Náufragos entre el cielo y la tierra
Antonio Contreras
No fornicarás, No desearás a
la mujer de tu prójimo, No cometerás adulterio, No mentirás...
son algunos de los mandamientos de la Ley de Dios que desde pequeños
nos inculcaron en el catecismo. Uno se los tenía que aprender para
hacer la primera comunión. Nunca en el hogar los padres explicaron
qué es fornicar, quién es el prójimo ni qué
significa adulterio, ¿y cómo, si teníamos entre 8
y 11 años, la edad de ir a la doctrina? Hoy resulta que estas prohibiciones,
perdón, mandamientos, son violados por sus predicadores en todo
el mundo.
Pero el asunto no es nuevo. La Iglesia Católica nunca ha estado ajena a los escándalos sexuales en su seno (gulp). Y esto es así porque no se pueden poner barreras ficticias a lo natural, es decir, no se puede reprimir un impulso vital, biológico, fisiológico, psicológico durante toda la vida.
Pepe Rodríguez, en La vida sexual del clero, afirma que los curas "han aceptado el celibato sólo porque es el precio que exige la Iglesia católica para poder ser sacerdote o religioso", y agrega que se comprometieron a ser castos en un momento de su vida en que aún ignoraban casi todo sobre aquello que más teme el clero: la afectividad, la sexualidad y la mujer. "Lo que sucede --añade-- es que, con el paso del tiempo, la vida siempre se encarga de situar a cada sacerdote ante estas tres necesidades."
Es una crónica negra o, si se prefiere, un libro testimonial que trata de asuntos específicamente humanos y mundanos, que nada tienen que ver con Dios y su servicio. No es un libro morboso, aunque lo parezca, sino un libro para entender y, en su caso, comprender a los humanos que hay detrás (metafóricamente hablando) de cada sacerdote. El clérigo español José Antonio Navarro lo dice sin rodeos: "Cuando nos hacen curas no nos castran ni nos cortan nada; tenemos las mismas necesidades que el resto de los hombres." El magistrado Joaquín Navarro Esteban, en el prólogo explica que la imposición del celibato conduce necesariamente a la ocultación y al encubrimiento de sus inevitables transgresiones.
La ropa sucia se lava en casa, ha dicho algún obispo mexicano a propósito del escándalo mundial por abusos sexuales a menores cometidos por mensajeros de Dios en la Tierra. Pero dada la injerencia del clero en la moral pública y privada de la sociedad, la vida sexual de los sacerdotes también debe debatirse públicamente. Como dice el autor, "cuando una religión llega a convertir en incompatibles la expresión de lo humano y el servicio a lo divino, parece justo volver la cara hacia sus jerarcas y demandarles responsabilidades". En este punto se encuentra la Iglesia. En días pasados el Papa pidió tolerancia cero a los curas abusadores, y rápidamente muchos de sus obispos en Estados Unidos solicitaron que sólo se actuará contra quienes cometen estos abusos en forma reiterada, lo cual significa que para ellos lo importante no es ser castos, sino parecerlo. No les interesa que haya sacerdotes que abusan de deficientes mentales, de chiquillas y chiquillos, de mujeres desprotegidas, como documenta el autor, sino que el asunto no trascienda.
A la luz de estos acontecimientos, parecería que
La vida sexual del clero es un compendio de denuncias, pero lo es sólo
en parte, pues fue escrito y publicado por primera vez en 1995 y también
incluye testimonios de religiosos que asumen su sexualidad (homo o hetero)
sin culpa y hasta con reclamos de eliminar el celibato, postura esta última
con la que se solidariza el autor, pues considera que "náufragos
entre el cielo y la tierra, espoleados por leyes eclesiásticas muy
discutibles, pero anclados por su indiscutible humanidad biológica,
miles de sacerdotes viven sus existencias con dolor y frustración".
Pepe Rodríguez
La vida sexual del clero
Ediciones B., España, 1995.