Javier Aranda Luna
Fuentes o la persistencia de lo vivido
En esto creo es el libro más autobiográfico de Carlos Fuentes. Allí se cruzan ideas, lecturas, recuerdos, sueños. Sus páginas son constancia de vida, carta de creencia, señal contra el olvido.
Algunas de las cosas reunidas por Fuentes en ese libro están presentes en el resto de su obra. Por ejemplo, su visión apocalíptica y amorosa sobre la ciudad de México o sus reflexiones sobre Cervantes y el arte de la novela. Es natural que así ocurra: todos los autores que un momento escriben diarios, memorias, autobiografías, recuperan de sus cuentos, poemas, novelas, ensayos, artículos periodísticos, parte de su vida que es también su obra.
Pero el inventario de los días de un novelista vale sobre todo, me parece, porque nos permite atisbar cosas menos obvias. Mirar, con la ayuda del autor, el tapiz por el revés, donde vida y ficción se entretejen. Pienso al respecto en el segundo Santiago de la novela Los años de Laura Díaz. Allí un hombre y una mujer (Laura Díaz) enfrentan la muerte de su hijo. En En esto creo el novelista confiesa que escribió ese fragmento para evocar la muerte de uno de sus tíos, en Veracruz, a principios de siglo, pero sobre todo para evitar, o conjurar, la muerte de su propio hijo. En unas cuantas líneas vida y ficción se entrecruzan, se alimentan.
La novela, dice Fuentes, convierte el pasado en memoria y el futuro en deseo. Tiempos que sólo existen en el presente de cada lector. Quizá por ello, en el caso de la literatura, aunque pasen los años persiste lo vivido. Homero, Shakespeare ya no están entre nosotros pero permanecen vivos.
Los 41 capítulos de En esto creo forman un gran mosaico de ensayos en el que conviven las notas de curiosidad literaria, las fobias, los amores locos, los apuntes eruditos, la mirada retrospectiva sobre la propia obra del novelista, los días de su formación sentimental y la respiración de la crónica literaria.
Por esa multiplicidad de asuntos podemos encontrarnos en las páginas del último libro de Fuentes la receta del coctel buñueliano elaborado a base de ginebra inglesa, cárpano y martini dulce; una minuciosa lectura de Honorato de Balzac o William Faulkner, la crónica donde aparece un Thomas Mann septuagenario atravesado por el deseo que le provoca un adolescente, como ocurre con el protagonista de su novela La muerte en Venecia.
Igual aparece su hipótesis sobre el suspense de las cintas de Alfred Hitchcok; sus ideas sobre la globalización (''no hay globalización que valga sin localidad que sirva"); la izquierda (la izquierda en el poder ''debe admitir la existencia de otra izquierda fuera del poder"); la singularidad de Jesús, El Cristo, basada en el anonimato; las descripciones de Kafka sobre el poder, elaboradas en sus novelas; su creencia de que el libro es útil para educar los sentidos; sus reflexiones sobre la revolución y, entre otras muchas cosas, sus razonamientos sobre ese continente de granito llamado Wittgenstein, ''el filósofo del siglo XX".
En esto creo es un ejercicio de memoria pero también de gusto literario. Es el ABC que nos propone Carlos Fuentes para acercarnos, de otra manera, a su obra que, desde hace tiempo, forma parte de su vida.