Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 23 de mayo de 2002
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Política

Soledad Loaeza

El águila tutelar

La historia de la izquierda mexicana ha transcurrido bajo el ala presuntamente protectora de la revolución y de algunos de sus símbolos más persistentes: la Constitución de 1917, Lázaro Cárdenas, el intervencionismo estatal, el PRI, Cuauhtémoc Cárdenas. Es probable que en la actualidad más de uno en la izquierda encuentre inaceptable la inclusión del PRI en esta lista. Sin embargo, no podemos hacer a un lado que por lo menos hasta 1982 este partido fue el instrumento de la revolución en el poder, y también fue reconocido como el espacio natural para quienes formaban parte de lo que hasta entonces se llamaba la izquierda oficial, que era una constelación más o menos diversa en la que coexistían los deudores intelectuales de Vicente Lombardo Toledano, no siempre confesos, con los deudores políticos de Luis Echeverría, no sabemos si arrepentidos. En momentos de crisis políticas y personales la relación histórica de esta izquierda con el PRI ha sido un sólido puente para trasladarse de ese partido al PRD, y el único argumento real del nuevo expatriado para ser gozosamente acogido en las filas perredistas es que sufrió algún tipo de derrota en el PRI. Casi todas éstas han sido por desplazamientos en la estructura de poder del priísmo.

Estas operaciones de traspaso pudieron ser defendidas en su momento como un recurso de emergencia ante las demandas del mercado político, y la necesidad del incipiente PRD de liderazgos distintos a los que provenían de los territorios apaches de la política universitaria de los 80 y de los movimientos sociales. Sin embargo, la incorporación de la antigua izquierda oficial ha tenido un costo nada despreciable para la construcción del partido inclusivo, moderno y atractivo, promotor de un proyecto fresco de participación y equidad, respetuoso de la diferencia y de los derechos del individuo, que le hace falta a este banco de tres patas que es el sistema de partidos en México hoy en día.

La izquierda oficial le aportó al PRD dirigentes y cuadros, pero más que ideas, lo que trajo consigo fueron hábitos de poder y patrones de relación caracterizados por una visión de la política como una relación tutelar, más que como lo que es, o debe ser en un espíritu democrático, el juego de intereses convergentes o contrapuestos, que se desarrolla entre jugadores que son, en principio, iguales.

El paternalismo es el rasgo común de los símbolos de la izquierda arriba enumerados. El presidente Cárdenas es el personaje histórico del siglo xx que representa con más fidelidad esta versión del ejercicio de la autoridad política; el simple hecho de que se le conozca como el Tata da prueba de su calidad de padre para muchos mexicanos, sobre todo de los campesinos. Los obreros, a quienes también protegió, por su naturaleza de trabajadores urbanos lo verían tal vez como un jefe, es decir, como una figura más moderna, mas no por ello necesariamente más alcanzable. Para otros no tan débiles, universitarios metidos a políticos, por ejemplo, aceptar la tutela del presidente Cárdenas era un seguro de vida política, porque su sombra era el aval de todos sus ires y venires en la confusión ideológica del autoritarismo. El problema tal vez residía en que el cardenismo era precisamente eso, una sombra, bajo la cual estuvieron protegidos, pero no pudieron crecer y mucho menos alcanzar la mayoría de edad, dado que toda relación tutelar supone dos tipos de involucrados: un adulto y un menor de edad.

Parecería que muchas de las dificultades que ha tenido Cuauhtémoc Cárdenas para ajustarse a las condiciones de vida en un partido moderno, como el que pugna desesperadamente por sacar la cabeza en las persistentes escaramuzas en el seno del PRD, nacen de su empeño por ejercer una autoridad tutelar sobre una corriente política cuya demografía es más bien madura. Cada vez que a algún temerario se le ocurre protestar o poner en tela de juicio esta forma de relación en el interior del partido, el ingeniero truena cual Zeus enfurecido y condena al temerario a la hoguera para imponer sus decisiones y su disciplina paternal. Es muy difícil construir la imagen de un partido moderno ahí donde hay liderazgos morales que se ejercen por encima de reglamentos y procedimientos de decisión más o menos codificados.

Recientemente el propio Cárdenas reconoció la existencia de tensiones en el interior del perredismo, cuando advirtió que una de las tareas de la nueva dirigencia era "separar el agua del aceite". Viniendo de él semejante consigna -o anuncio- suena casi a una purga intrapartidista, porque éstas sus palabras también podrían leerse así: "tenemos que separar a los que me obedecen de los que se me resisten". Si esto pasara, entonces puede ocurrir que quienes rechazan esta visión de la política sean nuevamente derrotados por el águila tutelar, y que el PRD quede a merced de una banda de adolescentes en crisis permanente, a quienes aterra la orfandad natural del adulto, cuyos pleitos o batallas campales serán dirimidos por el padre que todo lo sabe y todo lo puede.

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