León Bendesky
PRD: solución al 8 por ciento
La izquierda enfrenta en todo el mundo cuestiones de naturaleza casi existencial: Ƒqué es? ƑQué quiere? ƑPara qué sirve? Las respuestas no están ahí para tomarlas, ni siquiera hay pistas comprensibles que ofrecer, primero, a sus seguidores y, luego, como opción política a la sociedad. En Francia, que es el caso más reciente de perplejidad, la izquierda, definida de manera tan amplia como se quiera, sufrió un golpe contundente y sólo reaccionó en una segunda vuelta para aminorar el daño que ya le habían causado Le Pen y el propio Chirac, quien recogió ganancias grandes que superaron por mucho el monto de su apuesta electoral. Los votantes fueron forzados a reaccionar para escoger entre lo que se planteó como el menor de los males, lo cual es una relevante muestra de pragmatismo, pero no la base de una propuesta política sobre la cual edificar ningún proyecto distinto de organización social.
El descalabro del Partido Socialista de Jospin sólo se suma a los pasos inciertos o, cuanto más, limitados que se aprecian en Europa en lo que hace al movimiento obrero italiano, al desdibujado liberalismo laborista de Blair, a una socialdemocracia alemana que resiente embates de una derecha cada vez más fuerte y que tiene a Schöeder contra las cuerdas, o bien, a un PSOE que no puede orillar al Popular de Aznar hacia los cambios que propone en casi todos los terrenos de la política. El recuento puede seguir por países como Holanda y Noruega, y si la economía europea no puede operar como un aliciente a la recuperación general, la izquierda no tiene una brújula política que marque la dirección de un programa interno que, además, logre reclamar la atención de los partidos del mismo linaje en otras partes del mundo.
La izquierda está dejando un vacío cada vez más grande que seguirá colmando una derecha radical más confiada y obstinada, que igual va a pasar por encima de una más débil socialdemocracia que pierde hasta esa aura de buenas intenciones que un tiempo mantuvo con la fórmula de la tercera vía, que ya hasta como eslogan se ha desgastado.
Ese mismo vacío se está dejando también en México con las características propias de este sistema político, de esta sociedad y de la que aparece como una muy elemental cultura en el espectro de las ideas políticas. Lo estamos viendo a diario con el activismo de la derecha y la izquierda en un nivel primitivo que degrada la vida social y, sobre todo, sus posibilidades. Y en esto tiene gran responsabilidad el PRD que como partido de izquierda ha conseguido una representación significativa en el Congreso y en el gobierno de varios estados.
Pero desde 1997, cuando alcanzó el máximo de su influencia y visibilidad políticas, el PRD no ha registrado sino un descenso en los números de su representatividad, tal como indican los resultados de las votaciones. Igual de complicada ha sido la incapacidad de poner cierto orden interno que legitime su liderazgo nacional y refuerce su activismo local. Tan grave como lo anterior es el hecho de la incapacidad de proponer una visión articulada en asuntos actuales como lo que es el país, lo que requiere su población, el funcionamiento de la economía, el quehacer de la política, las relaciones con Estados Unidos o la ya aludida situación de la izquierda en el mundo. Y sin una idea clara del futuro no es posible hacer historia.
Si el PRD quiere contribuir al enriquecimiento de la actividad política, en el debate de las ideas en México y fortalecerse como organismo político deberá replantearse todo y no encerrarse en sus disputas internas que, la verdad, son más bien sosas y a nadie le son de relevancia alguna. Pero sobre todo deberá empezar a pensar en serio, más allá de predisposiciones anímicas e ideológicas, de lugares comunes, de un instinto un tanto desfasado de época y de una autocomplacencia que sólo es útil para los involucrados, pero inservible para el resto. Si no se advierte desde adentro que como movimiento político se está quedando atrás, ocurrirá lo inevitable y será rebasado por el propio sector que dice representar. Eso le ocurrió en parte a Jospin y ya le ha ocurrido al mismo PRD.
Hay desacuerdos grandes en el país con respecto a las políticas del gobierno para administrar la economía, aplicar la política social en su acepción más general y proponer una reforma laboral o energética, sólo por señalar algunos temas. Pero entre esta visión adversa del trabajo del gobierno y del rumbo que se sigue y una izquierda que en el fondo parece esperar la crisis para recoger algunas ventajas, el espacio intermedio resulta para muchos mexicanos bastante incómodo. En 2003 el mayor peligro para el PRD sería acabar en una solución al 8 por ciento, es decir, disolverse en el medio electoral con sólo esa proporción de los votos de los electores. Dentro del partido debe haber conciencia de que ello bien puede ocurrir y que será el equivalente al acta de defunción, pero no es suficiente, y ahí está la responsabilidad de lo que puede ser la última llamada.