Angel Guerra Cabrera
Capitalismo de amiguetes
La economía estadunidense está metida en un atolladero y no hay señales de que pueda salir de él en un tiempo previsible. No parece tratarse de una más de las periódicas recaídas del ciclo expansión-recesión que aqueja a las grandes economías capitalistas desde la revolución industrial inglesa, sino de una crisis de gran envergadura que puede impactar al mundo entero.
El británico Larry Elliot, editor económico de The Guardian, afirma que de continuar unas semanas más la actual tendencia a la baja en el mercado de valores estadunidense, podría desembocar en una depresión como la de los años 30 del siglo XX. Pero en el propio Estados Unidos economistas serios del sistema han alertado en años recientes que la economía de ese país marchaba hacia el desastre. En un documentado estudio, publicado en agosto de 2001 por el Levy Economics Institute, Wyne Godley y Alex Izurieta afirmaban que desde 1994 análisis de ese instituto argumentaban que "no obstante que la economía había obtenido logros por el lado de la oferta, la expansión de la demanda agregada estaba siendo estructurada de una manera inusual e insostenible... porque descansaba en un crecimiento continuo del gasto privado por encima del ingreso".
Los autores aludían a la frenética burbuja especulativa de las famosas punto com y el delirio consumista que le siguió. Y apuntaban otro gran problema: "El creciente déficit de la balanza comercial de Estados Unidos hacía a la economía crecientemente dependiente del ingreso de capitales, que en algún momento podía cesar... el déficit generaba una creciente posición negativa en la deuda externa cuya continuación sin límite no podía ser permitida". Poco después el académico James Galbraith aseveraba: "Aquellos que recibieron ganancias de sus acciones pidieron prestado contra ellas. Los que no las tenían, también pidieron prestado. Pero las ganancias de capital se tornaron negativas desde hace 16 meses y los consumidores ya no pueden pedir más prestado. Lo que ha ocurrido desde septiembre 11 consolida y acelera el retroceso que ya estaba en marcha". Galbraith alertaba que ni el paquete económico decidido por Bush II a raíz del atentado terrorista ni la agresión a Afganistán podían revertir la recesión y al igual que los dos autores ya citados opinaba que sólo un cambio drástico en la política económica sería capaz, a mediano plazo, de conducir la economía a una nueva expansión.
La recesión de la economía europea, la ya prolongada de la japonesa y la enorme interdependencia existente hoy entre ellas, la estadunidense y el organismo económico global, permiten suponer las costosísimas consecuencias que traería a la humanidad una larga recesión de la mayor economía del mundo. Pero esto no es lo más grave. Estados Unidos llega a esta coyuntura sumido en una crisis de liderazgo sin precedentes, que expresa a su vez una crisis moral e institucional de proporciones inéditas. A las escandalosas prácticas fraudulentas de las grandes corporaciones sobre las que informan diariamente los medios se añade la evidencia de que el presidente Bush, su vice Cheney y otros miembros de la actual administración se beneficiaron de ellas cuando eran ejecutivos, como ha venido denunciando Paul Krugman en The New York Times, sin que nadie lo desmienta. Millones de trabajadores y pensionados han visto evaporarse sus ahorros de toda la vida invertidos en la bolsa mientras crecen el desempleo y la incertidumbre en el futuro. Añádase que una gran mayoría de legisladores republicanos y demócratas deben sus escaños a cuantiosas contribuciones empresariales para sus campañas electorales y que unos y otros aprobaron las leyes desreguladoras que llevaron a este "capitalismo de amiguetes", como ha sido denominado en los diarios estadunidenses. Para colmo, el actual presidente no llegó a la Casa Blanca por el voto popular, sino mediante la decisión de una Corte Suprema de Justicia en la que predominan los jueces ultraconservadores, lo que ha subvertido el sacrosanto mito de la democracia estadunidense. El capitalismo es esencialmente inmoral, pero su funcionamiento, como el de todo régimen social en la historia, exige cierta ética, conjunto de reglas de conducta escritas y no escritas que hacen posible la confianza de los ciudadanos y de los propios capitalistas en el sistema, aun cuando éste sea injusto por definición. Eso es lo que parece haberse perdido irremediablemente.
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