Trabajo sexual: la espiral del riesgo
¿Cuál es la dinámica del trabajo sexual en la frontera sur de nuestro territorio? ¿De qué modo se reparte ahí el riesgo de infecciones entre quienes ofrecen y quienes solicitan los servicios? ¿Qué motiva a miles de jóvenes centroamericanas a dedicarse a la prostitución en condiciones límites de insalubridad y precariedad económica? En este estudio se señala el funcionamiento de una vasta red de complicidades que fomenta un trabajo sexual al margen de los mínimos requerimientos de protección social e higiene, y la creciente vulnerabilidad de las jóvenes que a él se someten.
Mario Bronfman, Patricia Uribe, David Halperin? y Cristina Herrera
La frontera es un límite --real o virtual-- que separa y vincula. Atravesarla implica siempre una transformación que se traduce en pérdidas --de identidad, de derechos-- y enriquecimientos --en habilidades y experiencias. Las fronteras nacionales y las corporales se asemejan dentro de nuestros sistemas sociales. Atravesar las primeras, cuando se es parte de un grupo marginado, supone una pérdida de derechos de ciudadanía que equivale a la "muerte social", atravesar las segundas, cuando se es parte de un grupo vulnerable, es también una amenaza de muerte.
La frontera es un lugar por el que transitan personas y mercancías, donde convergen situaciones de vulnerabilidad física y social relacionadas con la movilidad y con la carencia de recursos y derechos. Un gran contingente de trabajadores agrícolas, pequeños comerciantes y trabajadoras sexuales atraviesan cada año la frontera desde Centroamérica a México. Los conductores de camiones (traileros) van y vienen en ambas direcciones, las ciudades y pueblos de la frontera significan para ellos, al mismo tiempo, sitios de paso y de descanso.
Varios estudios han documentado la relación que existe entre movimientos poblacionales, pobreza y riesgo de infección por VIH. En el caso de las mujeres, la inequidad de género, base de su mayor vulnerabilidad al VIH/sida, se manifiesta en toda su crudeza en "situaciones de frontera" que las afectan directa o indirectamente. Dentro de las situaciones que directamente afectan a las mujeres, sobresalen dos: la de aquellas que al migrar son víctimas de innumerables abusos y con frecuencia tienen que realizar "trabajo sexual de subsistencia" en condiciones de gran riesgo; o bien, la de aquellas mujeres involucradas en el trabajo sexual permanente, cuyos clientes son trabajadores migrantes, traileros, comerciantes de paso, etcétera.
Las mujeres representan aproximadamente 20 por ciento de los migrantes de México y Centroamérica hacia Estados Unidos. En las últimas dos décadas ha crecido tanto la oferta como la demanda de servicios domésticos y de limpieza, así como otros trabajos tradicionalmente femeninos, lo cual se espera sea factor estimulante de una mayor migración femenina. Tales cambios han hecho que en las distintas sociedades de Centroamérica la migración femenina sea más aceptada.
Un estudio realizado por la Pastoral de la Migración Humana con mujeres migrantes, estima que 60 por ciento de las indocumentadas tiene algún tipo de experiencia sexual en su viaje: desde la violación o el sexo coaccionado, hasta el "compañerismo". Tanto las autoridades migratorias como los asaltantes dejan pasar a los migrantes a cambio de dinero, y a las mujeres a cambio de un favor sexual. Pero no todas aceptan la coacción, aunque sea muy alto el costo. Entre los relatos sobre mujeres en la frontera, abundan testimonios como éste: "Silvia, por ejemplo, había sido deportada tres veces por las autoridades mexicanas. La última vez llegó hasta Tijuana. Un trailero hondureño la llevó en su cabina, pero en Tijuana fue interceptada por un judicial que le ofreció no entregarla a cambio de pasar la noche con él. Silvia lo rechazó y él la entregó a Migración."1
En el caso de las mujeres migrantes con guía, el
compañerismo se da como una medida de "protección". De esa
forma, se reduce significativamente el precio del guía y el acoso
sexual de los demás migrantes masculinos. El compañerismo
entre el guía y la migrante representa una especie de coincidencia
de intereses, en la que el sexo es el recurso que permite a la mujer lograr
su propósito. De cualquier manera, ser mujer y migrante representa
un sujeto de alta vulnerabilidad para la transmisión sexual de infecciones,
el VIH/sida en particular, ya como resultado de coacción y violencia
o como medio de negociación para "viajar segura".
