José Cueli
Aire fresco en la México
A ritmo con la gracia ligera de los niños en cosas
de hombres, los becerristas se presentaron el domingo antepasado en la
Plaza México y los cabales salimos reconfortados. Los niños
toreros inspiraban con su frescura un cante en cada lance y un sentimiento
de admiración en su caminar ante los becerros.
Son los becerristas, niños que irrumpen en la comunidad
encorsetada del toreo actual y un aire a limpio envuelve el coso de Insurgentes.
Llegaron los niños desgreñados, después de cruzar
bajo el sol ardiente las placitas de los pueblos y el campo bravo mexicano,
con canciones infantiles en la boca y al compás de las cuales desgranaban
el eterno cantar de los grandes del toreo que fueron becerristas; Armillita,
los Bienvenida, Luis Miguel Dominguín, Eloy, El Juli...
Destacaron Hilda Tenorio que, en la abundante mata de
su cabello, dejaba un reflejo de los ojos en la cara redonda y en el cuello
un collar de ámbares -al estirarse en el lance fundamental: la verónica-
que se espejeaban en los tendidos y levantaron a los aficionados de sus
asientos, incrédulos ante su torear.
Y después de Hilda, apareció Joselito Adame,
un niño bajito, regordetito, vestido de rojo escarlata y ¡oh
sorpresa! Se destapó con un toreo cadencioso en círculos
naturales alrededor del becerro, que, con los pitones le acariciaba el
cuerpo y le hacía cantar las rancheras muy naturales y alegrar el
coso con la emoción y el sentimiento del niño en su torear.
Había en la sonrisa de Joselito, encanto, mas en
su toreo drama y dolor, sol y polvo de los caminos y pueblos al enfrentar
a los becerros más altos que él, y atemperar sus embestidas,
e improvisar canciones impregnadas de su niñez, al golpe del giro
de sus muñecas.