Curas gay, una mentira colectiva
Entre los escándalos sexuales y los reclamos de una modernización moral, la Iglesia Católica vive, a nivel mundial, una de sus crisis más severas. En esta entrevista, el escritor y teólogo inglés James Alison, con estudios de posgrado en Oxford, aborda la cuestión del celibato clerical y los retos y dificultades de los curas gays ante la jerarquía eclesiástica.
Entre 1981 y 1985, Alison formó parte
de la orden de los dominicos (Ordo Prædicatorum) y en la Ciudad de
México y Amecameca realizó estudios relacionados con dicha
orden entre 1981 y 1983. Es también autor de Conocer a Jesús
(Salamanca, 1994). El retorno de Abel (Barcelona, 1999) y Católicos
y sida, preguntas y respuestas, de 1987.
Jenaro Villamil
En medio del escándalo internacional y nacional surgido por la interminable serie de demandas contra sacerdotes que abusaron sexualmente de menores, de seminaristas y de monjas, que rompieron con la rígida regla del celibato o que salieron del clóset, El Vaticano demostró en días pasados que los vientos de reforma aún no soplarán en la institución. El papa Juan Pablo II reafirmó su negativa a discutir la liberación moral en la Iglesia Católica, y el gran riesgo ahora es que se confunda abuso sexual con libre opción sexual para clérigos y laicos que profesan el catolicismo. Por estas razones, James Alison, teólogo de la orden de los dominicos, autor del libro Una Fe más Allá del Resentimiento, propone que los integrantes de la Iglesia católica sostengan una "discusión adulta sobre este punto". Alison, quien se autodefine como un free lancer dentro del clero, subraya que romper con el celibato tampoco resuelve el punto porque en la Iglesia anglicana, donde se permite el casamiento, también se han dado casos de homofobia y escándalos sexuales.
Entrevistado en el marco de su visita a la Ciudad de México
para impartir conferencias en la Universidad Iberoamericana, Alison recalca
que, en relación con las denuncias de abuso sexual a menores por
parte de sacerdotes dadas a conocer en Estados Unidos, se detecta "una
incapacidad oficial para hablar abierta y honestamente" de la sexualidad
como una condición normal del desarrollo adulto. Alison critica
de esta forma que las relaciones homosexuales y los abusos se mezclen indiscriminadamente
dentro del escándalo: "Si todo es un defecto, no hay diferencia
entre un hombre gay que busca relaciones con personas de su propia edad
o de una edad responsable, y personas con tendencias que son peligrosas
en cualquier punto. ¿Por qué no se puede hacer una distinción?
El hecho es que la jerarquía vive un mundo de tal deshonestidad
respecto a lo gay que es muy difícil hacer una distinción.
Creo que hay incapacidad a nivel oficial para hacerla."
¿Existe algún grado de discusión, abierta o soterrada, en algún nivel de la Iglesia sobre la cuestión gay y el sacerdocio?
Hay una discusión soterrada. Un libro que escribí,
Una fe más allá del resentimiento, ha sido muy bien recibido
y no he tenido ninguna crítica negativa por parte de la jerarquía
eclesiástica. Más bien impera el silencio. Lo curioso, en
este caso, es que es un silencio benigno porque se dan cuenta de que existen
estas cosas y alguien tiene que decirlas.
Sin embargo, no hay un debate abierto.
No, abierto, no. Creo que esto es propio de cualquier
grupo o institución con un sistema jerárquico, de orden y
mando, como el ejército, un partido, en donde si todo funciona a
partir de quedar bien con el superior inmediato, se impide ventilar este
tipo de temas.
¿A qué atribuyes que en las actuales circunstancias el silencio se rompa?
En parte porque la gente ha comenzado a entender que la manera de la jerarquía de resolver los problemas es sistemática, no es una convicción personal profunda, sino parte del orden que todo lo envuelve. Mi intención es hacer entender que debemos tener una discusión adulta sobre este asunto.
