Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 22 de julio de 2002
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Política
ENTREVISTA

Ana Ignacia Rodríguez, La Nacha

Pelearé hasta que se castigue a los culpables del 68

"La discriminación de la mujer en el 68, ¡en serio!, es enorme. Nuestra participación fue determinante (...) A pesar de todo, por el movimiento sólo hablan los compañeros."

BLANCHE PETRICH

Son escasos los veteranos del movimiento de 1968 que mantienen, 34 años después, la exigencia de una reivindicación histórica y un juicio penal contra los responsables de la matanza de estudiantes. Ana Ignacia Rodríguez, La Nacha, es una de esas pocas; sigue de "terca", porque "es una necesidad vital".

Es codenunciante de la causa penal FEMOS/PP/002 por las masacres de Tlatelolco y San Cosme. Miembro del Comité 68, asegura: "Pelearé hasta el último aliento para se aclare lo que ocurrió y se castigue a los culpables, en los más altos niveles de gobierno, por tantos muertos".

De su clase en la Facultad de Derecho, semillero tradicional priísta, hubo quienes llegaron al poder, incluso gobernadores, como José Murat y Celso Delgado. Hubo quienes tomaron la vía armada cuando entendieron, en 1971, que las vías de la oposición política estaban cerradas. Están muertos. Y hay algunos que, como ella, llevan la marca de esa generación y esa ruptura. Sus hijas se llaman Tania, como la guerrillera, y Habana. Sus nietas, gemelas recién nacidas, Ana Sabina y Ana Garina. Nomenclatura clásica de una conciencia sesentayochera. En la foto de su ficha carcelaria, recién rescatada de los "archivos secretos", se ve a la hoy abuela, de frente y de perfil, como una chica chatita y bonita, de pelo largo, con los ojos negros delineados muy a los años 70.

Bajo la foto penitenciaria se lee, manuscrito, su "delito": agitadora. Un "crimen" que bajo el echeverriato le valió una sentencia de 16 años de prisión.

De ésos purgó dos, porque cuando el entonces secretario de Gobernación arrancó su campaña a la Presidencia, en 1970, ordenó la liberación de algunos presos que Amnistía Internacional reclamaba como reos de conciencia. Nacha salió de la cárcel a los 25 años, con "la vida marcada".

¿El balance, 34 años después? "Mis ideales y valores se hicieron más bellos, más profundos. Pero mi proyecto de vida se truncó. Los sueños que tenía para mi familia se esfumaron. Con decirte que fui de las primeras en toda la carrera y nunca ejercí la abogacía. Después de pasar por lo que pasé, ¿cómo iba a creer en las leyes? Además, la represión posterior, el estar en las listas negras, que nadie te dé trabajo, que nadie te rente un departamento porque estuviste presa, estuviste en lo del 68... De eso no se habla pero fue terrible."

Ignacia ha acuñado una frase: "La conciencia no prescribe". Es una inconforme "porque este presente no es sano. ¿Cómo va a serlo, con ese pasado enfermo?"

Mujeres al límite

Nacha, como La Tita, que murió recientemente, son dos típicas mujeres que vivieron al límite su tiempo. Reconocimiento no hubo. Por el 68 sólo hablan los varones. "La discriminación de la mujer en el 68, ¡en serio!, es enorme. Nuestra participación fue determinante en el movimiento estudiantil, fuimos oradoras, sacábamos muchos pesos en las brigadas, hacíamos pintas. A pesar de todo, por el movimiento sólo hablan los compañeros."

Por alguna razón -quizá por haber sido presas políticas o por la proyección que les dio el libro La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska-, Nacha y Tita son las únicas conocidas del aporte femenil a ese capítulo de la historia.

Despolitizada, hija de una familia trabajadora de Taxco, Ignacia cursó la carrera de Derecho en la UNAM y ahí trabó amistad con Roberta Avendaño, La Tita, quien se hacía notar no sólo por su tamaño (pesaba casi 100 kilos), sino por su espíritu combativo. Ella la llevó a su primera marcha, un 26 de julio imposible de olvidar: "Porque es mi cumpleaños, porque soy pro cubana de corazón colorado y porque así me inicié en el movimiento". También fue su primera represión.

Ese día vivió cosas increíbles, como la corretiza de la cual escapó su amiga Tita, quien con la ayuda titánica de varios compañeros logró saltar una barda para escapar, sólo para ir a caer sobre el toldo de un vocho. Sobra decir que la activista pagó los gastos de todos los daños.

De ahí en adelante, la vida fue una vorágine: brigadas, pintas, asambleas, mítines. Ana Ignacia se convirtió en La Nacha.

Su primer arresto fue cuando el Ejército invadió Ciudad Universitaria, el 18 de septiembre del 68. A lo largo de toda la noche fueron saliendo del campus camiones con jóvenes detenidos, hasta llenar todas las cárceles de la capital. Fueron llevadas a Lecumberri, y en lugar de las 72 horas legales de detención preventiva, estuvieron cinco días presas.

El Tlatelolco de Nacha y Tita

El 2 de octubre Nacha y Tita fueron juntas en los autobuses llenos de estudiantes desde CU hasta la Plaza de las Tres Culturas. Llevaban la manta de su facultad. Se situaron en las primeras filas para poder ver bien a los oradores en el tercer piso del edificio Chihuahua.

A partir de este punto, Nacha arranca una larga narración en un hilo.

