Expertos apremian a proteger derechos colectivos
de autor
El arte popular, vulnerable a la voracidad de los copyright
Riesgo de que manifestaciones ancestrales sean registradas
en otros países, como sucedió en EU con el pozol maya
ANASELLA ACOSTA NIETO
¿Quién es el autor de los diseños
de los huipiles oaxaqueños? ¿Quién el de las grecas
que aparecen en gabanes y rebozos? ¿Y el de las serpientes y estrellas
de códices y pirámides? ¿Se puede etiquetar con un
copyright
la tradición y el saber colectivo de culturas milenarias?
Ante la voracidad del mercado, que amenaza con cobrar
derechos por el mínimo movimiento, promotores culturales alertan
sobre uno de los mayores riesgos que enfrentan las expresiones artísticas
de los pueblos indígenas: la falta de registro de autor.
Alejandro
Porter, director del Museo Nacional de Culturas Populares; Ofelia Murrieta,
presidenta de la Asociación de Amigos de esa entidad, y Sol Rubín
de la Borbolla, directora de la Fundación Daniel Rubín de
la Borbolla, coinciden en que legislar sobre los derechos colectivos de
autor en defensa del patrimonio cultural que representan las diversas expresiones
de la cultura indígena es una tarea que se debe resolver en lo inmediato
ante el avance de empresas trasnacionales y leyes internacionales que privilegian
el registro de fórmulas sobre los usos y tradiciones milenarias.
Anteayer, en la presentación del libro Geometrías
de la imaginación. Diseño e iconografía de Oaxaca
(CNCA), compilado por Sergio Carrasco, Porter se refirió a la discusión
de los derechos colectivos de autor como uno de los grandes pendientes
en México.
Informó que CNCA ya ha sostenido un primer acercamiento
con el Instituto Mexicano de Derechos de Autor y el primer resultado ha
sido el reconocimiento de la existencia de un "vacío legal" en la
materia. La propuesta por ahora es iniciar la discusión entre diseñadores,
creadores, editores y representantes de organizaciones indígenas.
De la Borbolla calificó la actual legislación
internacional en materia de derechos de autor como "individualista", pues
no toma en cuenta a los pueblos del tercer mundo, donde los procesos creativos
de las culturas indígenas responden a la herencia de un saber y
una tradición colectiva que se ha mantenido por siglos, como lo
testifican artesanías, indumentaria y música popular en la
actualidad.
Alertó sobre el riesgo que corren las manifestaciones
culturales de los pueblos indígenas ante leyes de otros países
que, incluso, pretenden imponer el registro o copyright sobre el
derecho de autor.
Murrieta,
en tanto, destacó la posibilidad de que en un futuro los mexicanos
deban pagar derechos por el uso de remedios a base de yerbas que han sido
usados por siglos en el país y, específicamente, en las comunidades
indígenas, ahora que las empresas trasnacionales se adueñan
de tradiciones mediante el registro de fórmulas, como ha ocurrido
con el maíz y los frutos transgénicos.
La observación de Murrieta no es exagerada. El
7 de octubre de 2000, los corresponsales de La Jornada en Estados
Unidos, Jim Cason y David Brooks, informaron que la empresa trasnacional
de alimentos Quest International y la Universidad de Minnesota habían
obtenido una patente en aquel país en 1999 para el uso de una propiedad
del pozol, alimento aparentemente utilizado por los mayas para curar problemas
intestinales y limpiar heridas infectadas.
De acuerdo con investigaciones de la Rural Advancement
Foundation International (RAFI), apuntaba la nota, la patente oficial del
gobierno estadunidense número 5919695 nombró a nueve personas
como inventoras de esta cepa bacterial.
El tema sobre los derechos colectivos de autor vino a
colación por la publicación de Geometrías de la
imaginación, libro que incluye una recopilación de diversos
elementos iconográficos y sus significados, tomados de diversos
soportes prehispánicos, coloniales y contemporáneos de las
culturas indígenas, como son indumentaria, cerámica, códices
y arquitectura, los cuales no tienen ninguna protección autoral.
Ante esta situación personas como Otilia Sandoval,
mujer de 49 años originaria de la comunidad de San Andrés
Chicahuaxtla, en Oaxaca, quien desde los 15 años teje rebozos, cobijas
y gabanes en un telar de cintura con labores (diseños) que aprendió
de sus familiares y que ahora ella enseña a sus hijas, está
en riesgo de tener que pagar por mantener una tradición.
Rubín de la Borgolla dijo que las tejedoras de
huipiles oaxaqueñas han desarrollado a lo largo de años un
trabajo en el que plasman una complejidad de símbolos y signos que
identifican a un grupo específico.
Al respecto, Murrieta lamentó que no se conozca
siquiera la evolución de un huipil, como consecuencia de la ignorancia
del significado de los símbolos manejados por las comunidades indígenas.
En este sentido, celebró la publicación de la compilación
iconográfica de Sergio Carrasco.
Destacó que lo importante del libro es que los
chicos
bien que estudian diseño en escuelas privadas recurran a esta
fuente y se den cuenta de que hay algo más que los malls
de Santa Fe, que hay una riqueza enorme por ser usada y reinventada por
ellos, y que no necesitamos copiar de las pasarelas de Viena o Zurich.
Por esto, sí habría que pagar derechos de autor a las comunidades,
expresó.
Carrasco
se refirió a lo que podría ser una de las mayores aportaciones
de este trabajo de compilación, y aunque advirtió que todavía
es una hipótesis, dijo que se han acercado a la idea de que el cuadro
es el principio de estructuras morfológicas y filosóficas
que contienen el conjunto de un estilo de pensamiento que luego se va definiendo
en miles de formas que se observan en los productos del arte popular mexicano
a través de los siglos.
El cuadrado es una figura que aparece como simbología
del mundo, el sentido de la humanidad y el universo, y a su vez es universal,
porque se encuentran formas estructurales básicas de la época
prehispánica que también se dan en China, África o
en el Cáucaso. En cuanto a estilos, el mexicano evidentemente es
diferente del árabe, islámico y europeo, explicó.
De acuerdo con la introducción escrita por Carrasco
en Geometrías de la imaginación, "el lenguaje signífico,
iconográfico y ornamental de los objetos y productos de las artes
populares y la artesanía son sobre todo lenguajes simbólicos
que expresan lugares geográficos, pertenencias, naturalezas animales
y vegetales, signos y símbolos sagrados"; más aún,
muchos de los diseños eran elaborados en los "estados de ensoñación",
en los que se entremezclaban los símbolos y las representaciones
del mundo mítico-religioso y "lo real geometrizado" establecía
los ámbitos y espacios de su cosmogonía.