Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 12 de mayo de 2002
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MAR DE HISTORIAS

Mamá

CRISTINA PACHECO

Llevábamos tres años de no festejar el 10 de mayo y al fin este viernes reanudamos la celebración. Sin mamá, temía el reencuentro con la familia. Llegué tarde a propósito. En la sala no encontré un sitio desocupado y el comedor también estaba repleto. Sumando primos y sobrinos que iban de un lado a otro con bebidas y botanas, creo que en el departamento de Clara y Ricardo estábamos por lo menos cincuenta personas.

La frases de bienvenida y las preguntas acerca de mi prolongada soltería se mezclaron con referencias al calor, el tráfico, el desempleo, la crisis política, la inseguridad y la próxima temporada de lluvias. No faltó quien aludiera con acento catastrofista al calentamiento de la Tierra. Con Heidy prendida de su falda, mi cuñada Clara se multiplicaba para atendernos y vigilar que todo estuviera en orden.

Por ser la esposa de Ricardo, mi hermano mayor, Clara heredó la obligación qué mamá asumió hasta poco antes de su muerte: organizar la comida del Día de las Madres.

Al ver a la parentela pensé en lo mucho que le habría gustado a mi mamá colmar el sueño que nunca realizó: tenernos a todos bajo un mismo techo. Siempre, por una u otra razón, alguien faltaba. Recordé a mamá inclinada sobre la olla humeante, sirviéndonos porciones de su sopa de hongos y diciéndonos:

"Les voy a servir. Sergio no vendrá: fue a pasarla con su suegra." "Claudia me habló. Estaba mortificadísima de no poder acompañarme. El niño amaneció con anginas y prefirió no sacarlo a la calle." "Armando acaba de llamarme: hay celebración en la fábrica y lo más seguro es que no llegue a la comida. Prometió venir en la noche a darme mi abrazo."

Mi madre fingía aceptar con naturalidad esas justificaciones, como si no supiera que las ausencias ocultaban problemas, desavenencias conyugales, celos entre sus nueras. Jamás tomó partido, ni siquiera a favor de sus hijos. La imparcialidad era consecuencia de su filosofía: "Entre marido y mujer nadie se debe meter. Quien lo hace, siempre queda mal."

II

Mamá murió el 11 de noviembre de 1999. El 10 de mayo siguiente no hubo celebración. Hubiera sido espantoso reunirnos en torno de su ausencia. Superarla nos tomó mucho tiempo. Al fin este año decidimos reanudar la fiesta que ella privilegiaba sobre todas las demás con el afán de verse rodeada por nosotros.

Esta vez, contra lo que temía, la reunión me pareció muy grata. El personaje principal fue mamá: en todo momento mencionamos su excelente cocina, su habilidad para conservar la blancura de la ropa, su manía por el orden, su afán por los detalles y sus significativos silencios.

La fiesta se prolongó hasta el anochecer. Ricardo propuso un último brindis por ella. Diana, sensibilizada por el vino y el ron, lamentó llorando no haber podido regalarle a mamá un televisor portátil para la cocina, donde pasaba la mayor parte del tiempo. Su esposo llamó ridícula a Diana.

Para evitar la discusión inminente Elvira cambió de tema y preguntó si alguien se había quedado con el recetario de mamá. Hubo intercambio de miradas, de opiniones y al fin resultó que ninguno de sus hijos sabíamos que mi madre hubiese escrito un cuaderno de cocina.

Mi cuñada Martha nos recriminó semejante negligencia. Ese comentario, al que nadie le concedió importancia, me hizo pensar en las muchas cosas que ignoraba acerca de mi madre y que ya nunca podría preguntarle. Esa imposibilidad fue para mí como la verdadera tumba de mamá.