"Creo que hay dos posiciones: por un lado, falta capacidad
para hacer una distinción entre lo que es pedofilia, que involucra
a menores, y lo que ahora llaman efebofilia. Seamos honestos. Yo creo que
cualquier persona adulta, hombre o mujer, considera que chicos y chicas,
en pleno despertar sexual, resultan sexys. Y el que diga que no, es ridículo.
Hay que decir además que en una gran parte de los países
del mundo, la edad mínima para el consentimiento sexual es de 14
o 16 años, menor a la que impera en naciones como Estados Unidos
y México. En algunos casos, la edad no es lo importante. Lo que
sí importa es la diferencia de edad y si ha habido abusos o violación,
que son delitos. Esto es independiente del tipo de relación sexual,
sobre todo, si se trata de relaciones entre hombres. La otra posición
destaca las diferencias entre la regla general y la regla eclesiástica.
Se han dado cuenta de que en el caso eclesiástico hay mucha plata
en juego.
La discusión sobre el celibato, ¿está relacionado con el caso de los abusos sexuales?
Las dos cosas vienen absolutamente juntas. En términos
personales, yo no le veo ningún sentido a mantener la regla del
celibato. Carece de sentido mantener la obligatoriedad porque es evidente
que el celibato no es señal de nada.
¿Tiene algún valor teológico?
No. El celibato es para la mayor disponibilidad del ministro, pero, de hecho, no tiene ningún fundamento teológico. La cuestión es, en un noventa por ciento, económica. Se trata de que los bienes de la Iglesia no pasen a ser beneficio de la familia del cura. Yo creo que el desastre económico que ha resultado ser todo esto de los escándalos sexuales para la Iglesia de Estados Unidos sería mucho menos costoso si se mantuviera en el clero la posibilidad de casarse.
Alison, quien fue alumno de Raúl Vera y profesor en Teología en Bolivia y Chile, subraya que el fin del celibato tampoco resuelve el problema de los curas homosexuales. "No por tener un clero casado se disminuye la cantidad de clero gay y se aumenta la cantidad del clero hetero. Lo que se propicia es un clero de casamientos por conveniencia", subrayó.
"Lo que está pasando con la Iglesia es sólo
el síntoma del cambio que ha operado en la sociedad", sintetiza
Alison. Y lo explica de esta forma: "Hace 50 años, la Iglesia Católica
era uno de los lugares más seguros para el gay porque podías
tener una convivencia con otras personas de tu misma condición sin
enfrentarte a preguntas comprometedoras o incómodas como '¿cuándo
te casas?' y '¿cuándo vas a formar una familia?'. Había
una especie de clóset dorado. Y significaba que podías vivir
seguro, en una época en que el mundo exterior era muy violento para
los gays. Estamos hablando de un mundo de chantajes, de asesinatos, de
'pantallas'. Eso ha ido cambiado, la gente ha comenzado a decir 'sí,
soy gay', y ha sobrevivido. Y esto es lo que no ha cambiado en el mundo
eclesiástico. Ahora la iglesia se ha vuelto un lugar de completa
inseguridad y de injusticia para el gay. Las reglas del juego cambiaron.
Lo que antes era un juego muy hipócrita, pero con buenas intenciones,
ahora se ve como una hipocresía insoportable".
¿Percibes una diferencia también entre el mundo de la jerarquía y el de los sacerdotes jóvenes sobre la cuestión gay?
La edad promedio de los obispos es de 65 años.
Imagínate cuáles eran las condiciones de vida cuando ellos
tenían 18 años y cuáles las condiciones hoy para quien
tiene 18 años. Es un mundo totalmente distinto.
Muchos observadores subrayan la existencia de un problema más grave: la falta de modernización moral de la Iglesia.
