Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 27 de mayo de 2002
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Sociedad y Justicia
Pobladores aún llevan ofrendas a la cima del monte de 4 mil 120 metros

Culto a Tláloc, práctica que perdura en Texcoco

El control de fenómenos meteorológicos, de gran importancia para culturas antiguas: investigadores

MARIA RIVERA

A escasos kilómetros de Texcoco se yergue imponente el monte Tláloc. Su presente -a merced del expolio de los talamontes y sólo ocasionalmente visitado por aficionados al montañismo y a la arqueología- no es ni la sombra de su pasado. En su cima, situada a 4 mil 120 metros de altura, se encuentra el sitio arqueológico de alta montaña más importante de Mesoamérica, donde se rendía culto al señor de la lluvia y el trueno.

Fuentes históricas refieren que el mayor esplendor del sitio ocurrió en el posclásico tardío. Pero algunos arqueólogos que han hecho trabajos en el lugar indican que entre los restos de la cerámica encontrada hay alguna que proviene del epiclásico, 900 dC.

Pero como si de un hecho proveniente del realismo mágico se tratara, el pasado 3 de mayo -cuando se celebraba en la época prehispánica Huey tozoztli, culminación de los ritos a Tláloc, y que la Iglesia católica transformó en la celebración de la Santa Cruz- todavía hubo algunos habitantes de la región que llevaron ofrendas al lugar.

En un pequeño nicho de piedra, frente a imágenes de la Virgen de Guadalupe y del Sagrado Corazón, reposan incensarios con copal, flores rojas y blancas, agua bendita y veladoras. Y en canastas de mimbre se encuentran ofrendas consistentes en semillas de frijol, frutos, y para asombro de todos, caracoles y elementos de color azul, vinculados al culto a la deidad del agua.

El arqueólogo Luis Morett explica que al principio las ofrendas de carácter agrícola se depositaban en cuevas -ya que se creía que era una vía de comunicación con las fuerzas del inframundo y especialmente con las que tienen que ver con el control de los elementos germinales, como el agua y las semillas-, y que no fue hasta principios de nuestra era cuando comenzaron a realizarse esas actividades rituales en espacios arquitectónicos especialmente diseñados con ese fin.

Lo primero que llama la atención al llegar al sitio es la imponente calzada procesional de alrededor de 200 metros, que desemboca en el gran recinto rectangular donde se encontraba el templo dedicado a Tláloc, en cuyo interior se encontraba la imagen de esa deidad. A un costado está el tiro de una de las chimeneas del volcán.

Durán describe en el siglo XVI que el lugar estaba rodeado de una barda, rematada por almenas. Todavía quedan restos de los pequeños cuartos que ocupaban los custodios -caballeros ocelotes y águilas- para evitar el saqueo de las ofrendas.

Luis Morett relata que un día antes de ceremonia en Huey tozoztli, que abría el ciclo agrícola, llegaban los señores principales de Texcoco, Chalco, Tacuba y Tenochtitlan, y se quedaban a dormir en las faldas del cerro; en la madrugada subían a realizar los sacrificios de niños -que personificaban los tlaloque, pequeños servidores del dios de la lluvia que vivían en los cerros- y bañar con su sangre la imagen de piedra que se encontraba en el templo. Posteriormente dejaban una serie de objetos a manera de ofrenda, que según fuentes documentales era extraordinariamente rica, al grado de que el templo resultaba insuficiente para contenerla. Los cuerpos de los sacrificados se arrojaban por el tiro del volcán.

La selección de esta montaña como sitio nodal del culto a Tláloc -indica el arqueólogo- tiene que ver con el hecho de que las nubes que se precipitan en la cuenca de México regularmente entran por aquí. "Quien mira al monte desde el valle, una de las primeras imágenes que tiene es que las nubes se están formando en su cima, como si ahí estuvieran naciendo".

La investigadora Johanna Broda, en su texto El culto mexica de los cerros de la cuenca de México, explica: "En las antiguas culturas agrarias resultaba extremadamente importante controlar los fenómenos meteorológicos que, debido al paisaje de Mesoamérica y las grandes diferencias de altitudes y pisos ecológicos, son particularmente variados, y pueden ser de una vehemencia imprevisible y destructora. Todos estos rasgos se ven reflejados en el caprichoso y ambiguo carácter de Tláloc".

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