Perspectiva de una guerra civil anunciada: los cerros contra las colinas
Caracas, reflejo de la contradicción Este-Oeste
CARLOS FAZIO ENVIADO
Caracas, 26 de junio. Asomarse a la Venezuela de estos días implica todo un ejercicio de imaginación y un esfuerzo de decodificación. A primera vista se trata, no cabe duda, de un país polarizado por el apasionamiento, los prejuicios y un inmediatismo tipo Macondo. Pero es una polarización tramposa. De discursos engañosos, semánticos. De sucesos y actores enmascarados; aunque no todos, claro.
Cada día que transcurre pulula una suerte de rumorología golpista que se encadena con sucesos anteriores -por ejemplo, la conspiración está hoy centrada en Carabobo-, mientras todos los actores hablan de democracia y debaten sobre las bondades y limitaciones del estado de derecho. Hay algo, sí, perceptible a simple vista: existen dos países. Uno real y otro virtual. La Venezuela real transcurre día a día con los problemas propios de un país monoproductor de la periferia, empobrecido por años de políticas neoliberales aplicadas por una vieja clase política corrupta y clientelista, al servicio de una oligarquía financiera pro estadunidense que acumuló capital y poder al amparo de un Estado rentista petrolero.
Un país con millones de excluidos que pelean por la comida y tratan de sobrevivir. Un país de olvidados, donde un líder carismático antisistema, Hugo Chávez, puso a los pobres como tema prioritario de la agenda política y logró interesarlos en los asuntos públicos. Un pueblo pobre que re-cuperó la autoestima y que hoy, esperanzado, sigue con devoción al hombre que les prometió cambios radicales. Una muchedumbre de excluidos que se politiza rápidamente y participa y se organiza para defender una difusa utopía bolivariana, ante un eventual nuevo golpe de mano de los que siempre han tenido la sartén por el mango.
El otro país, el virtual, es el que ofrecen los medios masivos de comunicación. Unos medios que se declaran democráticos, pero que cada día hacen la apología del golpismo y tratan de articular la oposición al gobierno. Una prensa que, apartándose de la ética periodística, fue protagonista activa del golpe del 11 de abril, agitando la simbología de la opresión y legitimando la caída de un gobierno democráticamente electo.
El país que construyen cada día las cadenas televisivas, radiales y los grandes diarios -la famosa "prensa perseguida", protagonista del primer golpe de Estado mediático del siglo XXI- es ingobernable, está sumido en el caos y sugiere una nueva insurrección militar a la vuelta de la esquina. Se trata de una prensa cacerolera y racista, que participa de manera directa en el laboratorio de la guerra sucia sicológica. Que en su misión de crear un clima de terror desestabilizador destila a diario adrenalina y manipula, desinforma, confunde, miente, envenena. Una prensa oligárquica, monopólica. Que ocupó el vacío dejado por los partidos políticos y se siente "primer poder". Como Venevisión, del multimillonario Gustavo Cisneros, propietario de Direct tv, Telcel, Pepsi-Cola y Banco Latino (nacionalizado por Chávez), con intereses en España (Ga-lerías Preciados) y América Latina, y al que Newsweek identificó como el verdadero instigador del golpe del 11 de abril. O los diarios de las familias Mata y Otero -El Universal y El Nacional-, elitistas, adalides de la "prensa libre", reproductores de la vieja pugna interoligárquica conservadores versus liberales, que hoy, con sus dedos atrapados en la puerta del terrorismo me-diático, ven caer sus ventas.
Ellos son la sociedad civil. Los ciudadanos. Los otros son delincuentes, perturbadores irracionales. Los ciudadanos son pacíficos y humanos. Y por supuesto, tienen derechos. La chusma no. Es bruta, agresiva, violenta. Infrahumana. Los de la sociedad civil, los ciudadanos, los que tienen derechos humanos, son por lo general blancos, o mestizos y negros socialmente correctos. La masa "inculta", "atrasada", que sigue al autócrata sin chistar, son negros y mulatos fascinerosos, desclasados. Potenciales terroristas.
La sociedad civil, humana, ciudadana, vive en familia, en urbanizaciones amuralladas en las colinas del este de Caracas. Los vándalos, los seguidores del Mono, del Loco Chávez, el "dictador", viven en guetos miserables, arracimados en los cerros del oeste de la capital. Huelga decir que los que habitan las colinas conforman una pequeña minoría ante la muchedumbre de los cerros. Simplezas aparte, la sociedad civil de las urbanizaciones, los ciudadanos por antonomasia, siempre encarnan a "la democracia". Sus manifestaciones, está de más decirlo, son "hermosas jornadas cívicas". En cambio, los delincuentes violentos de los barrios marginales de los cerros re-presentan la barbarie. Sus marchas siempre son "pagadas" y terminarán irremediablemente en actos vandálicos.
Ellos y los otros
"Ellos" y "los otros" son los dos polos de una contradicción que puso de moda una palabra que todo el mundo repite aquí: "pugnacidad". Una pugna que soslaya la lu-cha de clases y el racismo a flor de piel de la sociedad caraqueña, pero que, por extensión, pone al país en la perspectiva de una guerra civil molecular, como anunciara hace ya un tiempo que está surgiendo, en varias latitudes de nuestra aldea mundializada, el alemán Hans Magnus Enzensberger.
El neodarwinismo social que atraviesa hoy la sociedad caraqueña está expresado en una serie de símbolos y clichés que son reproducidos como "noticias neutras" en los medios masivos de comunicación. El constante bombardeo de eslóganes tiene como objetivo conquistar la cabeza de la gente. Penetrarla. En parte, lo han logrado. Los estereotipos más difundidos sancionan que los ricos y las clases medias de las colinas del este son "la nación". "La democracia". Cuando ellos marchan "es la nación que habla". Son incluyentes y magnánimos: re-presentan a todos los venezolanos. En cambio los negros y mulatos de los cerros son los ejecutores del "terror chavista". Los vandálicos francotiradores "genocidas" de los sucesos del 11 de abril (aunque las pruebas demuestren lo contrario). Forman parte de la República Bolivariana de Venezuela. Es decir, son la carne de cañón de la "dictadura": los satanizados círculos bolivarianos.
"Ellos" y "los otros" son los dos polos de una contradicción exacerbada. De una guerra de todos contra todos que este año, varias veces, se reprodujo en las calles de Caracas azuzada desde los medios. En el reparto de papeles representan la dicotomía civilización y barbarie. Por eso, como "in-forma" de manera unánime la "prensa libre" cada vez que ocurren incidentes -o algún golpe inducido como el del 11 de abril-, las manifestaciones de la sociedad civil son pacíficas y rigurosamente democráticas, pero son provocadas por las "hordas salvajes" chavistas, siempre violentas. Es, como decirlo, algo "natural"; que remite al bestiario de los poderosos. A los nombres animalescos que los aristócratas de las elites siempre dan a la masa -"rebaño", "manada", "grey"- que necesita ser domesticada.
Pero resulta que hoy, la gente común, el "populacho", ese que saca ronchitas en la tersa piel de la clase media, ha vuelto a recuperar las características de un movimiento de participación popular. Se reúne, habla de política, lee, analiza, piensa, mide, fotocopia leyes, las discute, fabrica periódicos alternativos, crea radios comunitarias, redacta documentos, organiza la resistencia. Están, pues, armados. Armados ideológicamente. Y hoy pueden confrontarse a nivel de las ideas con la "sociedad civil" de los de arriba. Sin duda, una polarización Este-Oeste peligrosa ésta de Caracas. Los cerros contra las colinas.