Las categorías del servicio
Una proporción importante de trabajadoras sexuales de la frontera entre México y Centroamérica puede ser considerada como migrante temporal. Se estima un promedio de tres a cuatro meses de permanencia en cada país, dependiendo de varios factores, entre otros, las propias condiciones de trabajo y la demanda de sus servicios. La mayoría de ellas proviene de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua.
Es necesario diferenciar el proceso migratorio propiamente dicho de los circuitos de prostitución, donde la migración fracasada no parece ser el factor principal de reclutamiento de las trabajadoras sexuales. La industria del sexo (los bares, los prostíbulos clandestinos y las barras-show) tienen su propia dinámica y cuentan con sus propias redes. Aunque en los bares de ambos lados de la frontera sur predominan las trabajadoras sexuales centroamericanas --en especial hondureñas y salvadoreñas--, la mayoría de ellas, sobre todo las menores de edad, son reclutadas en sus comunidades de origen. Se les ofrece trabajo como cocineras o meseras, y al llegar a la frontera se dan cuenta de que el restaurante es un prostíbulo, donde una vez instaladas "les cobran el cuarto y la comida y muchas de ellas gastan en alcohol o drogas".2
Debido a su cercanía con Guatemala, Ciudad Hidalgo es una zona de paso constante de migrantes centroamericanos, quienes se establecen por breve tiempo con el fin de obtener recursos económicos que les permitan financiar su viaje hacia los Estados Unidos. Estas condiciones propician un elevado ejercicio del comercio sexual, que repercute en un incremento del número de casos de VIH positivos y enfermos de sida y en tasas elevadas de otras infecciones de transmisión sexual (ITS) en el estado. La mayor parte de las trabajadoras sexuales utiliza Ciudad Hidalgo como lugar de tránsito para conseguir fondos o conocer a alguna persona (trailero) que las acerque a la frontera norte. Para cumplir con sus propósitos, las mujeres se ven sujetas a numerosos riesgos. Las autoridades policíacas cometen atropellos con algunas de ellas (asaltos y violación), aprovechando su estancia obligada por el factor económico. Después de las vejaciones, sin dinero para contratar al "pollero" que las lleve hasta la frontera con Estados Unidos, las mujeres tienen que permanecer más tiempo en la zona, con la esperanza de conseguir el recurso para reintentar el viaje.
Las mujeres ejercen el comercio sexual en restaurantes, bares y centros botaneros. Otro tipo de comercio sexual, no establecido, es el que se ejerce en las carreteras. Los traileros comentan que una vez estacionados en alguna zona, hombres y mujeres tocan la ventanilla del trailer para ofrecer sus servicios.
La mayoría de las migrantes dedicadas al comercio sexual son jóvenes de baja escolaridad. Un alto porcentaje manifesta dedicarse a la prostitución por razones económicas, para sostener a sus hijos o ayudar a sus familiares. Entre las que ingresan por razones económicas, 13 por ciento declara necesitar el dinero para llegar a los Estados Unidos. A su vez, un porcentaje menor señala como motivo la búsqueda de aventuras. Muchas afirman que, por su condición de indocumentadas, la prostitución es la vía idónea para obtener dinero. Sin embargo, las mujeres expresan que por ser extranjeras se sienten diferentes y con mayor posibilidad de riesgo que las mexicanas. La percepción de las trabajadoras sobre el control del comercio sexual a cargo de las autoridades locales es que existe irregularidad. También se comenta cierto nivel de violencia, impune, por parte de los dueños de los locales. Las mujeres afirman que nadie se atrevía a denunciar el problema oficialmente por la corrupción de las autoridades, circunstancia que se agrava por su condición ilegal de indocumentadas, por miedo a la deportación. No obstante, la relación entre las prostitutas y los dueños de los negocios, en la mayor parte de los casos, es familiar, ya que viven en el mismo sitio o muy cerca. Mediante entrevistas, muchos dueños de locales muestran interés en la salud de las trabajadoras. Se observa incluso que, en algunas ocasiones, son ellos quienes pagan las multas para que sean liberadas cuando se las detiene por no poseer su tarjeta sanitaria de control. La mayoría de las mujeres expresa trabajar voluntariamente y no ve al dueño del local de trabajo como un "padrote".
