REPORTAJE
De víctimas a victimarios
La bantustanización de Palestina
Treinta y cinco años después de la fulminante Guerra de los Seis Días, agresión tras agresión, seguidas de una serie de negociaciones-regateo de la que ha estado excluido el derecho -y que en su mejor momento sólo significó para Israel un acuerdo a mitad de precio-, la realidad se impone: el primer ministro Ariel Sharon está decidido a consolidar el régimen del apartheid en los territorios palestinos. Un sistema como el que imperó en la Sudáfrica de los boers y que resulta incompatible con la imagen de democracia que las autoridades israelíes intentan vender
CARLOS FAZIO/II Y ULTIMA
Con la complicidad de Estados Unidos y la tolerancia de los países europeos, Israel se ha convertido desde hace muchos años en un país fuera de la ley. Decenas de resoluciones del Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), incluida la resolución 242 (del 22.XI.1967), que reclamó la retirada de todos los territorios ocupados, han sido rechazadas por Israel bajo el argumento de que necesita "fronteras seguras" para resistir las amenazas árabes a su existencia.
En junio de 1967, en una fulminante campaña militar en la Guerra de los Seis Días, en la que contó con armamento estadunidense, Israel ocupó toda Palestina, las mesetas sirias del Golán y el Sinaí egipcio. Al referirse a ese hecho cinco meses después, el humanista Bertrand Russell desnudó la lógica colonialista de esa acción militar, que Israel ha seguido hasta nuestros días y recrudece hoy: "Israel viene creciendo por la fuerza de las armas a través de 20 años. Después de cada expansión, Israel hace un llamado 'a la razón' y sugiere 'negociaciones'. Esa es la conducta tradicional de la potencia imperialista, que desea consolidar con el mínimo de dificultad lo que ya ha conquistado por la violencia, conquista que se torna la nueva base para negociaciones propuestas por la fuerza, ignorando la injusticia de la agresión anterior. Dicha agresión cometida por Israel debe ser condenada, no sólo porque ningún Estado tiene derecho de anexar territorio extranjero, sino porque cada expansión es una experiencia para descubrir en qué medida el mundo podrá tolerar más agresión".
Gracias al control y/o la aceptación ideológica y propagandística de las grandes cadenas periodísticas, y al apoyo irrestricto de Estados Unidos, que de manera recurrente ha utilizado el veto para impedir sanciones a Israel en el Consejo de Seguridad, los sucesivos gobiernos israelíes, tanto laboristas como del Likud, han logrado arrancar de cada anexión y ofensiva punitiva, la tolerancia de las potencias industrializadas y negociaciones afines a sus intereses. Incluso, en un hecho inédito, lograron que la Asamblea General de la ONU anulara una resolución de 1975 que definía al sionismo como "forma de racismo y discriminación racial".
La zaga de los boers
Treinta y cinco años después de la Guerra de los Seis Días, agresión tras agresión, seguidas de una serie de negociaciones-regateo de la que ha estado excluido el derecho -y que en su mejor momento sólo significó para los israelíes un acuerdo a mitad de precio-, la realidad se impone: Sharon está decidido a consolidar el régimen de apartheid en Palestina ocupada. Un régimen tipo bantustán, como el que imperó en la Sudáfrica de los boers y que resulta incompatible con la imagen de democracia que intentan vender las autoridades israelíes.
Bantustán o homeland por su nombre oficial inglés (home = hogar + land = tierra; er-go, tierra hogar), es una palabra de lengua afrikaans que significa territorio de los bantúes; un territorio atribuido a una población negra con un autogobierno limitado. Lo que se combina con la voz australiana Homelands movement (movimiento), que alude al programa para reasentar a los aborígenes en sus tierras tribales (ver Collins). Esa política dio origen a los llamados township, como se denominó en Sudáfrica a los asentamientos urbanos planificados de africanos negros o de coloured; término que puede ser utilizado como sinónimo de gueto. Es decir, los guetos negros en la periferia de las grandes ciudades de Sudáfrica (ver Le Petit Robert).
