Olga Harmony
Sólo un hombre
Carlos Corona escribe y dirige una nueva obra siguiendo los lineamientos de Un hombre es un hombre, de Bertolt Brecht. Conserva la esencia temática del texto del dramaturgo alemán, que consiste en una denuncia contra un medio militar en el que cualquier hombre puede remplazar a otro hombre porque lo que importa es que un batallón esté listo y completo para una guerra, sobre todo en un entorno colonial. Al mismo tiempo se muestra cómo un lavado de cerebro convierte al más tranquilo de los hombres en un ser violento y sediento de sangre.
Corona cambia a la India, todavía no independiente, por algún país caribeño o centroamericano donde es fácil adivinar que el ejército invasor sería el estadunidense, con lo que su texto cobra nueva vigencia, amén de que ese changador irlandés que es Galy Gay, al convertirse en el lugareño Juan -de un país latinoamericano-, resulta mucho más creíble que el súbdito británico, así sea de Irlanda, paupérrimo y sometido por las fuerzas de la reina Victoria en la India colonizada, sobre todo por razones del racismo que siempre ha predominado en la rubia Inglaterra. Aunque Corona sigue hablando del ejército de la reina, porque es evidente que no le gusta ser muy obvio, la realidad de nuestros pueblos nos lleva a pensar de inmediato en esos ciudadanos de origen hispano que son carne de cañón en las aventuras militares de Estados Unidos.
Es bien sabido que Brecht, al igual que muchos autores clásicos, tomaba prestadas sus historias de obras ajenas y de varias fuentes. Ahora una anécdota del propio dramaturgo alemán y sus colaboradores (sin duda nacida de su horror a la guerra tras su experiencia como enfermero en 1918) es retomada por un joven teatrista mexicano, casi a un siglo de distancia, para escribir una obra diferente que diga mucho a su lugar y su época, lo que no deja de tener un abierto trasfondo brechtiano.
El autor y director, al sustituir un país por otro, renuncia a la ahora imposible intriga creada por el falso elefante y la cambia por la muerte de Margarita, la bailarina del bar a la que no le da diálogos sino que la presenta siempre danzando con actitudes de ballet. No hay pagoda, aunque sí existe el rubí, y la ausencia de Jip, aquí Augusto, se justifica por mutilación y por amor, no por convertirse en el dios borracho de una nueva religión (lo que no habla tan bien del contradictorio Brecht, marxista y anticolonialista, pero que no respeta las creencias de un lugar tan lejano para él como la India, a la que piensa como un sitio proclive a las falsas religiones). Muchas otras situaciones son mutadas y aun agrega alguna, crea diálogos y personajes muy divertidos con la chispa que se le reconoce y celebra, y se le agradece también que conservara la poesía de la oración fúnebre que Brecht pone en boca del protagonista, aunque la suceda un chiste culterano, porque es una especie de resumen de altos vuelos de lo que le ha ocurrido. Los personajes, desde sus nuevos nombres mismos, son tratados en franca farsa lo que vierte el viejo texto un tanto ingenuo (fue la cuarta obra de Brecht en colaboración con otros autores) en un odre nuevo muy gracioso y muy actual.
Los discursos y canciones que el dramaturgo alemán utiliza por primera vez como distanciamiento se convierten en números musicales en esta obra nueva gracias a Mariano Cossa, autor de música y letra, y a la coreografía de Ruby Tagle. En un espacio ideado por Juliana Faesler, también responsable de la iluminación, y con apoyo de un grupo de grafiteros, que da los escenarios posibles con muy pocos elementos, transcurre la dinámica acción escénica diseñada por el director. El grupo Bochinche es realmente excelente y lo mismo lo vemos en espectáculos de improvisación que ceñido a un texto dado, como sería este caso; cantan y bailan y pueden actuar en cualquier género, amén de que Carmen Mastache sea también clarinetista. Silverio Palacios, Haydeé Boetto, Alejandro Calva, la ya mencionada Mastache, Juan Carlos Vives, Ricardo Ezquerra, que alterna papel con Angel Enciso; Ricardo Zárraga y Mari Carmen Núñez dan un magnífico rendimiento actoral.