Bárbara Jacobs
Stevenson como ensayista
Confieso que apenas hace unos días me encontré
con el Robert Louis Stevenson ensayista, específicamente en la historia
de su primer libro. Si este tema es de mis predilectos, escrito por él
lo hizo más cercano a mí todavía. Lo leí de
pie ante el estante y me sorprendí sonriendo mientras pasaba las
páginas. No sé si fui observada cuando, al llegar al final,
cerré el delgado volumen y lo estrujé contra mi pecho. Fue
un gesto relámpago que quiso expresar mi gusto, pero que convertí
en compostura en cuanto pagué el libro, pues llevé a cabo
la operación como cualquier lector, y no como un lector que acababa
de ser transformado por la lectura.
Me sorprendió enterarme de que Stevenson hubiera
sido ensayista. Al igual que los lectores de los que él resiente
el hecho de no haberlo leído mientras no publicó La isla
del tesoro, que lo convirtió no sólo en novelista sino
en celebridad, yo no lo había leído sino como autor de Dr.
Jekyll y Mr. Hyde, lo que me avergüenza. Stevenson es un gran
ensayista. Un ensayo de los que él practica hace que el lector oiga
al autor conversar. Y él entretiene, agrada y enseña al que
lo esté escuchando. ¿Qué más se le puede pedir
a quien conversa?
El espíritu con el que acoge sus experiencias debe
servir de modelo a todo escritor, principalmente a aquellos que tenemos
atrapada el alma en una red de quejas sin salida. Stevenson estaba cargado
de motivos de queja, y sin embargo, la expresión que da a su congoja
es la de quien sonríe porque no tuviera nada de qué acongojarse.
El suyo es un humor destilado de pena y por eso es ligero y alivia.
A veces pienso que a ese estado se llega sólo una
vez que se ha sido reconocido, pero Stevenson no necesitó el aplauso
para adquirir el derecho a ser leído.
Hay autores que creen que ese derecho hay que ganárselo,
y justifican sus pronunciamientos estableciendo combates entre la vanidad
y la modestia. A T.S. Eliot le tomó toda la vida animarse a analizar
su propia obra crítica y compartir con el lector sus conclusiones.
"Llevo cuarenta años -dice más o menos- escribiendo crítica,
y lo he hecho al mismo tiempo que he escrito mi poesía". Si se atreve
a desmenuzarse como crítico se debe, opina, a que es un poeta reconocido
y a que su crítica habla por sí en el terreno de la crítica
literaria. Expuso todo, entonces, cuando tuvo con qué respaldarlo.
Sólo que esto sucedió un año antes de que muriera,
y la exposición que hizo de sus principios, en forma de conferencia,
se publicó póstumamente y sin las reflexiones que el autor
prometió que añadiría.
Aligerarse justo antes de morir debe ser bueno, pero es
mejor intentarlo con tiempo para saber lo que se siente. ¿Hay que
ganarse el derecho?
Se lo ganó Henry James, aunque también al
final de su vida. Cuando una editorial de Nueva York le propuso la publicación
de sus obras completas, James se puso a la tarea de releer sus dieciocho
novelas y prologarlas. Y estos prólogos, en palabras de sus estudiosos,
constituyen su legado crítico sobre el arte de la novela. "¿Qué
es la crítica?", se pregunta, y contesta que es aprender a apreciar
y tomar posesión intelectual del objeto de la crítica hasta
hacerlo tuyo. Pero no entiendo muy bien los pormenores del proceso.
En cambio, aprecio que Stevenson hable de la cantidad
de intentos fallidos detrás de la novela que le abrió las
puertas hacia el lector, y de la "sucesión ininterrumpida de derrotas"
antes de la victoria de ganarse el derecho a ser leído. Acepto que
hay que ser cauteloso para abrirse de capa ante el mundo; pero, llegado
el momento, hay que hacerlo, así te dé un aire y te mueras
de frío.