Más allá de su significado etimológico, el fondo del régimen de apartheid, que hoy con idéntica justificación que los racistas sudafricanos esgrimen los racistas israelíes: el ataque a las bases "terroristas" (de un movimiento de liberación), es su significado económico. Es decir, su naturaleza imperialista. Israel lleva adelante una implacable guerra económica contra una población civil que ha sufrido por décadas la ocupación y expropiación israelí. Porque el apartheid está lejos de ser apenas una doctrina racial. Funciona co-mo un instrumento de explotación económica de los trabajadores: ayer de los negros sudafricanos, hoy de los palestinos bajo ocupación israelí.
El apartheid, oficializado en Sudáfrica en 1948, con base en la llamada mentalidad afrikaaner que consideraba a los boers blancos un pueblo elegido por Dios para preservar la supremacía de los "cristianos" sobre los "herejes", fue, fundamentalmente, un sistema concebido para conseguir mano de obra barata negra y controlarla. Ayer en las reservas tribales, los llamados bantustanes (donde debía vivir la población de lengua bantú) o en los group areas (áreas grupales) al servicio de los capitalistas sudafricanos; hoy en los miserables guetos palestinos, co-mo mano de obra casi esclava al servicio de los capitalistas israelíes. Igual que en el régimen de supremacía racial de Pretoria, bajo el gobierno del Partido Nacional del primer ministro Pieter W. Botha y su ministro de Defensa general Magnus Malan, hoy los sectarios que gobiernan Israel (Sharon-Peres, el policía malo/el policía bueno) no pueden superar la mentalidad de "tribu rodeada por todos lados" y practican la teoría de un "desarrollo separado" militarizado de las sociedades israelí y palestina. Un simil de la separación que se dio entre las sociedades blanca y negra en Sudáfrica, con eje en los bantustanes, que institucionalizaron la fragmentación del país y dieron origen a una constelación de estados "independientes" "patrias" o "estados nacionales", con gobiernos títere, tipo Lesotho, Suazilandia, Botswana, Transkei, Ciskei, Venda y Bophutatswana.
Un régimen que funcionaba con barreras de color (colour bar), a la manera de un cinturón sanitario segregacionista y pogroms hitlerianos (el traslado forzoso de cinco mi-llones de negros por la minoría blanca hacia regiones aisladas e improductivas), y en el cual los trabajadores negros "importados" de las "patrias" vecinas, que se ocupaban como mano de obra en las ciudades blancas, eran considerados "extranjeros" y estaban sometidos a un riguroso control migratorio.
De forma similar a como se mueve hoy el régimen anexionista de Israel en los territorios árabes ocupados, creando por la vía de los hechos asentamientos ilegales permanentes, de colonos israelíes, que con eje en el vínculo racismo-explotación en el marco de una economía militarizada. Un método colonialista que impide la libertad de movimiento de la población palestina, que es utilizada como mano de obra barata, semiesclava. En marzo de 2000, sólo en la Ribera Occidental existían 60 secciones aisladas e incomunicadas entre sí. Como denunció el médico Mustafá Barghouthi, quien reside en Ramallah y es presidente de los comités de salud de Palestina, el "proceso de paz de Oslo" (1993), más que una base para una paz definitiva, siguieron adelante para obligar a los palestinos a aceptar un statu quo inaceptable; la colonización de Gaza y Cisjordania en forma de bantustanes que nunca podrían alcanzar una soberanía real. Un régimen colonial que ha creado una frontera de 3 mil kilómetros que, a la manera de un cinturón sanitario, rodea todas y cada una de las ciudades y pueblos palestinos. Y dónde, según adelantara hace algunos años el líder laborista Moshe Dayan, la "solución" para la población palestina sería seguir viviendo como "perros".