En lo que se refiere al oficio como tal, es el cliente quien por lo general inicia la negociación llamando a la chica hacia su mesa; con el baile se logra la negociación del trabajo. La mayoría de las mujeres ofrecen el servicio básico, esto es, la penetración vaginal. Tanto este servicio como el tiempo extra tienen el mismo precio. Una encuesta aplicada en 1995 reveló que 55 por ciento de las trabajadoras cobraba entre 35 y 50 pesos por una relación sexual, 29 por ciento, entre 20 y 30 pesos, y 16 por ciento entre 50 y 100 pesos. Algunas mujeres reportaron clientes que pedían también sexo anal y oral, que generalmente rechazaban, aun cuando se les ofreciera más dinero. Sin embargo, teniendo en cuenta que el precio de la "sopleteada" (sexo oral) costaba 100 pesos, es fácil suponer que este servicio es más frecuente de lo que se reconoce. Durante el trabajo, el consumo de bebidas alcohólicas con los clientes es frecuente: 75 por ciento de las mujeres ingiere cerveza; sólo cuatro de las 55 mujeres entrevistadas reporta también el uso de marihuana.
Se puede generalizar que las trabajadoras sexuales desconocen casi todo lo relacionado con el VIH/sida. Aunque perciben que alguien las puede infectar, carecen de información básica, tienen dudas sobre la efectividad del condón y existe entre ellas un temor generalizado a la infección. El conocimiento que poseen sobre las ITS es ambiguo, y desconocen, por ejemplo, que personas infectadas con VIH pueden infectar a otros, aun sin presentar síntomas de la enfermedad. Las entrevistas revelan que las mujeres consideran la revisión física y superficial de los clientes como una buena manera de protección contra las enfermedades.
El funcionamiento de los prostíbulos, las licencias
sanitarias y las aperturas de antros se autorizan a través de la
oficina de Salud y Ecología Municipal. Existe un médico de
esta dependencia que realiza revisiones semanales a las trabajadoras sexuales,
previo pago de 20 pesos. El lugar donde se realizan las revisiones semanales
se encuentra dentro de la zona de tolerancia, en condiciones antihigiénicas.
En el lugar asignado, con la persona indicada, se realizan las pruebas
de detección del VIH cada tres meses, y del VDRL (sífilis),
cada seis. Al realizarse los estudios se les extiende una tarjeta sanitaria.
Semanalmente pasa un inspector a los prostíbulos para revisar si
la documentación está en orden; si existe alguna irregularidad
o deficiencia, interviene la policía; las infractoras son liberadas
mediante una multa que en 1995 era de 150 pesos, o luego de efectuarse
los análisis de laboratorio correspondientes.
Entre traileros, militares y tricicleteros
La clientela que acude a la zona de tolerancia de Ciudad Hidalgo se compone principalmente de traileros, tricicleteros, militares y población local. La clientela más importante de la zona de tolerancia está constituida por los traileros que provienen de distintas regiones. En 1992 se estimó un flujo de 1,100 traileros centroamericanos. La mayoría salvadoreños y guatemaltecos, con una edad entre 25 y 35 años, y generalmente con educación secundaria.
Ciudad Hidalgo es para los traileros una escala donde pueden descansar. Su estancia promedio es de 2 a 10 días, tiempo que aprovechan para acudir a la zona de tolerancia y desahogarse en la bebida o el comercio sexual. Existe une tendencia importante a tener "mujeres de planta" en los puntos donde pasan mucho tiempo, en vez de recurrir a los servicios sexuales: "te sale más caro, pero la tienes limpia", según su propia visión.
Los tricicleteros constituyen el principal medio de transporte de Ciudad Hidalgo. Se estima que existen entre 600 y 700 tricicleteros aproximadamente. La mayoría tiene entre 18 y 25 años de edad y su salario es bajo, por lo que recurren poco a los servicios de la trabajadora sexual, excepto en el caso de que alguna de ellas acepte rebajar el precio.
Finalmente, se encuentra la población local, integrada por rancheros, campesinos, agentes aduanales, profesionistas, maestros y estudiantes, cuya escolaridad y edades varían. Este tipo de clientela acude a los establecimientos locales cerca de la zona de carga y descarga, donde suelen pasar más tiempo que los militares y los traileros. Existe una base militar cerca de la zona de tolerancia, con una población de 70 a 80 militares que cambian de cuartel cada 90 días. Se trata de una población inconstante como clientela de la zona de tolerancia.
La información básica sobre las ITS y el VIH es confusa entre los clientes de las trabajadoras sexuales. Según los traileros, el sida es una enfermedad ajena, de "otros"; no la perciben como un riesgo cercano a la realidad. Su actitud ante la información es de inseguridad: saben que puede ser mortal, que cualquiera puede contraerla, incluso conocen cómo se realiza la prueba de sangre, pero afirman que no han recibido orientación de gente autorizada; han oído hablar vagamente sobre el sida y saben que se transmite por "las relaciones de la mujer" o mediante jeringas y transfusiones.