"Cuando pasó el primer helicóptero ni le hicimos caso. Las luces de bengala sí nos sorprendieron, pero lo que nos alertó fue cuando vimos que alguien le tapaba la boca al muchacho que en ese momento hablaba por el micrófono. En ese instante empezamos a oír el tableteo. Yo no reaccioné hasta que La Tita me jaloneó. '¡No seas pendeja, están matando a la gente, córrele!' No sé ni cómo pero corrimos entre las ruinas hasta salir por el frente de la plaza, colándonos entre las columnas de soldados que avanzaban en una operación como de barredora, disparando. Alguien desde un coche nos gritó: súbanse. Así nos alejamos. Pero luego La Tita se acordó de no sé qué papeles que dejó olvidados, y yo me regresé por ellos. En una calle aledaña estuve esperando, pero la cosa se estaba poniendo horrible. El edificio Chihuahua se empezó a incendiar, llegaron las ambulancias y no las dejaban pasar; hacían un ruido infernal. Como si estuviera dentro de una película. Un cable de alta tensión se reventó muy cerca de mí y cayó sacando chispas. Me dije: 'tengo que salir de aquí'. Y me fui corriendo.

"Alguien, desde un coche, gritó mi nombre. Yo me metí sin fijarme en nada, pero cuando arrancamos vi que el que manejaba llevaba amarrado algo blanco en la muñeca. Todos los demás también. Chin, me dije, dónde me metí. En eso se paran los tipos a comprar chelas en una tienda y aproveché para salir volada. No paré de correr hasta que llegué al Sanborns de Lafragua, toda sucia de rímel, despeinada, con las medias rotas. Pedí que me llevaran a casa de un amigo médico. Era casi medianoche. Ahí estaba él, en su departamento, con su familia, viendo la televisión. En las imágenes se veía el tiroteo pero decían que los estudiantes habían disparado y que el Ejército se había visto obligado a intervenir. '¡No es posible que digan eso, es mentira!' Me puse muy mal, al grado de que mi amigo el médico me inyectó un sedante.

"Al día siguiente, cuando desperté y empecé a recordar, me preguntaba intensamente ¿por qué? ¿por qué salí viva de eso? Por algo ha de haber sido, me dije; para contar lo que vi, para seguir la lucha.

"Traté de buscar a La Tita por teléfono, ¿cómo me iba a imaginar que estaba intervenido? Como no la encontré fui a la facultad, pero estaba desierta. Cuando regresé al departamento de mi amigo ya me esperaban unos agentes vestidos de civil. Había unos ocho en la sala a oscuras.

"De ahí fui a dar a los separos de Tlax-coaque, donde conocí a Mendiolea Cerecero. '¿Conque eres la famosísima Nacha?', me dijo, y me dio un bofetón. Ya tenían a mi amigo el doctor, a su esposa y a sus hermanos. Ellos me reprochaban a mí que hubieran caído. Me encerraron sola e incomunicada en una celda. Pasé varios días ahí. Me liberaron por falta de cargos.

"Me fui a mi tierra, pero sólo para pasar la Navidad con mi mamá. Regresé de Taxco el 2 de enero. Vivía en un departamento sobre avenida Coyoacán. Ahí estaba con un amigo, Antonio Pérez Sánchez, cuando oí que abrían y azotaban la puerta. 'Debe de ser La Tita', me dije, pero en un instante había en el cuarto nueve tipos con ametralladoras, encañonándonos. Al pobre de Toño, que no tenía que ver con nada, le decíamos el Che y tenía el pelo largo. No, pues, ¿qué más prueba querían? También a él se lo llevaron. Fue mi tercer arresto en cuatro meses, el definitivo.

"Nos llevaron quién sabe adónde y nos echaron a un pajar. Oíamos relinchos. Ahí estuvimos muchas horas, casi sin hablar, hasta que nos pusieron contra la pared, nos quitaron las vendas y nos tomaron fotografías. Al principio a mí me interrogó un gringo, estoy segura. Era rubio, con uniforme militar y corte de pelo de cepillo. Cerca oía gritos de torturados. Me decían: ésa que está al lado es tu madre. ¿Quieres que le sigamos? No, pues así sí firmé todo lo que me pusieron enfrente. Querían que confesara que Carlos Madrazo nos había dado 100 mil pesos para el movimiento. Después nos llevaron a Toño y a mí, vendados de nuevo, a otro sitio. Al llegar nos quitaron las vendas y nos hicieron caminar con la cabeza baja hacia un cuarto. Así iba cuando oí: '¡Ay, pendeja, ya te agarraron!' Era La Tita. Ahí estaban, presos también Rodolfo Echeverría y Salvador Luis Villegas.

"Juntos ya teníamos menos miedo. El seis de enero, me acuerdo, La Tita puso nuestros zapatos junto a la puerta con una carta para los Reyes.

"De ahí pasamos a Lecumberri, todos juntos, hasta que nos dieron a conocer la sentencia de la famosa causa penal: 16 años por 10 delitos, ocho comunes y dos políticos, rebelión y sedición. Fuimos tres mujeres las sentenciadas, Tita, Adela Salazar de Castillejos y yo.

"Para sobrevivir en la cárcel de mujeres hay que tener mucha fortaleza, no sólo física, sino de valores. Padecí mucho el acoso sexual de una de las presas. Me tuve que encerrar dentro de mi celda, renunciar al patio, a las áreas comunes. Así se llama mi libro: Cárcel dentro de la cárcel. La Tita y yo pasábamos el tiempo planeando cómo fugarnos. Y en los círculos de estudio. Obligados. Eran días de gloria cuando iban a visitarnos Demetrio Vallejo y Valentín Campa."

Las huellas de la cárcel y los compañeros caídos es indeleble. Para la entrevista, Nacha se preparó un buen paquete de pañuelos desechables. Al final, ha usado todos. Concluye: "Pelearé hasta el último aliento para se aclare lo que ocurrió y se castigue a los culpables, en los más altos niveles de gobierno, por tantos muertos".

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