La solución final de Sharon
En la actualidad, el Plan Dagan -como se co-noce la ofensiva militar diseñada por el ge-neral Meir Dagan a inicios de 2001-, dirigido a reprimir la intifada, desacreditar y aislar a Yasser Arafat y la Autoridad Nacional (ANP), y "negociar" una "paz" por separado con nuevos líderes surgidos de cantones y guetos organizados tipo bantustán, es un calco de las soluciones imperialistas denunciadas por Bertrand Russell en 1967.
El objetivo de Oslo fue definido en forma clara, en 1998, por Shlomo Ben Ami, un académico israelí que ofició como principal negociador en Campo David, en el verano de 2000. Según Ben Ami (citado por Noam Chomsky), "en la práctica, los acuerdos de Oslo estaban fundamentados en una base colonialista, en una vida de dependencia uno del otro, para siempre". Es decir, para imponerle a los palestinos una dependencia casi total de Israel, generando "una extendida situación colonial" que se espera sea la "base permanente" para una "situación de dependencia".
En este esquema, según Chomsky, la "función" de la ANP era la de controlar a la población doméstica ante la dependencia neocolonial dirigida por Israel. En el mismo sentido, Marwan Bishara, escritor palestino de nacionalidad israelí que reside en París, ha señalado que el proyecto israelí que surgió de los acuerdos de Oslo, preveía una economía palestina totalmente dependiente, según el modelo de "parques industriales" (comparables a las maquiladoras), una adaptación del modelo sudafricano de "puntos de crecimiento" (growth points). Para lo cual se necesitaba una ANP que garantizara una transición suave y legitimara esa nueva forma de dependencia. Bishara afirma que la Organización para la Liberación Palestina "aceptó con entusiasmo" esa misión al servicio de los principios del "mercado libre" y la apertura de fronteras entre el estado de Israel y los palestinos. Pero el esquema no funcionó. Los estragos económicos del plan financiado por el Banco Mundial echaron abajo esa política y una nueva intifada acorraló a Arafat y la ANP.
Preludio de la liquidación
La llegada al poder del "nuevo Ariel Sharon" (con su taparrabos Shimon Peres) en 2001, bajo la consigna electoral "Sólo Sharon traerá la paz", fue el preludio de la liquidación de Arafat, sometido desde entonces a una campaña de propaganda rencorosa dirigida a minar su alicaída credibilidad: "jefe terrorista", "asesino", "mentiroso", "enemigo feroz". El principal objetivo del primer ministro israelí, convencido de que se puede cambiar el mundo por la fuerza, fue el hundimiento de la ANP y Arafat y el desarraigo de los acuerdos de Oslo. La "guerra al terrorismo" del presidente estadunidense George W. Bush, post Torres Gemelas, fue la excusa para la ofensiva militar anexionista de febrero pasado, a fin de instalar nuevos guetos y "zonas de contención" rodeados de trincheras, atalayas, alambradas y sistemas de vigilancia electrónica en los territorios ocupados, muchos de los cuales ya funcionaban de facto.
Así, la segunda parte del Plan Dagan, concebido sobre la implacable lógica de Ariel Sharon de convertir a Israel en una Esparta de los tiempos modernos, con "fronteras seguras" anexadas militarmente, es imponer a los sucesores de Arafat, por la fuerza, un acuerdo de larga duración con base en un liderazgo colaboracionista en los territorios ocupados, organizado en cuatro cantones: uno en Jericó; otro en el nuevo Jerusalén árabe (Abu Dis); un tercero en el norte, que incluirá las ciudades palestinas de Nablus, Jenin y Tulkaren (o lo que quede de ellas tras la destrucción llevada a cabo por las tropas de ocupación), y un último cantón central que incluye Ramallah (los planes israelíes para la franja de Gaza son inciertos). Es decir, un régimen palestino clientelar que administre los cantones proporcionando mano de obra barata a la economía israelí. Un régimen títere que, según ha dicho Chomsky, se espera que sea "corrupto, bárbaro y dócil". Una típica so-lución imperialista.