Viajan 19 horas para llegar al DF los tres profesores de Tenaxcalcingo, Guerrero
Salen del pueblo del mal en busca de lo mínimo para enseñar
KARINA AVILES
La profesora indígena Margarita Pineda, su esposo y sus tres niños salieron a pie del "pueblo del mal", uno que, según describen, "está colgado del cerro" y donde muchos de sus pobladores se podrían "espantar" si ven la luz eléctrica, porque no la conocen. El resto de los 292 habitantes de Tenaxcalcingo, Guerrero, que también querían venir a la ciudad de México con la maestra y no pudieron porque no hubo con qué, le hicieron un encargo muy grande: pedir un gis, un borrador, una hoja de papel para escribir, un pizarrón, un aula, pues allí, en la comunidad "del mal", nada de eso es muy conocido.
Margarita salió con su propia caravana hacia la capital, misma que integra con los otros dos maestros del pueblo: su esposo y la maestra Rosa Castañeda. Los niños que los acompañan son cuatro: tres son hijos de Margarita, de uno, ocho y 11 años de edad, y la niña de la profesora Rosa, de unos 12 años.
A las 12 horas del martes todos juntos emprendieron el viaje que los arrojó en esta ciudad a las 8 de mañana del miércoles. Tardaron 19 horas, utilizadas de la siguiente manera: una fue caminado; tres las pasaron en un crucero, aguardando un camión que "no se parece a los de aquí". Después pasaron cinco horas a bordo del camión; luego, esperaron dos más y, finalmente, abordaron un autobús que tardó ocho horas en llegar a la capital.
Pero Margarita conoce el tiempo y dice que bien lo valen los 61 alumnos de la escuela que no existe, del salón de clase que sueña y de los desayunos escolares que no llegan. Ahora que es la maestra ve en sus alumnos su pasado: "Yo, como ellos, tenía unos padres pobres, iba a la escuela sin comer, con los pies sin zapatos".
Desayunos escolares
Han pasado muchos años y Margarita sigue viendo a los niños igual. Ellos llegan a una casita que la hace de escuela. "Como a las 10 u 11 de la mañana dicen que tienen mucha hambre y los mandamos a su casa por un taco con salsita". Nuestros alumnos "son puros delgaditos" y varios no tienen para la tortilla, por eso, después de unas horas "ya se están durmiendo".
En ese pueblo "muchos empezaron a irse por el mal que hay ahí. Es una comunidad de nada, no hay comunicación, teléfono", y muchos se van a morir sin conocer la luz. "Si la ven, se van a espantar".
Por eso, nosotros los maestros "venimos más por la gente del pueblo, por los niños y los adultos que también están a favor de nosotros", expresa convencida.
Margarita nació en Acametla, Guerrero, pueblo a 14 horas de la casita donde da clases al mismo tiempo a alumnos de quinto y sexto grados. La distancia propicia que casi nunca visite su lugar de origen. Sin embargo, ella y su familia, cada ocho o 15 días tienen que viajar seis horas, unas a pie y otras en camión para llegar a Tlapa, porque es el lugar más cercano para sacar copias, conseguir material didáctico para los alumnos y comprar algo de comer para abastecerse en Tenaxcalcingo, porque allí "no hay nada", insiste.
Todo eso la hizo venir a la capital de la República. Ella y los otros dos profesores vienen cargando con las peticiones de los pobladores de la escuela. Una de las cosas más importantes, señala Margarita, son los desayunos escolares.
Como vemos tanta tristeza de hambre -apunta Margarita-, los tres maestros ponemos de nuestro sueldo para pagar un carro que vaya a Tlapa por los desayunos. Pero cada viaje cuesta 3 mil pesos y nosotros ganamos mil 600 a la quincena. "Por eso, nada más podemos pagar de vez en cuando el carro".
Pero cuando los desayunos llegan, todo es diferente, "los niños se ponen hasta contentos y nos ponen mejor atención. Y, cuando se acaban, dicen que mejor ya se van" de la escuela.