Aquí estamos en el punto grave. Tocamos algo que
va demasiado al meollo del asunto. Se puede hablar muy modernamente de
algo que no nos involucra, pero aquí, con el tema gay, se está
hablando de algo que afecta a demasiada gente y por eso el nivel de racionalidad
en la discusión es muy difícil de mantener. Hay pasión
y hay historias. ¿Cómo crees que alguien que se ha movido
en un ambiente semi-gay desde el seminario, que aprendió a manejarse
en este ambiente, puede hablar de todo esto y mantener una cordura, un
discurso más antropológico, sociológico? Es muy difícil,
pero hay que hacerlo. Si no se es capaz de ser autocrítico, no se
es capaz de ser misericordioso, de tener penitencia y, por tanto, no hay
capacidad de ser católico. Sin embargo, no hay que subestimar la
dificultad concreta que esto implica.
¿Cómo consideras el caso del sacerdote español que recientemente se asumió gay en una entrevista?
No estuve muy cerca del caso, pero sí noté,
a través de la gran prensa española que ninguno de los miembros
de la diócesis de Huelva se distanció ni dijo que lo desconocía.
Se negaron a lincharlo.
El obispo lo suspendió.
Sí, pero eso también era un truco más
burocrático.
Entonces, ¿hay una proceso que elimina la incriminación interna para los sacerdotes gays?
Creo que varía de un lugar a otro. Noto que en el mundo eclesiástico hay dos tipos de gays enclosetados: uno es el hipócrita que dice 'yo estoy en el mismo juego que tú, no te voy a defender, pero tampoco te voy a perseguir'. Hay cierta complicidad. Ellos no tienen una necesidad patológica de perseguir. Y creo que, cuando me preguntas del Vaticano, hay muchísimos de estos casos.
El otro tipo, más difícil de identificar, es el homófobo empedernido que tiene que perseguir porque está implicado inconscientemente. Son los que tienen manía de limpieza. Ellos son los peores perseguidores, tienen que hacer una cruzada de corrección moral y siempre se van a cerrar a la modernización moral.
Tenemos casos tristes de sacerdotes gays asumidos que
mantienen el celibato y causan pánico entre los demás miembros
de la comunidad y que a lo mejor no están asumidos y tienen relaciones
subterráneas. Vivimos en un mundo corporativo cerrado. En muchos
casos, los problemas reales se originan por cuestiones de celos.
¿Qué prevés en el futuro de esta discusión?
Depende hasta qué grado nosotros, los gays católicos
practicantes, con amor a la Iglesia, logramos mantener una discusión
honesta entre nosotros que no sea un fariseísmo de unos contra todos,
un revanchismo, y logremos que haya un aterrizaje fácil para quienes
no lo han tenido. Esto implica llegar a delatar los mecanismos de defensa
porque cuando la gente se siente amenazada, se hace cada vez más
radical y más ridícula. Cuando hay gritería eclesiástica
cada vez menos dentro de lo real, como lo está percibiendo la gente,
los únicos que se están delatando son ellos mismos. Dan la
impresión de estar empantanados en un surco. Es bueno que todo esto
no pase por el lado tan legalista como está sucediendo en Estados
Unidos. Nada como estos pleitos jurídicos produce una reacción
garantizada de defensa. Las personas dejan de ser vistas como personas.
¿Percibes un maniqueísmo en el pleito jurídico?
Sí, porque sólo hay buenos y malos. La cuestión para mí es si podemos llegar a hablar de la verdad. La gente gay estamos saliendo de muchísimos años de haber vivido en una mentira. Es una gran conquista comenzar a vivir sin esa mentira, lo cual no significa que esto va a ser fácil. Estamos en el proceso de salir de una mentira colectiva. La visión de lo gay como un hecho de la naturaleza, y punto, es un descubrimiento bastante reciente. Y es un hecho que se comenzará a entenderse en la medida en que se deja de perseguir todo lo que antes se consideraba raro o extraño.