lunes 20 de mayo de 2002 |
Semanálisis Real... Piedad n Horacio Reiba |
Copa
"Zidane". La consagración del Real Madrid
legendario de fines de los cincuenta se saldó en el
Hampden Park de Glasgow hace 42 años mediante una
exhibición memorable que aplastó al Eintracht Frankfurt
7-3 y le significó al ballet blanco de Beranbéu su
quinta Copa de Europa consecutiva. Esa tarde, entraban en
la leyenda los nombres de Ferenc Puskas -con cuatro
goles- y Alfredo Di Stéfano -que hizo los otros tres-.
La novena copa, alcanzada el miércoles anterior entre
sudores fríos y acosos sin fin por los actuales
herederos del equipazo aquel que llevará también
marcado a fuego el nombre de otro mayúsculo jugador,
Zinedine Zidane, autor de uno de los goles más hermosos
y técnicamente perfectos que se recuerden -bolea zurda
desde el borde del área, sobre un balón que caía
descompuesto tras el puntazo alto de Roberto Carlos sobre
el cierre de urgencia del lateral-. Agonizaba el primer
tiempo y estableció el 2-1, marcador que no cambiaría
ya, pese a los ataques desesperados de otro equipo
alemán, Bayer Leverkusen, especialmente infortunado en
éste su año grande, pues teniendo a disposición tres
títulos -liga y copa alemanas, además de la Champions-,
los tres los perdió a última hora y sin merecerlo.
Porque, en Glasgow, el Madrid ganó pero no fue mejor
equipo, vulnerable atrás -pese a la entrega de Hierro-,
y aprisionados sus creativos por la teleraña germana.
Leverkusen, diezmado por lesiones y suspensiones previas,
aportó el escaso futbol que hubo sobre el césped
escocés, y si perdió fue por falta de remate, por la
picardía de Raúl -inversamente proporcional a la
inocencia del arquero en el extraño gol inicial- y por
la impresionante calidad de Zidane, último ejemplar de
una rara especie, la del futbolista poeta, sin demanda ni
futuro en el mercado neoliberal del balompié. Desbarajuste. Nuestro futbol va para atrás y, en un descuido, se mete de lleno en las cavernas. Vean si no: el torneo doméstico es una chufla cuyo calendario se mezcla sin orden ni concierto con la Libertadores y el Mundial, y mientras los "finalistas" juegan basura, los directivos cuecen la genial idea de suprimir el descenso, lo que pondría a México fuera del orden mundial definitivamente, y a nuestra dirigencia futbolera a la misma desastrosa altura que la política. Símbolo del caos inducido por la gente de pantalón largo es la situación del "club" La Piedad: superlíder por méritos propios, se hundió miserablemente ante el América (2-6) en cuartos de final. Ayudas arbitrales aparte -en el tercer gol del primer partido, por ejemplo- otras razones van apareciendo: La Piedad es un club sin propietario conocido ni domicilio social ni perro que le ladre, y al contador que se apersonaba durante las prácticas no se le ha visto más, mientras los jugadores se preguntan qué será del pago de primas y del mes vencido que les deben y, sobre todo, qué futuro profesional les aguarda, porque allí nadie sabe nada y en la FMF están todos muy apurados preparando maletas y sin tiempo para atender minucias. Si esto es una administración profesional y medianamente seria, yo soy José Luis Borgues y usted está leyendo en arameo. Magia lapuentina. De cadáver ambulante a ganador de cinco partidos en doce días, semifinalista de la Libertadores y finalista de liguilla. Tal itinerario último del América, de alta y en alza tras un largo tratamiento al cuidado del viejo y calvo chamán (que lo digan si no los Pumas, cazados vilmente a contragolpes). Desde luego, es ya favorito clavado para optar al título nacional -el último lo obtuvo hace trece interminables años-, al margen del escenario que supondría para nuestro futbol una final entre dos clubes del mismo patrón, en el supuesto de que el otro agraciado fuera el Necaxa. Pero una raya más, qué importa al tigre. |