Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 11 de mayo de 2002
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Política
Para el cónclave que inicia hoy, la falta de salida política en el DF es la principal amenaza

Congresos perredistas, historia de turbulencias y profundas transformaciones a su estatuto

El partido no se reinventa cada asamblea, dice Pablo Gómez Admite que ha faltado organización

RENATO DAVALOS

Desde aquel encuentro fundacional en el cine Opera han transcurrido 13 años de convergencia de corrientes, éxodos, reacomodos y los espectros del enfrentamiento y la ruptura. El séptimo congreso perredista se asoma por primera vez con las secuelas de una elección interna cuyos efectos sólo serán determinadao en 2003.

Los litigios por los comicios del 17 de marzo no han terminado. La ausencia de una salida política en el Distrito Federal amenaza un nuevo congreso nacional que fue compactado a día y medio de debates, con la aspiración mínima de generar los espacios para dar equilibrio y cauce a las disputas internas por el poder.

Pero las profundas mutaciones al estatuto del partido se extenderán en este nuevo encuentro sabatino y dominical. No es cierto que el partido se reinvente en cada congreso, planteó Pablo Gómez, uno de los artífices del encauzamiento organizacional y programático del perredismo. Sí, ha habido mala organización, nos ha faltado vigilancia en las elecciones y eso ha generado "pequeños fraudes", como sucede en cualquier partido cuando no cuenta con ella.

Aunque de este congreso, las previsiones perfilan que deberá haber definiciones fundamentales hoy no precisas. Asuntos como el Tratado de Libre Comercio o la globalización.

Pablo Gómez recordó que la elección de 1999 no debió anularse porque no había motivos. "Lo que pasa es que Andrés Manuel López Obrador se asustó".

Propuesta de reforma estatutaria

Nuevamente, Gómez llevará una propuesta de reforma estatutaria a este congreso. La esencia radica en crear un "núcleo dirigente estable", que tanta falta le ha hecho a los perredistas.

Pero no se trata de una estructura administrativa, sino de un grupo conformado por académicos y personajes, partidistas o no, que hagan propuestas intelectuales con aplicación política. Una tarea como la que hizo Julio Boltvinik en la reforma fiscal, ejemplificó.

Y preguntó: ¿cuántas veces los intelectuales afines al partido y los propios personajes se reúnen para intercambiar puntos de vista y hacer propuestas?

La historia de los congresos se revuelve en las turbulencias y en las profundas transformaciones al estatuto perredista.

Gobiernos de salvación nacional, repartos de posiciones, transiciones pactadas, alianzas con otros partidos, candidaturas externas, reproches recíprocos por los resultados electorales y centenares de muertos, especialmente en el salinismo, condensan los seis congresos previos.

-¿Por qué los problemas en cada elección interna? -se le preguntó a Pablo Gómez.

-Los genera la mala organización de los comicios. El mayor problema en este sentido fue en 1999. Esa elección no debió anularse. Los problemas en Oaxaca y Puebla los tendremos siempre. No hay liderazgos estatales, todos son regionales. Nadie quiere elecciones estatales porque no sabe cómo le va a ir y se hace una suerte de confederación de corrientes.

López Obrador, agregó, pensó en aquella elección de 1999 que la anulación era una llamada de atención al partido para que llevara en otro sentido sus condiciones organizativas.

El asunto fue que las personas con ascendiente como el mismo Andrés Manuel no tomaron parte en la contienda. Lo mismo hizo Cuauhtémoc Cárdenas.

Si no hay esos posicionamientos, advirtió, sólo se genera una competencia demasiado reñida. La contienda se atrofia severamente. Aunque también hubo errores organizacionales.

-Si hay una manifestación de preferencia de las figuras, ¿no se cargan los dados y se alienta una cultura de la línea?

-No, porque la función de los dirigentes es asumir su responsabilidad. Un líder que no opina entonces para qué sirve. En el partido nadie está obligado a hacerle caso a Cárdenas o López Obrador. Cualquiera puede criticar y no pasa nada. López Obrador no lo hizo explícito en la última contienda aunque estuvo en la conformación de la fuerza que apoyó a Rosario Robles. ¿Por qué no lo dice y sólo lo da a entender?, señaló Gómez.

El Génesis

Con el liderazgo carismático de 1988 y la sospecha fundada del gigantesco fraude salinista en la elección que le llevó a la Presidencia, llegó el congreso constitutivo del PRD en noviembre de 1990, medio año después de que se anunciara el nacimiento partidista.

Fue la elección por aclamación y la convergencia del arcoiris de fuerzas políticas que habían confluido en el seno perredista.

En el cine Opera, sin embargo, no faltaron los asaltos de tribuna, las amenazas de ruptura y la agria disputa por la lista de los consejeros nacionales que llegaban de la Asociación Cívica, de Punto Crítico, de Línea de Masas, del PMS o de la Corriente Democrática. Las tribus empezaban una dilatada pugna.

Se planteó entonces la figura del secretario general. Terminar con el régimen del partido de Estado reinó en los principios programáticos.

