demuestran las estadísticas y las diarias noticias que nos llegan sobre asaltos, secuestros y asesinatos colectivos. Son frecuentes las denuncias de funcionarios públicos entregados al ejercicio de la delincuencia y no son excepcionales los casos de grandes criminales que escapan, como Pedro por su casa, de las cárceles de alta seguridad.
Los orígenes de esta etapa de inseguridad y de violencia son numerosos y de naturaleza diversa. Están ligados, sin duda, a las crisis económicas, al crecimiento de la pobreza y del desempleo, al abandono de los programas de bienestar social y, en términos generales, al proceso de descomposición del Estado mexicano que se inicia en la década de los 60 y se acelera con la adopción del modelo neoliberal.
Llevará tiempo superar estos problemas, reorientar el desarrollo y restaurar la legitimidad y la capacidad operativa del Estado nacional pero, entre tanto, hemos de actuar con base en el México realmente existente y no el México imaginario que pintan los discursos oficiales y los folletos de turismo.
En esta perspectiva es legítimo preguntarse si el gobierno dispone de los medios necesarios para evitar que los casinos se conviertan en espacios controlados o infiltrados por las mafias internacionales y si éste es el momento adecuado para impulsar oficialmente su funcionamiento. No lo creo, y me parece ingenuo pensar que la ley, cualquiera que sea su perfección y su rigor, sirva para frenar las actividades criminales que facilitan estos centros de juego.
Aunque el tema no inquiete a la cosmética Secretaría de Turismo y a los legisladores que aprobarán la nueva ley, tal vez valga la pena recordar las circunstancias que marcaron el apogeo y la supresión de los casinos en México. El clan sonorense que gobernó el país entre 1920 y 1934 convirtió su afición por el juego en moda compulsiva y en sus años de hegemonía se jugaba en todas partes, lo mismo en las casas particulares que en sitios emblemáticos como Rosarito Beach y el Casino de la Selva.
Con el gobierno de Lázaro Cárdenas cambió el panorama. El nuevo presidente de la República decidió prohibir los casinos para proteger el salario de los trabajadores y, de paso, para eliminar redes de poder dominadas por callistas y extranjeros perniciosos. Logró en poco tiempo desterrar los juegos de azar del primer plano de la escena pública.
Desde entonces se ha mantenido esta prohibición a pesar de los numerosos intentos que importantes grupos políticos y empresariales han hecho para derogarla. Ninguno de tales intentos prosperó, a causa de los riesgos que los casinos ofrecen en materia de seguridad. Los gobiernos que se han sucedido a lo largo de casi 70 años han tenido el temor de que se conviertan en lugares privilegiados del circuito de la droga y del dinero sucio.
La actual administración no comparte estos temores e impulsa la nueva ley de juegos, que muy probablemente será aprobada en los próximos meses. Conviene a todos que se prepare bien para ingresar a los territorios donde medran los profesionales del juego y su criminal fauna de acompañamiento.