Los nuevos temas, con algo de rock, notas arabescas,
intento de bolero y jazz ligero
Ante un Metropólitan más que devoto y
desbordado, Enrique Búnbury presentó su disco Flamingos
La versión a El jinete, de José
Alfredo Jiménez, el mejor momento del concierto
PATRICIA PEÑALOZA ESPECIAL
"En pleno siglo XXI, hay cosas que los seres humanos aún
no hemos aprendido, y eso es la tolerancia y el respeto", apunta el zaragozano
Enrique Búnbury, mientras presenta su tercer disco en solitario,
Flamingos, ante un Metropólitan más que devoto, desbordado,
religioso, fanático, enajenado; canta entonces El extranjero
y el extranjero canta su melancólico repertorio.
Y es respeto acrítico y exagerado lo que recibe
Búnbury, glamoroso de nacimiento, esbelto y estirado, rebuscado
en sus movimientos y quien en negro recuerda mucho al de Linares: Raphael.
Estolas negras, brillo en su traje oscuro, brillo en los ojos de quienes
revientan el recinto, brillo en las fastuosas luces, brillos fatuos convertidos
en rolas seudorocanroleras, más en la intención que en la
forma, puesto que, muy parecidos a los de su segundo plato, Pequeño
cabaret, los nuevos remiten más a un ambiente arrabalero pero
limpito, que a un encasillado rocanroleo guitarroso y pueril.
Las
nuevas canciones de Flamingos traen consigo a un Búnbury
menos hosco, más comunicativo con su público, un poco menos
soberbio, menos sombrío, menos alcohólico, menos depresivo.
A diferencia de sus anteriores presentaciones, se nota que ha pensado más
en la música que en su persona, y el nivel musical de los arreglos
y de su banda se escucha con respeto, pues es de agradable talante. El
mismo cantautor español les ha llamado a éstas, "canciones
bastardas", por reunir algo de rock, pero también intentos de bolero,
de notas arabescas, de jazzecitos ligeros a lo banda de circo o cabaret:
Rafael Domínguez en la gutiarra destacará por sus armonías
disonantes, no recurrentes, mientras una sección de trompeta y trombón
(Javier Iñigo y Javier García-Vega) dará el toque
pueblerino, antiguo.
Abre con El club de los imposibles, seguido de
Contar contigo y De mayor. Canta entonces El extranjero:
"dondequiera que voy, extranjero me siento", y el público ovaciona
de más. Y es que su público no es uno cualquiera: mezcla
de superchería religiosa y misticismo barato, no dejará a
Búnbury cantar una sola sílaba solo. Ni una. De principio
a fin, los tres mil coristas le rendirán tributo extraño:
gritos enfermos, catarsis afectadas, más allá de la música,
más allá de las letras, más allá... Cual si
este flaco fuera héroe ganador de alguna batalla colectiva... pero
si apenas fue un Héroe del Silencio.
Arreglos para no desentonar
Alegres chunta-chunta acústicos dejan atrás
cualquier dejo de sonoridad electrónica y moderniosa; la
emotiva violinista que le acompaña (Ana Belén Estaje) enciende
por ahí algún acorde triste. Los temas antiguos son reinterpretados
con otros arreglos para no desentonar entre sí con lo reciente;
todos en ese mood de congal perfumado, de pinceladas cercanas a
los años 40 del siglo pasado. Trompetas taurinas a veces, mientras
el bien colocado piano (Copi) crea enigmáticas atmósferas.
Del Morán y Luis Miguel Romero le dan sabrosón al bajo y
a las percusiones.
La canción Salomé muta y unas tablas
orientales saltan a las bocinas. "La culpa de que oigamos rock y nos guste
esta música la tiene el blues", y se avienta uno de sus hits
megafavoritos: Infinito, en una amorosa versión que suena
a interesante blues mariacheado (acaso hasta entonces el tema mejor
logrado). Vienen más complacencias con dos rolas que tocara la banda
que presidió: Maldito duende en versión acústica,
tranquila, y Apuesta por el rocanrol, en arreglo campirano con todo
y violín hill-billy y piano cantinero (o de saloon).
El público no puede de alegría.
Loable, la mejora en su producción musical
El frenetismo de Búnbury se ve modificado en éste
su primero de dos conciertos en el DF, y el primero de toda su gira Flamingos.
Y aunque son loables su mejora en la producción musical y el aumento
en su fineza armónica, sigue siendo un tanto incómoda la
repetición de sus melodías vocales, de su canto aborregado
con pocos matices, siempre gritado, sin sutilezas; hay poca búsqueda
y/o evolución en la emisión de su voz, y hasta en sus letras
se repite. Su sonsonete llega a cansar, si no fuera por la elegante y digna
interpretación de sus músicos. Tampoco ayudan mucho sus letras,
plenas de metáforas de aparente sentido, pero muchas de ellas huecas.
Aun así la banda devota no tiene miramientos ante este ídolo
pop. Para ellos Búnbury es un semidiós.
"Son momentos difíciles para quienes quieren tener
actitud y no quieren alienarse a los medios de comunicación ni a
lo que dictan los políticos", dice con mirada crítica y se
avienta Enganchado a ti, acompañado de un símil de
vibráfono y un chunta-chunta más cálido. El primer
acto finaliza y papelitos brillantes son arrojados al público, a
modo de festival.
Tras el acostumbrado uleeeeero regresa Enrique
y divertido exclama: "¡gracias, cabrones!" Vienen Sácame
de aquí, una especie de bolero, y Con el viento a favor.
Entonces llega un momento fastuoso, muy bien logrado, con la versión
a El jinete, de José Alfredo Jiménez, que se vuelve
quizá el mejor momento del concierto, no tanto por el dolido canto
de Búnbury, sino por la magnífica creación de ambientes
cáusticos, oscuros, densos, explosivos, que logra su banda; su extended
version no tiene desperdicio.
En esencia, la creación de este español
tiene mucho de darkie, maquillada por los colores de sus acordes,
pero siempre con esa cosa de ente dañado, abigarrado... a veces
también ochentero en su interpretación vocal, por aquello
del exacerbo, que no siempre implica intensidad.
Canta Alicia, que gusta mucho a los seguidores,
aunque esta versión funkeada no los deja muy felices. Pero
el desquite se da con La chispa adecuada, ese tema tranquilo que
recita "no sé distinguir entre besos y raíces...", y los
fans entonces sí que se vienen. Se volverá a ir para
regresar tan sólo con Aunque no sea conmigo, bolero bello
de Celso Piña, el cual interpreta con hondo sentimiento; no suena
nada mal... acaso porque no es suyo. Búnbury desaparece abruptamente,
se marcha veloz cual vampiro, no dice nada, no vuelve más. Le esperaba
el domingo y una larga gira por delante.