Casi tres años después, en julio de 1993, los perredistas volvieron a la caja de resonancia de su máximo órgano de dirección y gobierno. Muñoz Ledo, Heberto Castillo, Pablo Gómez y Mario Saucedo, en la búsqueda del liderazgo.

Eran las postrimerías del salinismo y el congreso marcó institucionalmente al PRD. Cuauhtémoc Cárdenas planteó entonces el tema de las alianzas.

Las discusiones apuntaron a la elección del consejo nacional por listas y no por planillas. La propuesta de Pablo Gómez cristalizó y se instituyó el sufragio directo y secreto para la elección de dirigentes y candidaturas. En el Palacio Mundial de las Ferias se decidió que el consejo eligiera al comité ejecutivo.

En sesiones turbulentas se tomó la protesta a Muñoz Ledo, aunque tuvo que compartir la secretaría general con Mario Saucedo, en trabajos ulteriores muy complejos que se reflejaron así posteriormente.

Pablo Gómez, sobreviviente de aquellos debates, fue el responsable de la comisión de reformas estatutarias que planteó el más reciente congreso y que instituyó que en un solo día se hicieran ocho elecciones domésticas, generadoras de buena parte de los conflictos el pasado 17 de marzo.

-¿No fue suicida esa propuesta, una suerte de inmolación?

-Diseñé el estatuto en consulta con todos y el congreso lo aprobó. A nadie se le impuso nada. ¿Por qué ocho elecciones? Porque no podíamos estar yendo a las urnas permanentemente.

-¿Cuál es la moraleja del proceso del 17 de marzo?

-Pudo haberse organizado mejor y hubiese sido aceptable. En la mayoría de estados así fue, pero hubo otros que lo ennegrecieron. Hidalgo, con el tres por ciento del padrón, se convirtió en un problemón. Hubo vicios de fondo. La designación del servicio electoral fue un error y de Jesús Ortega.

-¿El PRD parece que se reinventa en cada congreso y el estatuto parece diseñarse para darle cabida a todas las tribus generando grandes litigios?

-Nunca ha habido litigios. Hemos tenido secretarios y presidentes de tendencias diferentes.

-¿Pero no se neutralizan?

-No, porque todos somos del mismo partido, el cual no se reinventa cada congreso. Si hubiéramos diseñado un instituto político de exclusiones hoy existirían cuatro o cincopartidos de izquierda más.

Muertos perredistas en el salinismo

El tercer congreso fue en agosto de 1995, justo en los albores del zedillismo, cuando había quedado una estela de muertos en el PRD bajo la intransigencia salinista.

Los perredistas habían perdido la elección presidencial de 1994. El extinto Heberto Castillo hablaba entonces de una "refundación".

Fue el congreso que osciló entre la solicitud de renuncia de Zedillo y el establecimiento de un gobierno de salvación nacional o el inicio de una transición pactada. Fue el primer desencuentro Cárdenas-Muñoz Ledo.

En esa visión introspectiva, la solución intermedia a ambas posturas fue plantear un gobierno que sacara al país de la crisis y diera curso a una reforma democrática con representación de todos los sectores.

En un discurso teñido de autocrítica, Cárdenas se refirió a la crisis de dirección política y pidió reconocer logros y superar fallas.

Estatutariamente, se establecieron entonces el servicio electoral y la comisión de garantías.

Muñoz Ledo dejó el liderazgo a López Obrador a mediados de 1996. El hoy jefe de Gobierno capitalino llegó al cuarto congreso a mediados de 1998, un año después del triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en la capital.

Faltaban dos años para las elecciones presidenciales y el perredismo se revistió con una nueva declaración de principios. Se refrendaba que la vía electoral era la única de acceso al poder, frente al movimiento zapatista, aunque se reivindicaban los acuerdos de San Andrés firmados por Zedillo y desconocidos posteriormente.

La sombra del salinismo se extendió cuando Ignacio Morales Lechuga, el ex procurador del salinismo, pretendió ser candidato perredista en Veracruz. Después de vaivenes en las discusiones fue descartado.

Sin embargo, se plantearon las candidaturas externas encontrando el justo medio. En una discusión que terminó casi a golpes, sobrevivió el servicio electoral, pero las reflexiones se profundizaban con los éxodos perredistas y la ausencia de desarrollo de nuevos cuadros.

En un congreso de trámite, seis meses antes de los comicios de 2000, los perredistas formalizaron la Alianza por México que postuló a Cárdenas.

Después de la nueva derrota en julio de ese año, el sexto congreso los reunió en Zacatecas con nuevas recriminaciones. Se condicionó a Amalia García, entonces presidenta, a impedirle hacer pactos de largo plazo con el gobierno de la alternancia foxista.

En las puertas del séptimo congreso, los perredistas llegan por primera vez con las consecuencias aún no cuantificadas de la cuestionada elección del 17 de marzo, a configurar un nuevo comité y con el proceso intermedio de 2003 en la próxima estación política.

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