Marta Tawil
Analogías y paradojas
Sigue siendo común que se califique a los críticos
de los gobiernos israelíes de antisemitas, como sigue habiendo personas
que se intimidan ante esa retórica e intentan ser "neutrales". Sin
embargo, tomar equidistancia no es ser justo. Hoy no es Israel quien está
en peligro; son los palestinos quienes están siendo vejados colectivamente.
La analogía que hizo José Saramago entre
el Holocausto y los crímenes contra los palestinos fue lamentable,
entre otras razones porque desvió la atención mundial de
lo que estaba ocurriendo en Palestina. Lo que sucedió en Auschwitz
no se puede equiparar con los crímenes en Palestina, no sólo
porque la cifra de muertos no es comparable, sino porque detrás
de las cámaras de gas había un diseño de genocidio
teorizado, cuyo fin último y explícito era asesinar en serie
a comunidades enteras.
El caso palestino es más "simple": se sigue pretendiendo
que la tierra que llegaron a ocupar los sionistas en 1948 estaba prácticamente
deshabitada, lo que requirió llevar a cabo una limpieza étnica
basada en la expulsión y el despojo de los habitantes palestinos
-sucesos ampliamente documentados por historiadores israelíes y
occidentales.
Las personas que repudian la defensa de los palestinos
son el reflejo del formidable éxito de la propaganda de guerra y
la historia oficial israelíes en estos 50 años de conflicto,
que ha logrado borrar y minimizar la historia de abuso de todo un pueblo.
Se olvida que la sociedad palestina fue destruida en 1948, que desde 1967
Gaza y Cisjordania están bajo ocupación militar, que se siguen
multiplicando los asentamientos ilegales de colonos judíos (actualmente
se cuentan alrededor de 170 asentamientos en tierra palestina, conectados
entre sí por una red de varios kilómetros de caminos que
impiden el libre tránsito y movimiento de los palestinos), se siguen
confiscando tierras a los palestinos, destruyendo sus cultivos.
La opinión pública en Occidente e Israel
también ha comprado la idea según la cual en 2000 el primer
ministro israelí, Ehud Barak, hizo una propuesta formidablemente
generosa que Yasser Arafat rechazó. Nadie explica que ese plan no
solamente proponía la restitución de sólo 86 por ciento
del 22 por ciento del territorio de la Palestina histórica, sino
que intentaba dejar intactos retenes, caminos, carreteras, barreras (cerca
de 500 kilómetros) en manos de los colonos, protegidos por el ejército
israelí, algo que eliminaba toda posibilidad de continuidad territorial
entre las ciudades a las que quedaría reducido el Estado palestino.
En Israel la propaganda bélica de Ariel Sharon
ha contribuido a crear una sicología de paranoia y propiciado el
contexto en el que el "otro" es fácilmente deshumanizado y envilecido.
En este escenario el poder de Sharon ha alcanzado alto grado de centralización
que le permite manipular los miedos de su sociedad para sus propias ambiciones
territoriales, basadas en leyes excluyentes y en un fundamentalismo bíblico
que causa pavor, como lo producen las palabras del líder del Partido
Nacional Religioso en Israel, recientemente electo ministro, que calificó
de "cáncer" a 20 por ciento de sus conciudadanos, los árabes-israelíes.
Durante la más reciente ofensiva militar en Cisjordania
los soldados israelíes destruyeron los archivos y expedientes del
Ministerio de Educación, del municipio de Ramallah, de la Oficina
Central de Estadísticas, de las instituciones de derechos humanos,
salud y desarrollo, de los hospitales, de las estaciones de radio y televisión;
en Jenin ignoraron a personas y familias palestinas que se encontraban
en sus hogares en las zonas que fueron bombardeadas durante más
de nueve días y noches por misiles lanzados desde helicópteros
Cobra, o que se resguardaban dentro de sus hogares, que fueron arrasados
por tanques que buscaban abrirse paso; impidieron la entrada de ambulancias
para ayudar a las víctimas. Todo para "cazar terroristas".
Pero Sharon y quienes lo apoyan no están eliminando
terroristas; están rechazando la posibilidad de llegar a un acuerdo
justo que reconozca el derecho de los palestinos a contar con un Estado
viable e instituciones nacionales. Esto ha quedado nuevamente demostrado
con el anuncio hace unos días del establecimiento de una nueva colonia
israelí (cientos de departamentos y hasta un hotel de lujo) en el
sector árabe de Jerusalén. Y es que Sharon está a
la cabeza de una coalición fundamentalista y ultranacionalista que
se desintegraría si aceptara los parámetros del derecho internacional
o de la iniciativa que presentó Arabia Saudita, avalada por la Liga
de Estados Arabes reunida en Beirut en marzo pasado, que exige el retiro
inmediato del ejército israelí de los territorios ocupados.
Por todo ello no deja de ser paradójico que el
reciente voto del Partido Likud contra la creación de un Estado
palestino haya hecho de Ariel Sharon una paloma frente a halcones como
el ex primer ministro Benjamín Netanyahu. Esto no oscurece, sin
embargo, una analogía evidente: similarmente a la guerra de 1967,
la que libran actualmente Sharon y el Likud es un fruto envenenado que
promete más colonialismo para los palestinos y menos democracia
para Israel.