José Cueli
José Tomás y Ponce
Y cual manda en su doctrina la santa Iglesia taurina,
esta semana comparecieron en la catedral del toreo, la monumental madrileña,
en la festividad isidril, los llamados "mandones del toreo", los sumos
sacerdotes del ritual, encabezados por José Tomás que más
allá de dimes y diretes, puso la plaza boca abajo y salió
a hombros por la puerta grande, a pesar de algunos saboteadores y Enrique
Ponce con su ballet torero valenciano mediterráneo emparejaba cartones
en su actuación del viernes y El Juli no la hizo.
José Tomás ha venido siendo la fiel representación
del toreo parado, de zapatillas clavadas en la arena. Salió con
ganas el madrileño y levantó a los aficionados por principio
con ajustadas gaoneras. Ante una corrida mansa, incierta y chica, sereno,
ligero y resuelto, se colocó de frente, desafiando al toro, pisando
el terreno, redondeando los pases y enseñando el cuerpo sin la menor
previsión, ni recelo, a la distancia justa hasta dominar al toro.
Una estocada ligeramente desprendida y las dos orejas.
José Tomás fue el martes el torero de antes,
ganoso de salir a triunfar y de recuperar, con el esfuerzo de su probado
valor y torería, el sitio perdido la temporada pasada, donde la
suerte le fue adversa al grado de dejar vivo un toro, tocado por un mal
fario torero.
José Tomás, además de triunfar a
lo grande consiguió cambiar la hostilidad del público madrileño
que volvió a ceñirse a su torería y valor, en esa
catedral insigne donde los cuernos hacen gala de su inmenso poder y cultura,
la rivalidad de los toreros es economía y el mujerío sale
resbalando sexualidad.