Para el cónclave que inicia hoy, la falta
de salida política en el DF es la principal amenaza
Congresos perredistas, historia de turbulencias y profundas
transformaciones a su estatuto
El partido no se reinventa cada asamblea, dice Pablo
Gómez Admite que ha faltado organización
RENATO DAVALOS
Desde aquel encuentro fundacional en el cine Opera han
transcurrido 13 años de convergencia de corrientes, éxodos,
reacomodos y los espectros del enfrentamiento y la ruptura. El séptimo
congreso perredista se asoma por primera vez con las secuelas de una elección
interna cuyos efectos sólo serán determinadao en 2003.
Los litigios por los comicios del 17 de marzo no han terminado.
La ausencia de una salida política en el Distrito Federal amenaza
un nuevo congreso nacional que fue compactado a día y medio de debates,
con la aspiración mínima de generar los espacios para dar
equilibrio y cauce a las disputas internas por el poder.
Pero las profundas mutaciones al estatuto del partido
se extenderán en este nuevo encuentro sabatino y dominical. No es
cierto que el partido se reinvente en cada congreso, planteó Pablo
Gómez, uno de los artífices del encauzamiento organizacional
y programático del perredismo. Sí, ha habido mala organización,
nos ha faltado vigilancia en las elecciones y eso ha generado "pequeños
fraudes", como sucede en cualquier partido cuando no cuenta con ella.
Aunque de este congreso, las previsiones perfilan que
deberá haber definiciones fundamentales hoy no precisas. Asuntos
como el Tratado de Libre Comercio o la globalización.
Pablo Gómez recordó que la elección
de 1999 no debió anularse porque no había motivos. "Lo que
pasa es que Andrés Manuel López Obrador se asustó".
Propuesta de reforma estatutaria
Nuevamente,
Gómez llevará una propuesta de reforma estatutaria a este
congreso. La esencia radica en crear un "núcleo dirigente estable",
que tanta falta le ha hecho a los perredistas.
Pero no se trata de una estructura administrativa, sino
de un grupo conformado por académicos y personajes, partidistas
o no, que hagan propuestas intelectuales con aplicación política.
Una tarea como la que hizo Julio Boltvinik en la reforma fiscal, ejemplificó.
Y preguntó: ¿cuántas veces los intelectuales
afines al partido y los propios personajes se reúnen para intercambiar
puntos de vista y hacer propuestas?
La historia de los congresos se revuelve en las turbulencias
y en las profundas transformaciones al estatuto perredista.
Gobiernos de salvación nacional, repartos de posiciones,
transiciones pactadas, alianzas con otros partidos, candidaturas externas,
reproches recíprocos por los resultados electorales y centenares
de muertos, especialmente en el salinismo, condensan los seis congresos
previos.
-¿Por qué los problemas en cada elección
interna? -se le preguntó a Pablo Gómez.
-Los genera la mala organización de los comicios.
El mayor problema en este sentido fue en 1999. Esa elección no debió
anularse. Los problemas en Oaxaca y Puebla los tendremos siempre. No hay
liderazgos estatales, todos son regionales. Nadie quiere elecciones estatales
porque no sabe cómo le va a ir y se hace una suerte de confederación
de corrientes.
López Obrador, agregó, pensó en aquella
elección de 1999 que la anulación era una llamada de atención
al partido para que llevara en otro sentido sus condiciones organizativas.
El asunto fue que las personas con ascendiente como el
mismo Andrés Manuel no tomaron parte en la contienda. Lo mismo hizo
Cuauhtémoc Cárdenas.
Si no hay esos posicionamientos, advirtió, sólo
se genera una competencia demasiado reñida. La contienda se atrofia
severamente. Aunque también hubo errores organizacionales.
-Si hay una manifestación de preferencia de las
figuras, ¿no se cargan los dados y se alienta una cultura de la
línea?
-No, porque la función de los dirigentes es asumir
su responsabilidad. Un líder que no opina entonces para qué
sirve. En el partido nadie está obligado a hacerle caso a Cárdenas
o López Obrador. Cualquiera puede criticar y no pasa nada. López
Obrador no lo hizo explícito en la última contienda aunque
estuvo en la conformación de la fuerza que apoyó a Rosario
Robles. ¿Por qué no lo dice y sólo lo da a entender?,
señaló Gómez.
El Génesis
Con el liderazgo carismático de 1988 y la sospecha
fundada del gigantesco fraude salinista en la elección que le llevó
a la Presidencia, llegó el congreso constitutivo del PRD en noviembre
de 1990, medio año después de que se anunciara el nacimiento
partidista.
Fue la elección por aclamación y la convergencia
del arcoiris de fuerzas políticas que habían confluido en
el seno perredista.
En el cine Opera, sin embargo, no faltaron los asaltos
de tribuna, las amenazas de ruptura y la agria disputa por la lista de
los consejeros nacionales que llegaban de la Asociación Cívica,
de Punto Crítico, de Línea de Masas, del PMS o de la Corriente
Democrática. Las tribus empezaban una dilatada pugna.
Se planteó entonces la figura del secretario general.
Terminar con el régimen del partido de Estado reinó en los
principios programáticos.
