La
huida de Quetzalcóatl,
Tanto arqueólogos como historiadores jugamos con el tiempo. Ese es nuestro quehacer y a él nos entregamos. Buscamos el tiempo ido y a veces lo encontramos. En otras ocasiones se nos escurre entre las manos. Miguel León-Portilla ha sabido encontrarlo y aun detenerlo. Prueba de ello es esta obra que está tomada de los viejos relatos nahuas a la que ha subtitulado Prólogo y monólogo del tiempo. Bien captó Ángel María Garibay el contenido y la intención de nuestro autor al decir, con buena pluma, las siguientes palabras: La forma exterior está en armonía. Frases rítmicas, con un verso interior. En una lengua hoy ya ecuménica, el castellano, se torna presente la figura del hombre que huye de sí mismo, del hombre que huye de sus obras, del hombre que huye del tiempo, que huye del lugar, que huye, que huye... que sabe de dónde, pero que no sabe a dónde, a pesar de que finge un mundo, el que más tarde fingió el poema primitivo para explicar su ausencia. El hombre, calcinado por su propia angustia, la angustia de sus barreras interiores, deja la hoguera para volverse estrella. Este es el tema que hoy nos brinda Miguel León-Portilla. Basado en el mito de la huida del hombre-dios Quetzalcóatl, nos hace vivir los momentos en que el Señor de Tula goza y vive sus obras que pretende trasciendan el tiempo. Así dice Quetzalcóatl: "Repito que mi imagen/ es Tula y la Toltecáyotl./ ¡Obra muy grande,/ incrustación de esmeraldas!/ Creación que nunca se acaba,/ un porvenir como un horizonte/ que se abre y crece y crece sin fin./ Esta es la manifestación de mí mismo./ ¡Esta es mi imagen! Ante la soberbia del hombre y dios, los tlacatecólotl hombres búhos y hechiceros le reconvienen. La insistencia de Quetzalcóatl obliga a uno de ellos, de nombre Huitzil, a reducirlo al tiempo. Dice así el diálogo: Quetzalcóatl: Sólo quien se consagra/ a crear lo que llaman cultura/ podrá ser algún día/ un dios en la tierra... Huitzil contesta: ¿Tú eres un dios en la tierra?/ Nosotros somos únicamente/ Mensajeros del tiempo... Finalmente Quetzalcóatl ve su propio rostro envejecido y surcado por el tiempo. El hombre duda y el dios tiembla. Es parte del tiempo mismo. La vieja aspiración del hombre por detener el tiempo hace presa de él y lo hace dudar: "¿No habrá acaso algún artificio/ para escaparse del tiempo?/ ¿Para rejuvenecer a la Toltecáyotl?/ ¿Para rejuvenecerme siempre a mí mismo?/ ¡Ir más allá del tiempo...!// Pero es imposible salirse del tiempo./ En realidad,/ Sólo la muerte puede sacarnos del tiempo./ Nos saca y nos hunde en la nada./ Al morir,/ Nos volvemos una rasgadura/ En el torrente del tiempo./ Un surco que muy pronto vuelve a llenarse/ Con vidas nuevas, indiferentes, que nacen..."
EPÍLOGO "El máximo problema del hombre no es la pesadumbre de la existencia, sino la amargura del fluir." Estas palabras llenas de ciencia y conciencia abren el Pórtico con el que inicia la presentación de la obra el doctor Ángel María Garibay, La huida de Quetzalcóatl de León-Portilla es la huida del hombre de sí mismo, de lo que cree inmutable e imperecedero. El hombre verdadero debe tomar conciencia de que todo perece y que sólo perdura lo insondable del tiempo. "¿Qué quedará de mí en la Tierra?", se pregunta el sabio nahua, y responde: "Al menos flores, al menos cantos..." He aquí la lección constante que nos dejan los hombres verdaderos. |