Pobladores aún llevan ofrendas a la cima
del monte de 4 mil 120 metros
Culto a Tláloc, práctica que perdura
en Texcoco
El control de fenómenos meteorológicos,
de gran importancia para culturas antiguas: investigadores
MARIA RIVERA
A escasos kilómetros de Texcoco se yergue imponente
el monte Tláloc. Su presente -a merced del expolio de los talamontes
y sólo ocasionalmente visitado por aficionados al montañismo
y a la arqueología- no es ni la sombra de su pasado. En su cima,
situada a 4 mil 120 metros de altura, se encuentra el sitio arqueológico
de alta montaña más importante de Mesoamérica, donde
se rendía culto al señor de la lluvia y el trueno.
Fuentes
históricas refieren que el mayor esplendor del sitio ocurrió
en el posclásico tardío. Pero algunos arqueólogos
que han hecho trabajos en el lugar indican que entre los restos de la cerámica
encontrada hay alguna que proviene del epiclásico, 900 dC.
Pero como si de un hecho proveniente del realismo mágico
se tratara, el pasado 3 de mayo -cuando se celebraba en la época
prehispánica Huey tozoztli, culminación de los ritos a Tláloc,
y que la Iglesia católica transformó en la celebración
de la Santa Cruz- todavía hubo algunos habitantes de la región
que llevaron ofrendas al lugar.
En un pequeño nicho de piedra, frente a imágenes
de la Virgen de Guadalupe y del Sagrado Corazón, reposan incensarios
con copal, flores rojas y blancas, agua bendita y veladoras. Y en canastas
de mimbre se encuentran ofrendas consistentes en semillas de frijol, frutos,
y para asombro de todos, caracoles y elementos de color azul, vinculados
al culto a la deidad del agua.
El arqueólogo Luis Morett explica que al principio
las ofrendas de carácter agrícola se depositaban en cuevas
-ya que se creía que era una vía de comunicación con
las fuerzas del inframundo y especialmente con las que tienen que ver con
el control de los elementos germinales, como el agua y las semillas-, y
que no fue hasta principios de nuestra era cuando comenzaron a realizarse
esas actividades rituales en espacios arquitectónicos especialmente
diseñados con ese fin.
Lo primero que llama la atención al llegar al sitio
es la imponente calzada procesional de alrededor de 200 metros, que desemboca
en el gran recinto rectangular donde se encontraba el templo dedicado a
Tláloc, en cuyo interior se encontraba la imagen de esa deidad.
A un costado está el tiro de una de las chimeneas del volcán.
Durán describe en el siglo XVI que el lugar estaba
rodeado de una barda, rematada por almenas. Todavía quedan restos
de los pequeños cuartos que ocupaban los custodios -caballeros ocelotes
y águilas- para evitar el saqueo de las ofrendas.
Luis
Morett relata que un día antes de ceremonia en Huey tozoztli, que
abría el ciclo agrícola, llegaban los señores principales
de Texcoco, Chalco, Tacuba y Tenochtitlan, y se quedaban a dormir en las
faldas del cerro; en la madrugada subían a realizar los sacrificios
de niños -que personificaban los tlaloque, pequeños servidores
del dios de la lluvia que vivían en los cerros- y bañar con
su sangre la imagen de piedra que se encontraba en el templo. Posteriormente
dejaban una serie de objetos a manera de ofrenda, que según fuentes
documentales era extraordinariamente rica, al grado de que el templo resultaba
insuficiente para contenerla. Los cuerpos de los sacrificados se arrojaban
por el tiro del volcán.
La selección de esta montaña como sitio
nodal del culto a Tláloc -indica el arqueólogo- tiene que
ver con el hecho de que las nubes que se precipitan en la cuenca de México
regularmente entran por aquí. "Quien mira al monte desde el valle,
una de las primeras imágenes que tiene es que las nubes se están
formando en su cima, como si ahí estuvieran naciendo".
La investigadora Johanna Broda, en su texto El culto
mexica de los cerros de la cuenca de México, explica: "En las
antiguas culturas agrarias resultaba extremadamente importante controlar
los fenómenos meteorológicos que, debido al paisaje de Mesoamérica
y las grandes diferencias de altitudes y pisos ecológicos, son particularmente
variados, y pueden ser de una vehemencia imprevisible y destructora. Todos
estos rasgos se ven reflejados en el caprichoso y ambiguo carácter
de Tláloc".