Fernando Vallejo visto desde antes y hasta ahora
Pianista, cineasta y biógrafo, pero antes que
todo escritor
La mayoría de la obra del escritor colombiano
ya está disponible a los lectores mexicanos
CESAR GÜEMES
Leerlo es un privilegio al alcance de la mano, ahora que
prácticamente toda su obra puede encontrarse en México. Pianista
experto en Mozart, biólogo, director de cine (Crónica
roja, En la tormenta), gramático, biógrafo, Fernando
Vallejo (Medellín, Colombia, 1942) escribe y vive en nuestro país
sin pena alguna y con la gloria, que ciertamente no le interesa, por delante.
Es indispensable acercarse a su obra reciente, El desbarrancadero:
"De la posteridad no esperes nada: unas flores, si acaso, en tu ataúd,
con las paletadas de tierra en el entierro, y después polvo de olvido";
o La virgen de los sicarios: "Nunca he rezado una bala. Ni nadie,
nadie, nadie me ha visto hasta ahora disparar".
Cuando los días fueron azules
Aunque también es preciso recordar que Vallejo
viene desde antes y de lejos, desde Los días azules, con
la que luego daría inicio a el ciclo El río del tiempo (reunido
por Alfaguara): "Ausente de pecado mortal, la niñez es la época
más tediosa de la vida. Un día, por fin, la deja uno atrás
con su vacío incolmable".
Viene
de El fuego secreto y sus descripciones sardónicas: "Hernando
Aguilar, la Marquesa, tendría cincuenta y cinco o sesenta años
entonces, una edad antediluviana, y era de Yolombó, en las montañas
de Antioquia. De ahí el título: la Marquesa de Yolombó,
que se puso él mismo, porque no se lo dio nadie: ni Dios, ni el
Rey, ni el pueblo inmundo. Y como un escapulario se lo chantó encima,
por burlarse: de él, de mí, de usted, de Antioquia, del partido
conservador y el partido liberal, de la Santísima Trinidad y la
Sagrada Familia, y primero que todo y antes que nada y al final de cuentas,
de Tomás Carrasquilla, ese viejito chismoso y marica de Santo Domingo
el pueblo de mi abuelo, que había escrito entre varias una novela:
La Marquesa de Yolombó, justamente".
Y lo mismo viene de Los caminos a Roma, ciudad
en la que estudió cine, por cierto: " '¿Y éste es
el mago del suspenso? ¡Jua, jua!' se burlan los cajamanes del pobre
Hitchcok saliendo de la sala, armando sus cigarritos, bajando por la falda
despacito, por esas tardes alucinadas de esas calles en pendiente. ¿Pero
no ven, animales, que están viendo la película diez años
después? Los efectos del suspenso que ayer eran inéditos
hoy ya no sirven, están sabidos, requetesabidos, requetechotiados.
El cine viejo hay que verlo como historia: de un gusto, de una época,
de una ingenuidad. Y es que el cine también se envejece, como se
envejece la moda, como se envejece la ropa, como me envejezco yo, como
se envejecen ustedes, ignorantes, mariguanos, cabrones". Y también
es resultado, él y su personaje narrador, descreído, irreverente,
hiperculto, de Años de indulgencia: "Y tus amores, ¿eh?
Idos, perdidos. Virgencita azul de las flores de mayo, te voy a hacer un
altar, un altar de huesos: de huesos fosforescentes que alumbren tus noches
con luz propia. De ahí la causa y el fin de todos mis desvelos.
Virgencita del desencanto, ruega por mí". O de Entre fantasmas,
ácido, extralúcido: "En un maldito radio callejero, en su
alharaca, oí al pasar que Río de Janeiro se estaba por convertir
en la capital del crimen del planeta, alcanzando y superando a Medellín,
la cual el año que acababa de acabar le ganó sólo
por diez 'muñecos'. Pues si a Medellín le quitan ese honor
a mí me van a quitar el sueño porque ¿segundos de
alguien? ¡Jamás! Y mi orgullo patrio se me alborotaba impulsándome
a regresar a ayudar".
