REPORTAJE
Figura de culto para la bizarra nueva izquierda en EU
Michael Moore, icono de la antiglobalización
HERMANN BELLINGHAUSEN
Al igual que el Hombre Araña y que David Brooks, nuestro hombre en Manhattan, Michael Moore vive en Nueva York. Pero Moore además surfea con pasmosa soltura en las aguas de los canales electrónicos; sólo él ha sido capaz de fundar un país: la República Popular Democrática de la Televisión (PDRTV por sus siglas en inglés), y denunciar el estado de sitio que sufre hoy el pueblo de Estados Unidos.
''Desde algún lugar de América del Norte", Stupid white men (ReganBooks, Harper Collins, 2001) comienza con el siguiente mensaje, interceptado por las Fuerzas de Paz de Naciones Unidas: ''Soy un ciudadano de Estados Unidos. Nuestro gobierno ha sido derrocado, y nuestro presidente electo enviado al exilio. Hombres blancos y viejos que beben martinis han ocupado la capital. Estamos bajo sitio. Somos el gobierno de EU en el exilio. Nuestro número no es insignificante. Tenemos más de 154 millones de adultos entre nosotros, y 80 millones de niños. Estas 234 millones de personas no votamos, ni estamos representadas por el régimen que se instaló por sí mismo en el poder".
El hombre que hoy ocupa el 1600 de Pennsylvania avenue, George W. Bush, ''presidente" de Estados Unidos (las comillas son del autor), es ''el Ladrón-en-Jefe" del gobierno de facto. ''El primero que no se corrompe al llegar al poder, porque de por sí ya venía envuelto para regalo".
El mensaje agrega: ''Si les dijera que esto sucede en Guatemala, ustedes lo creerían sin parpadear, no importa cuál sea su posición política. Pero como este golpe llegó envuelto en la bandera estadunidense, los responsables creen que se van a salir con la suya. Por eso, a nombre de 234 millones de rehenes estadunidenses, he solicitado que la OTAN intervenga como hizo en Bosnia y Kosovo, como Estados Unidos hizo en Haití y Lee Marvin en The dirty dozen: šManden a los marines! šApuntalen los misiles scud! šTraigan la cabeza de Antonio García! Nuestro país ya no está en condiciones de gobernarse a sí mismo ni organizar elecciones libres. Necesitamos observadores de la ONU, cascos azules, resoluciones de la Asamblea General".
Enseguida de la aparente gracejada viene una rigurosa documentación periodística del golpe de Estado de Bush y su pandilla (aquel que el poeta y ensayista Elliot Weinbenger denunciara con igual seriedad documental como un coup d'Etat que jamás abolirá el azar). Sirve de epígrafe al libro una perla de Bush El Pequeño dirigiéndose al primer ministro de Suecia, Goran Perrson, en junio del año pasado, sin darse cuenta de que una cámara de televisión aún trasmitía en vivo: ''Es increíble que yo haya ganado las elecciones", reconocía el actual titular de la Casa Blanca, ''siendo que iba contra la paz, la prosperidad y los beneficios sociales".
La espantosa verdad
El éxito de la sátira mooreana se deriva del brillante empleo que hace del arsenal enemigo (los medios de comunicación) para darles agua de su propio chocolate a Clinton, Bush y cualquier barón de Wall Street que se ponga a tiro. Con procedimientos que envidiarían Karl Marx, el Chapulín Colorado y otros justicieros del pasado, Michael Moore toma las armas de la crítica para hacer la crítica de las armas (sobre todo nucleares, pero también las que empuñan los adolescentes para masacrar a sus compañeros de high school en la Norteamérica Profunda), y desface entuertos con una eficacia que lo ha vuelto muy popular.
El programa La espantosa verdad comienza cada semana con una animación, o caricatura fotográfica, de los cinco millonarios que controlan hoy a los medios de comunicación. Allí están Bill Gates, Murdoch, Ted Turner. ''Y ninguno de ellos tiene vagina", exclama una voz de locutor en off. O bien: ''Y ninguno sabe cómo destapar un excusado". Enseguida aparece en vivo, ante un nutrido auditorio que lo ovaciona, El Azote del Crimen Corporativo vestido con su fachas de típico gringo blanco. En pocos minutos comenta la actualidad y hace la presentación de su video semanal.
Allí es donde más pega el azote de los ricos y los malos, a quien la prensa corporativa acusa de populista y demagogo, mientras los críticos cinematográficos deploran su ''mal gusto" y la derecha lo considera promotor de la disolución y el pecado, e incluso organiza manifestaciones en su contra. Pero llegado el caso, siempre resultan más numerosas las manifestaciones que acompañan a la cámara: su motley crue, su municipio autónomo virtual ''en algún lugar dentro de la Televisión".
Moore colecciona acusaciones y demandas por ''hostigamiento" de gente como Rockefeller, Disney, Rudy Guliani (el ''héroe" del Once de Septiembre) o el fiscal Kenneth Star. Pero nunca por ''difamación" (aunque lo han intentado), pues todos saben que dice la espantosa verdad, en un país donde nadie más. No en la prensa, ni la televisión. Explicablemente, aquellos a quienes exhibe sin misericordia lo acusan de "exhibicionista".