Las trabajadoras sexuales manifestaron el uso generalizado del condón, pero de acuerdo con la información proporcionada por los clientes, es probable que este uso sea menor al reportado por ellas De las 55 entrevistadas, 30 manifestaron usar condones y sólo 17 por ciento se negó a tener relaciones sexuales si el cliente rechazaba el preservativo. Las razones que las trabajadoras sexuales esgrimieron para no usar condón, fueron las siguientes: "Los condones se han quedado dentro de la vagina o se han roto", por no saber ponerlo, porque el cliente se mueve demasiado o por falta de lubricación; por la idea de que una forma de auto-cuidarse es no tener marido, y al no estar con su marido "no corren riesgos"; porque algunas piensan que el condón puede "picar la matriz"; por la idea de que revisando al cliente y viendo su apariencia física pueden detectar si es portador de alguna enfermedad. Si los ven "bien físicamente" no solicitan el condón --la misma actitud puede asumir un cliente ante la apariencia física de la mujer. Se reporta poco uso del condón con los novios o parejas estables, ya que con ellos "no es necesario". La irritación causada por los condones fue mencionada como uno de los problemas de su uso. Algunas reportan que al tercer cliente el condón es ya muy irritante y provoca infección de las vías urinarias. Las mujeres acostumbran lubricar el condón con crema, pero no asocian el uso de estas cremas con la posible ruptura del condón.
La mayoría de los clientes traileros, reporta que no usa condón. Solamente aquellos que ya han padecido alguna infección, se previenen en la relación sexual. En general son las mujeres quienes tienen condones; los traileros coinciden en reconocer que son ellos quienes no los quieren usar.
Entre los tricicleteros que participan en el estudio, la mayoría refiere no usar condones. Sólo dos de los participantes se protegían, después de un contagio de gonorrea.
Entre las razones mencionadas por los varones para rechazar
el preservativo, destacan las siguientes: no se siente igual; "muchas veces
se ofenden ellas cuando les dices ¿y tú traes condón?,
porque dicen que uno cree que han de estar enfermas"; dentro de la relación
de pareja no se usa, por cuidado a la esposa o por timidez para adquirirlo
en un expendio comercial.
Visibilizar para prevenir
Este panorama permite concluir que la marginalidad social, la violación a los derechos humanos y la inequidad de género son los tres factores que, combinados, limitan la capacidad de las mujeres migrantes y trabajadoras sexuales de la frontera para hacer valer sus necesidades y derechos como mujeres, y proteger su integridad.
Si a ello se agrega el escaso uso de medidas de protección, cuando no la violencia sexual directa, tenemos un panorama que excede el marco de los tradicionales "problemas de salud" para pasar a engrosar la lista de las inequidades sociales y de género.
No obstante, la frontera es también un lugar estratégico
para intervenir, diseminando información y promoviendo prácticas
de sexo más seguro que protejan a las poblaciones móviles
de la infección por VIH, especialmente a las mujeres. Urge por ello
un cambio en la mentalidad que asuma el reto de la prevención con
respeto a los derechos de los migrantes y con una mayor equidad de género.
Ello implicaría, entre otras cosas, visibilizar a todas aquellas
mujeres que, sin ser trabajadoras sexuales, y tal vez por ello, se encuentran
en situaciones de extrema vulnerabilidad al vivir y cruzar la frontera,
en busca de una vida mejor.
1 "Para los que no llegaron. Un sueño hecho cenizas", en Migrantes y deportados en la frontera Guatemala-México. Pastoral de la Movilidad Humana. Serviprensa C.A. Guatemala. 1998.
2 Ibid
Versión editada del artículo "Mujeres al borde... vulnerabilidad a la infección por VIH en la frontera sur de México", aparecido en Mujeres en las fronteras: Trabajo, Salud y Migración. Esperanza Tuñón Pablos, coordinadora. ECOSUR-COLSON-COLEF. Plaza y Valdés, 2001.
Mario Bronfman, Investigador del Instituto Nacional de Salud Pública; Patricia Uribe, Coordinadora general del Censida; David Halperin?, Investigador del Colegio de la Frontera Sur; Cristina Herrera, Investigadora del Instituto Nacional de Salud Pública.
Zona de tolerancia
Perfil de la trabajadora sexual de Ciudad Hidalgo, Chiapas
Procedencia:
93% indocumentadas (73% guatemaltecas, 11% salvadoreñas,
9% hondureñas) y 7% mexicanas.
Edad:
Ente 18 y 27 años la gran mayoría.
Escolaridad:
63% primaria incompleta, 33% analfabeta.
Estado:
80% madre de niños menores de 12 años.
Razones:
75% motivos económicos, 13% juntar dinero para
ir a EU.