Casi tres años después, en julio de 1993,
los perredistas volvieron a la caja de resonancia de su máximo órgano
de dirección y gobierno. Muñoz Ledo, Heberto Castillo, Pablo
Gómez y Mario Saucedo, en la búsqueda del liderazgo.
Eran las postrimerías del salinismo y el congreso
marcó institucionalmente al PRD. Cuauhtémoc Cárdenas
planteó entonces el tema de las alianzas.
Las discusiones apuntaron a la elección del consejo
nacional por listas y no por planillas. La propuesta de Pablo Gómez
cristalizó y se instituyó el sufragio directo y secreto para
la elección de dirigentes y candidaturas. En el Palacio Mundial
de las Ferias se decidió que el consejo eligiera al comité
ejecutivo.
En sesiones turbulentas se tomó la protesta a Muñoz
Ledo, aunque tuvo que compartir la secretaría general con Mario
Saucedo, en trabajos ulteriores muy complejos que se reflejaron así
posteriormente.
Pablo Gómez, sobreviviente de aquellos debates,
fue el responsable de la comisión de reformas estatutarias que planteó
el más reciente congreso y que instituyó que en un solo día
se hicieran ocho elecciones domésticas, generadoras de buena parte
de los conflictos el pasado 17 de marzo.
-¿No fue suicida esa propuesta, una suerte de inmolación?
-Diseñé el estatuto en consulta con todos
y el congreso lo aprobó. A nadie se le impuso nada. ¿Por
qué ocho elecciones? Porque no podíamos estar yendo a las
urnas permanentemente.
-¿Cuál es la moraleja del proceso del 17
de marzo?
-Pudo haberse organizado mejor y hubiese sido aceptable.
En la mayoría de estados así fue, pero hubo otros que lo
ennegrecieron. Hidalgo, con el tres por ciento del padrón, se convirtió
en un problemón. Hubo vicios de fondo. La designación del
servicio electoral fue un error y de Jesús Ortega.
-¿El PRD parece que se reinventa en cada congreso
y el estatuto parece diseñarse para darle cabida a todas las tribus
generando grandes litigios?
-Nunca ha habido litigios. Hemos tenido secretarios y
presidentes de tendencias diferentes.
-¿Pero no se neutralizan?
-No, porque todos somos del mismo partido, el cual no
se reinventa cada congreso. Si hubiéramos diseñado un instituto
político de exclusiones hoy existirían cuatro o cincopartidos
de izquierda más.
Muertos perredistas en el salinismo
El tercer congreso fue en agosto de 1995, justo en los
albores del zedillismo, cuando había quedado una estela de muertos
en el PRD bajo la intransigencia salinista.
Los perredistas habían perdido la elección
presidencial de 1994. El extinto Heberto Castillo hablaba entonces de una
"refundación".
Fue el congreso que osciló entre la solicitud de
renuncia de Zedillo y el establecimiento de un gobierno de salvación
nacional o el inicio de una transición pactada. Fue el primer desencuentro
Cárdenas-Muñoz Ledo.
En esa visión introspectiva, la solución
intermedia a ambas posturas fue plantear un gobierno que sacara al país
de la crisis y diera curso a una reforma democrática con representación
de todos los sectores.
En un discurso teñido de autocrítica, Cárdenas
se refirió a la crisis de dirección política y pidió
reconocer logros y superar fallas.
Estatutariamente, se establecieron entonces el servicio
electoral y la comisión de garantías.
Muñoz Ledo dejó el liderazgo a López
Obrador a mediados de 1996. El hoy jefe de Gobierno capitalino llegó
al cuarto congreso a mediados de 1998, un año después del
triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en la capital.
Faltaban dos años para las elecciones presidenciales
y el perredismo se revistió con una nueva declaración de
principios. Se refrendaba que la vía electoral era la única
de acceso al poder, frente al movimiento zapatista, aunque se reivindicaban
los acuerdos de San Andrés firmados por Zedillo y desconocidos posteriormente.
La sombra del salinismo se extendió cuando Ignacio
Morales Lechuga, el ex procurador del salinismo, pretendió ser candidato
perredista en Veracruz. Después de vaivenes en las discusiones fue
descartado.
Sin embargo, se plantearon las candidaturas externas encontrando
el justo medio. En una discusión que terminó casi a golpes,
sobrevivió el servicio electoral, pero las reflexiones se profundizaban
con los éxodos perredistas y la ausencia de desarrollo de nuevos
cuadros.
En un congreso de trámite, seis meses antes de
los comicios de 2000, los perredistas formalizaron la Alianza por México
que postuló a Cárdenas.
Después de la nueva derrota en julio de ese año,
el sexto congreso los reunió en Zacatecas con nuevas recriminaciones.
Se condicionó a Amalia García, entonces presidenta, a impedirle
hacer pactos de largo plazo con el gobierno de la alternancia foxista.
En las puertas del séptimo congreso, los perredistas
llegan por primera vez con las consecuencias aún no cuantificadas
de la cuestionada elección del 17 de marzo, a configurar un nuevo
comité y con el proceso intermedio de 2003 en la próxima
estación política.