Menos accesible, ya que no se ha reimpreso, aunque igual
de disfrutable, es su primer biografía de Barba Jacob, El mensajero,
la novela del hombre que se suicidó tres veces (un subtítulo
que alguien por sus pistolas puso en contra de los deseos del escritor),
en la que Porfirio Barba Jacob dice en entrevista para la publicación
Alrededor de América: "¿Adónde está
la vida? ¿Qué cosa es y hacia dónde se dirige? No
la vaya usted a buscar en los libros ni en las declamaciones falsas de
los poetas. La vida son dos partes que hay que sabe dividir con astucia:
una, para engañar a los hombres -la Humanidad es otra cosa- y otra
para servir a la Tierra Futura que existe en el insignificante número
de seres humanos y animales que nos comprenden en el misterio de las cosas
que nos queremos decir con palabras. Buscar lo complejo y lo difícil
de la vida real es caminar hacia la neurosis y el suicidio. Sea usted el
hombre vulgar de todos los días y con arreglo a un programa, diciendo
a cada circunstancia los lugares comunes más brillantes. Cuando
termine su día vulgar, se esconde en su cuarto y se hace su café.
Y se sumerge en la verdadera belleza de la vida leyendo y escribiendo en
los libros que nadie lee y las cosas que son para una multitud de lectores
que están en la sombra".
Desde luego es necesario acotar que, no conforme, Vallejo
hizo luego otra biografía sobre el mismo personaje, Barba Jacob,
el mensajero, completamente distinta, más amplia incluso: "El
12 de abril de 1927, tras un ir y venir incierto de veinte años
por tierras de Centroamérica, de México y por islas del Caribe,
regresó Barba Jacob a Colombia por el puerto de Buenaventura. Venía
acompañado de un muchacho centroamericano, entre los diecisiete
pasajeros de cubierta del barco Santa Cruz de la Grace Line. De ese retorno,
tan doloroso como el que canta uno de sus poemas, data el surgimiento de
su leyenda".
Biógrafo también de José Asunción
Silva, con el lector se pregunta en Chapolas negras: "Silva estaba
quebrado, se le había muerto su hermana Elvira a quien adoraba,
había fracasado en Caracas como diplomático por quererle
quitar el puesto al embajador, sus escritos se le habían perdido
en un naufragio, su madre era una encimosa, y para colmo de males había
entrevisto que la vida, esto, no va para ninguna parte. ¿Cómo
no querían que se matara?"
Vallejo gramático
Por su parte, Vallejo el gramático ofrece una síntesis
de sus conocimientos literarios en Logoi, una gramática del lenguaje
literario (FCE): "El idioma no se inventa: se hereda. Y lo hereda el
hombre corriente bajo su forma hablada como el escritor bajo su forma literaria:
en un vocabulario, en una morfología, una sintaxis y una serie de
procedimientos y medios expresivos. En un conjunto, incluso, de frases
hechas y refranes, de comparaciones y metáforas ya establecidas
en que abundan la literatura y la vida".
Y se divierte con la ciencia de su lado, biólogo
al fin, refutando a Darwin por todo lo alto en La tuatología
darwinista y otros ensayos de biología (UNAM): "Dios no se necesita
para explicar el complejo fenómeno de la vida, se necesita el Tiempo:
miles de millones de años de tanteos ciegos en los cambiantes mares
y atmósferas de la Tierra partiendo de la materia inanimada y construyendo
sobre lo ya alcanzado hasta llegar a la primera célula, a los organismos
multicelulares, y a órganos y sistemas tan intrincados y portentosos
como el ojo de los cóndores, el oído de los búhos,
el olfato de los perros, los fotóforos de los cocuyos, el sensor
infrarrojo de la víboras, la orientación magnética
de las aves migratorias, las baterías de los peces eléctricos,
el sonar de los murciélagos y la computadora del cerebro del hombre
con sus cientos de trillones de interconexiones capaces de inventar en
su turbulencia, amén de otras computadoras, a Dios, el televisor
y la mentira, y lo que aquí importa más, las revistas biomédicas
que proliferan por millares y millares como conejos, y la teoría
de la selección natural que lo explica todo sin explicar nada".
Leer a Fernando Vallejo es una necesidad, una paz y una
guerra al mismo tiempo.