José Cueli
Enigma de lo desconocido
La pasión que despierta el futbol se vuelve enigmática. Las fantasías individuales y de masas resultan de difícil desciframiento y tal parece que lo único que nos queda es intentar la formulación de hipótesis en torno de ello. Todo enigma abre preguntas y posibles lecturas que por supuesto incluyen al lector y sus fantasías conscientes e inconscientes en su intento de interpretación.
Contemplar en los diversos partidos de futbol el entusiasmo desbordado que despierta el gol plantea, posibles hipótesis acerca de ese deporte.
ƑQué habrá detrás de ese placer experimentado al ver abatir la portería contraria? Parece existir un deseo de llenar de balones el ''marco telaraña" del otro. Telaraña que, jugando con la imaginería interior, se podría vislumbrar como un tejido sin fondo, sin final. Hoyo negro por el que se escapan los balones y dejan una falta, una ausencia, una desaparición. Para colmar la falta existe el deseo. Ese deseo siempre insatisfecho. Pero, Ƒla falta de qué? Pues, justamente, de lo que falta. Algo que sólo se manifiesta por su ausencia, que por paradójico que pueda sonar es esa cualidad de ausencia lo único que patentiza su presencia. Es decir, la presencia de una ausencia. Ausencia constitutiva y originaria que nos constituye como sujetos síquicos.
El balón entrando en una red, ese balón que no la colmará jamás a causa justamente de su entramado con orificios múltiples. El agujero como lugar de la huida por donde el objeto-balón desaparece de manera inexorable, como el primer objeto satisfactor del deseo, a decir de Freud, jamás recuperado. Por tanto, la red (metafóricamente) como lugar del deseo, o sea, lugar que patentiza la falta.
Los jugadores representantes de miles de millones en el mundo, llenando de balones el marco de la red. Balones que desaparecen en el vacío de la red. Instante mágico en el que los balones crean la ilusión, en su vuelo, de ser el objeto (en el sentido sicoanalítico de la palabra) que es capaz de satisfacer el deseo.
Su desaparición devela bruscamente ese agujero preciso del vacío, de la oquedad donde reside la ausencia y la incompletud. Allí donde llega el balón al marco, de pronto lo que se revela es que no hay nada, tal es la falta.
La sensación de encontrarse con un hueso, con lo inasible, lo inaprensible, la incompletud, la fugacidad del instante que intenta paliarse con la fantasía narcisista de completud que nos acompaña a lo largo de toda nuestra existencia.
Huella de un hueco que apunta al origen sin origen, al desamparo originario y a la indefensión descritas por Freud. Huella que borra el sentido de vencedores y vencidos y hace de la victoria sólo búsqueda de una plenitud imaginaria que nos salve de la marca indeleble de ser tan sólo seres incompletos.