Estaba anocheciendo cuando Ricardo y Clara salieron a despedirnos. Como siempre, mi cuñada llevaba a Heidy prendida de su falda. Mi sobrinita, que tenía un muy vago recuerdo de mamá, de pronto comenzó a lloriquear: "Quiero ver a mi yaya. ƑCuándo viene?" Celia miró al cielo: "Fíjate en aquella nube. Allí vive tu abuela y siempre nos está mirando. Si ve que lloras se pondrá triste. Mejor mándale un beso por el Día de la Madre". Heidy obedeció alegre. Yo lamenté no ser niña otra vez.

III

Camino a mi casa me prometí abrir las cajas en que había guardado algunas pertenencias de mi madre. Quizá entre ellas estuviera el dichoso recetario, si es que lo había escrito. Anhelé con toda mi alma que lo hubiera hecho. De esa forma podría reconstruir a mi antojo su mundo de sabores y tener con mamá un contacto al hojear su cuaderno. Imaginarla inclinada sobre la mesa de la cocina, escribiendo su recetario, me provocó curiosidades que nunca tuve: Ƒcómo habría sido en sus años de estudiante?, Ƒqué aspecto tenía?, Ƒcómo se llamaba su mejor amiga?, Ƒera buena para las matemáticas o para la música?"

Sentí rabia de no tener respuesta para esas preguntas que sólo ella habría podido contestar. Ella, repetí sin atreverme a llamarla por su nombre de pila: María Guadalupe Milagros Regina. Nunca le dije así. Mi padre tampoco lo hizo. El fundió en su amor los cuatro patronímicos y la llamó siempre Magina. Pero antes, cuando se casaron y vivieron una temporada en San Juan del Río, Ƒcómo la habrá llamado? Me entró la urgencia de saber también cómo se habrían dirigido a Magina mis abuelos, sus maestros o su primer amor.

Quizás estuviera recordando a su novio inicial cuando, a los 17 años, acudió al Estudio Requena para tomarse una foto. De todas las que conservo es mi preferida, quizá porque es la única donde aparece sola, con las manos vacías y los brazos libres. En todas las demás se la ve junto a mi padre o montándoles guardia a mis abuelos. Luego, en fecha sucesivas, posó con sus hijos: los mayores rodeándola y el bebé en turno durmiendo entre sus brazos.

Sonreía maravillada de que una persona tan pequeñita y frágil hubiera sido capaz de traer al mundo a siete niños vivos. Era su expresión cuando alguien le preguntaba cuántos hijos había tenido. Nunca dio mayores explicaciones y nosotros jamás sabremos por qué murieron mis hermanos, dónde fueron enterrados, o si alguno vivió lo suficiente para ser bautizado y heredar, aunque fuese por brevísimo tiempo, alguno de los cuatro nombres de mi madre o todos ellos juntos: María Guadalupe Milagros Regina.

Todos están muertos: mis abuelos, mi padre, mis tíos, mis tías, las contemporáneas de mi madre. No queda en el mundo un pariente o un amigo al que pueda pedirle que me haga una crónica de la vida de mamá. Lo que más me desespera es que pude habérselo pedido a ella y no lo hice. Primero no me interesó, no concebía siquiera la posibilidad de que Magina fuese mortal; después me distraje aprendiendo las fechas importantes de la Historia, trigonometría, las fórmulas de los elementos, nombres de canciones. Recuerdo la fecha en que asesinaron a John Lennon pero desconozco si mi madre llevaba trenzas cuando iba a la escuela.

Después, a ella y a mí nos faltó tiempo para hablar, salir de paseo, plantearnos adivinanzas. Le encantaban. Cuando yo era niña intentó enseñarme las muchas que sabía, pero fracasó y sólo memoricé la primera: "Agua pasa por mi casa /cate le dio la razón./ El que no me lo adivine/ será un burro cabezón".

ƑQuién le descubrió a mi madre el encanto de las adivinanzas? ƑSu abuela, su maestra, su primer amor? No lo sabré jamás. Su muerte me plantea un acertijo que tendrá como única respuesta el silencio y un amor que gira sobre sus cuatro nombres: María Guadalupe Milagros Regina.

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