Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 2 de junio de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

Las manos del diablo

Las manos del diablo, cuyo título original es simplemente Frailty (debilidad), es el primer largometraje del actor, convertido en realizador, Bill Paxton (presencia notable en El plan (A simple plan), de Sam Raimi. Con un guión de Brent Hantley, la cinta relata, en largos flash-backs, y a partir de la confesión de un joven, la historia de un asesino iluminado (el propio Paxton), viudo cuarentón, padre devoto de dos niños, quien súbitamente recibe, como revelación celestial, la misión de exterminar demonios sobre la tierra, es decir, hombres y mujeres con supuestos historiales pecaminosos.

El tema de la purificación y el exterminio justiciero, cual inapelable ley de talión, en el estado de Texas, en los territorios de la inyección letal y del crimen capital legitimado, confiere de entrada una actualidad muy fuerte a la cinta. Hay sin embargo un elemento más perturbador aún, implícito en el título original, y que evoca la noción de inocencia, la fragilidad infantil que favorece la corrupción de una conciencia --como en una novela corta de Henry James (La vuelta de tuerca), o su versión fílmica, Posesión satánica (The innocents), o como en el filme La noche del cazador, de Charles Laughton. Paxton acude a las fórmulas de suspenso y a la mecánica de una película de asesinos seriales, pero muy pronto rebasa esos esquemas para construir una atmósfera de irrealidad e intentar paralelamente el señalamiento del fanatismo religioso. Abundan las referencias bíblicas, desde el sacrificio de Abraham hasta la confrontación de Caín y Abel, un personaje infantil se llama Adán, y la media docena de ejecuciones perpetradas responden a un pretendido mandato supremo, La mano de Dios. De ningún modo es esta cinta el producto sensacionalista que los distribuidores ofrecen con el autocensurado título de Las manos del diablo.

El hijo, ya adulto, relata a veinte años de distancia el desvarío mental de su padre, su manera de envenenar la voluntad de un niño de ocho años, y de doblegar la suya propia, la del hermano, apenas cuatro años mayor, que se niega a creer en los delirios paternos, hasta exclamar desesperado: "Odio a Dios, lo desprecio". Este púber en rebeldía lo interpreta, de modo estupendo, Matthew O'Leary. Es suyo el punto de vista y en él se concentra el interés de la historia. El director plantea con acierto el dilema del padre incapaz de eliminar al hijo que puede denunciarlo; incapaz también de colocar su amor filial en niveles inferiores a los de su propio fanatismo religioso. Otra sugerencia del título escamoteado: el padre asesino, totalmente enajenado por sus creencias religiosas, vive también en la debilidad de carácter y en un candor escandaloso: asesina por mandato divino (que no diabólico), se somete a la tiranía del Dios flagelador del Antiguo Testamento, y ya sólo es instrumento de esa voluntad incomprensible. Una escena de gran elocuencia visual muestra a un arcángel exterminador, con espada flamígera, que desciende hasta el asesino desde la bóveda de una catedral, pero el protagonista percibe en realidad todo esto en el interior del chasis de un auto. El director conoce bien la estrategia de terror del cine de John Carpenter, por ejemplo, y sin duda también la transmisión de la faena criminal de padre a hijo en Pánico, la cinta de Henry Brommell, con William H. Macy. De estos directores pareciera tomar Paxton las mejores lecciones de sutileza y suspenso para evitar los efectismos dramáticos y las truculencias del gore. En su cinta, un giro inesperado en la narración presenta un desenlace más atractivo que las habituales certidumbres del género, en tanto Matthew McConaughey se aparta del cliché de gran seductor de comedias románticas para crear aquí un personaje enigmático y complejo.

Las manos del diablo desvanece asimismo las fronteras entre criminalidad y autoridad judicial. Es un relato sobre el poder y sus excesos: los delirios de la fe, la tiranía paterna, la impunidad del criminal encargado de impartir justicia -ya sea el agente del FBI (Powers Boothe) o el asesino serial, quien al amparo de su respetabilidad doméstica, se cree autorizado a castigar conductas anómalas y a erigirse en un Vigilante de Dios sobre la tierra. En su debut como cineasta, Bill Paxton ofrece una cinta eficaz y poco conformista, juega con los géneros de moda y los vacía de todo sensacionalismo, explora de modo sugerente el tema de la fragilidad y su vinculación con el crimen. Uno de los estrenos más interesantes en cartelera.

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