Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 14 de julio de 2002
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Cultura
Bárbara Jacobs

Stevenson como ensayista

Confieso que apenas hace unos días me encontré con el Robert Louis Stevenson ensayista, específicamente en la historia de su primer libro. Si este tema es de mis predilectos, escrito por él lo hizo más cercano a mí todavía. Lo leí de pie ante el estante y me sorprendí sonriendo mientras pasaba las páginas. No sé si fui observada cuando, al llegar al final, cerré el delgado volumen y lo estrujé contra mi pecho. Fue un gesto relámpago que quiso expresar mi gusto, pero que convertí en compostura en cuanto pagué el libro, pues llevé a cabo la operación como cualquier lector, y no como un lector que acababa de ser transformado por la lectura.

Me sorprendió enterarme de que Stevenson hubiera sido ensayista. Al igual que los lectores de los que él resiente el hecho de no haberlo leído mientras no publicó La isla del tesoro, que lo convirtió no sólo en novelista sino en celebridad, yo no lo había leído sino como autor de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, lo que me avergüenza. Stevenson es un gran ensayista. Un ensayo de los que él practica hace que el lector oiga al autor conversar. Y él entretiene, agrada y enseña al que lo esté escuchando. ¿Qué más se le puede pedir a quien conversa?

El espíritu con el que acoge sus experiencias debe servir de modelo a todo escritor, principalmente a aquellos que tenemos atrapada el alma en una red de quejas sin salida. Stevenson estaba cargado de motivos de queja, y sin embargo, la expresión que da a su congoja es la de quien sonríe porque no tuviera nada de qué acongojarse. El suyo es un humor destilado de pena y por eso es ligero y alivia.

A veces pienso que a ese estado se llega sólo una vez que se ha sido reconocido, pero Stevenson no necesitó el aplauso para adquirir el derecho a ser leído.

Hay autores que creen que ese derecho hay que ganárselo, y justifican sus pronunciamientos estableciendo combates entre la vanidad y la modestia. A T.S. Eliot le tomó toda la vida animarse a analizar su propia obra crítica y compartir con el lector sus conclusiones. "Llevo cuarenta años -dice más o menos- escribiendo crítica, y lo he hecho al mismo tiempo que he escrito mi poesía". Si se atreve a desmenuzarse como crítico se debe, opina, a que es un poeta reconocido y a que su crítica habla por sí en el terreno de la crítica literaria. Expuso todo, entonces, cuando tuvo con qué respaldarlo. Sólo que esto sucedió un año antes de que muriera, y la exposición que hizo de sus principios, en forma de conferencia, se publicó póstumamente y sin las reflexiones que el autor prometió que añadiría.

Aligerarse justo antes de morir debe ser bueno, pero es mejor intentarlo con tiempo para saber lo que se siente. ¿Hay que ganarse el derecho?

Se lo ganó Henry James, aunque también al final de su vida. Cuando una editorial de Nueva York le propuso la publicación de sus obras completas, James se puso a la tarea de releer sus dieciocho novelas y prologarlas. Y estos prólogos, en palabras de sus estudiosos, constituyen su legado crítico sobre el arte de la novela. "¿Qué es la crítica?", se pregunta, y contesta que es aprender a apreciar y tomar posesión intelectual del objeto de la crítica hasta hacerlo tuyo. Pero no entiendo muy bien los pormenores del proceso.

En cambio, aprecio que Stevenson hable de la cantidad de intentos fallidos detrás de la novela que le abrió las puertas hacia el lector, y de la "sucesión ininterrumpida de derrotas" antes de la victoria de ganarse el derecho a ser leído. Acepto que hay que ser cauteloso para abrirse de capa ante el mundo; pero, llegado el momento, hay que hacerlo, así te dé un aire y te mueras de frío.

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