Su procedimiento básico consiste en apersonarse, con un equipo mínimo de filmación, en lugares como una base nuclear, las oficinas centrales del Banco Mundial, Chrysler, Nike, KMart, la ONU o la Casa Blanca, pidiendo ''hablar con el jefe''. Por ejemplo, en Disney World, mediante su alter ego el Pollo Cracker, solicita un encuentro con Mickey Mouse. Le quiere preguntar cómo permite la explotación de niños en los talleres de sudor en Asia y América Latina que fabrican los muñequitos y juguetes de todos los productos disneyianos.
Típicamente lo reciben en sus incursiones los guaruras y guardias de los edificios privados, o los policías en los públicos. O de plano el Ejército. Luego aparece un jefe de relaciones públicas, o un gerente, que será interrogado por el reportero. Senadores, generales, gobernadores, millonarios, estrellas de Hollywood han sido interpelados por Michael Moore y su cámara insolente.
En otro episodio, que deviene cruzada radical en favor de la tolerancia y el respeto a la diferencia, el Sodomóvil recorre, pintado de rosa, los estados de EU que prohíben la homosexualidad y la sodomía. Tripulado por drag queens y gays dedicados a hacer el amor y no la guerra a la vista de todos, el vehículo manejado por Moore irá ''a donde haya una ley que romper contra la sodomía". Como punto de partida, el reportero entrevista al
pastor protestante de Topeka, Illinois, donde acaba de ser asesinado un
adolescente sólo ''por puto". El reverendo confirma sin pudor alguno que el muerto ''se la buscó" por sus ''desviaciones enfermizas". El periplo del Sodomóvil provocará la movilización de las fuerzas vivas en Arkansas y Mississipi exhibiendo mantas homofóbicas y de odio entre gritos de ''muera", maldiciones bíblicas y anatemas.
Un agitador anda suelto
En otra ocasión Moore cruza la frontera con México acompañando a un obrero desempleado de Delphi-GM, porque el Tratado de Libre Comercio trasladó a Ciudad Juárez el que era su trabajo y un mexicano lo hace cobrando la mitad y sin garantías laborales. Para incursionar en las industrias de Juárez, Moore ''contrata" un sosias mexicano ''a mitad de precio" y acompaña al trabajador estadunidense a la maquiladora del caso, lo cual le permite mostrar las lamentables condiciones de trabajo de los trabajadores mexicanos y hermanar a los dos obreros (el desempleado de allá y el explotado de acá) en su protesta contra el patrón trasnacional y angloparlante.
El nuevo-nuevo periodismo que practica el situacionista Moore incluye una impecable investigación documental de cada caso, la absoluta insolencia ante los poderosos y el humor de todos colores (preferentemente negro) en sus puestas en escena. Con sensibilidad de clase, este hijo de obreros arruinados por General Motors (GM) en su natal Flint alcanzó la fama cinematográfica con su documental Roger and me (1989), donde cuenta precisamente la historia del colapso de esa población de Michigan cuando la planta automotriz que le daba vida se mudó al sudeste asiático y México.
Allí reconstruye la bonanza de Flint, escaparate modelo del American way of life, con viejas películas publicitarias de GM, su testimonio personal y el de los últimos miserables que pululan por un Flint decandente y olvidado, donde el consumo de drogas y el empleo de armas de fuego dan la medida del daño causado por el crimen corporativo. El reportero busca, por todos los medios, entrevistar a Roger Smith, presidente de GM, quien para el niño Moore encarnó siempre el ''buen patrón", benefactor del feliz pueblo de Flint. En medio de situaciones hilarantes, lo consigue. Esa humillación satírica del poderoso magnate hizo de Roger and me el documental más taquillero de todos los tiempos.
La experiencia de Moore enseña algo inesperado en la Jauja de Big Brother y el adormecimiento colectivo: decir la verdad, romper la censura, puede ser buen negocio. Para colmo. Ya su primer programa televisivo de hace años, TV Nation, significó una declaración de guerra contra la dictadura imperial-comercial. Moore no ha hecho sino echarse adelante, no ceder, divertirse como enano y divertir a todos los que quieren conocer la espantosa verdad. Grupos de rock como REM y Rage Against the Machine han encargado al cineasta la realización de sus videoclips.
Blowing for Columbine, la película que impactó la fiesta de Cannes, es una nueva indagatoria sobre uno de los temas que más obsesionan a Moore: por qué Estados Unidos es el país con más muertes por armas de fuego (11 mil al año) sin otra ''guerra" que el odio racista, la represión policiaca, el crimen organizado y los delirios siquiátricos de esa pobre nación, la más rica y poderosa de la Tierra. Las respuestas que encuentra son incómodas, escandalosas, escalofriantes y conciernen a todos, aunque provoquen risa. Una risa subversiva.