lunes 20 de mayo de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Tauromaquia

Luján, brinche alegre para una feria triste

n Alcalino

El sábado se cerró una feria de mayo tan breve como desambientada. En la lista de interesados en averiguar las causas del desaguisado -en la cual me incluyo-, el empresario debería ser el número uno. Se puede culpar al tiempo, a la caída del poder adquisitivo, al beisbol, a la liguilla y hasta al Día de la Madre, pero el hecho es que la gente, fuera de la anual pachanga cavacista, no fue a los toros. Desde luego, los carteles eran mejorables y la publicidad todavía más. Si hace no tanto tiempo Puebla parecía un oasis en medio de la crisis taurina nacional, esta vez los malos hados nos alcanzaron de lleno, dejando una cicatriz profunda. La situación puede no ser aún desesperada, pero si se le quiere poner remedio, no hay más punto de partida que una autocrítica de fondo que quien sabe si López Lima y su equipo estén dispuestos de veras a comprender.
Hablemos de Luján. A Jesús Luján -decía alguien- siempre le tocan toritos de puro dulce. Como el alegre y dispuesto "no te olvido", segundo de la tarde, al que le cortó las orejas. Pues bien, al poco rato salía el más pesado del encierro, que durante dos tercios trajo loco a todo el mundo a punta de amagos y oleadas. Mas cuando llegó el de muerte, Luján hincó con rabia las dos rodillas y le ligó tres muletazos tremendos de valor, pero también de mando. Mando y una estética llamativa y eficaz tuvieron también sus doblones para sacarlo a los medios. Tan empapado de tela quedó "Pozolero" que la inercia le alcanzó para tanda y media de derechazos, algo sorprendente dadas sus iniciales características; entonces, acordándose de lo que era, decidió aplomarse. Pero Luján ya no se detuvo, e hizo cuanto hubiera que hacer para mantener el ritmo de la faena: molinetes de rodillas, una capetillina sin mover un solo músculo o estatuarios giratorios de corte muy procunista. Y de pronto, a toro parado, arrojó lejos la muleta y echándose encima del tapado burel, señaló un pinchazo; la lenta agonía que siguió a posterior estocada redujo premios a la vuelta, más no restaría un ápice al hálito de imaginación y frescura con que había inundado la plaza desde que recibió con un lance de espadas al noble y esmirriado primero para ceñir luego saltilleras, ligarle tres péndulos sensacionales en los medios, y correrle la mano con su estilo agarroso y personal, rematando las cortas tandas con largos de pecho izquierdistas. Para colmo, el estoconazo resultó tan entregado como todo lo que este muchacho realiza, contagiando la alegría que le produce estar delante del toro.
Poca cosa. Christian Ortega recibió también un par de orejas, pero lo suyo fue ratoneo vulgar ante un cárdeno inexplicablemente premiado con arrastre lento, pues su embestida fue siempre corta y sin atisbo de clase. Ventajista y movido, Ortega decepcionó en ambos. Y de Gustavo García hay que decir que pagó la novatada dejándose vivo al que cerraba la plaza, todo un toro, demolido en varas por mandato de un novillero que se arrimó a los dos suyos cuanto pudo, pero no los toreó casi nunca.
Más bueyes. El ganadero de Rosas Viejas, a solicitud de Luján, se recetó una vuelta al ruedo, el sabrá por qué. Cierto es que "No te olvido" había respondido noblemente y con emotividad a todos los cites del poblano, pero la única vara la tomó al relance y deshizo enseguida la reunión para dedicarse a trotar sin fijeza. Con todo, sería el mejor de una novillada en la que el arrastre lento se lo llevó misteriosamente el cuarto, aquel desabrido reserva de San Pedro. El resto constituyeron un saldo tan destartalado, desclasado, y descastado como el que siete días antes nos recetó Guanamé. Por ahí tendrá que empezar la autocrítica. Y no tanto de los ganaderos como de la empresa.