lunes 29 de abril de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
n Les prometieron 450 pesos de salario al día; nunca les pagaron
Con engaños, jóvenes poblanos son llevados a Sonora para trabajar sobreexplotados

Francisco Rivas Zerón n

Con engaños y la ilusión de ganar dinero para apoyar con el gasto de sus hogares, un grupo de 35 personas -entre poblanos y oaxaqueños-, quienes habitan en las colonias del sur de Puebla, viajaron al norte del país para incorporarse a los cultivos de uva, como recolectores, donde fueron víctimas de violaciones a sus derechos humanos, acusaron.
La travesía comenzó la última semana de febrero, cuando un hombre conocido como Federico Domínguez, alias "el Bebé", invitó a un grupo de jóvenes de las colonias Unión Antorchista, Ampliación Antorchista, Ampliación Luis Donaldo Colosio, Nueva Democracia y Nuevo Plan de Ayala, para emprender un viaje al estado de Sonora, con la finalidad de laborar en los viñedos, y como remuneración obtener hasta 450 pesos diarios, tres comidas y habitaciones cómodas.
Ante la oferta, estos adolescentes -debido a que las edades de los "invitados" fluctuaban entre los 12 y los 18 años de edad- decidieron guardar en secreto su intención de emigrar en busca de un salario, ante el temor de que sus padres y familiares se los negaran, "por los riesgos que pudieran encontrar en la aventura", contaron.
Así, el 16 de marzo del presente año a las 12 de la noche, a la colonia Ampliación Antorchista llegó un autobús para 38 pasajeros, del que bajó "el Bebé". En las calles aledañas ya esperaban algunos muchachos el momento para abordar el transporte y partir, sin que fueran detectados por sus parientes.
Eduardo Lezama -una de las tres personas cuya edad rebasaba los 50 años y que realizó el viaje- contó que aquella noche tuvieron que esperar hasta dos horas para subir al camión, debido a que muchos jóvenes se retrasaron porque sus padres no dormían y, por ende, no podían salir de sus casas para "fugarse".
"Si decidí irme hasta Sonora no fue por puro gusto. Mi hijo, Adrián, me insistió en que lo dejara trabajar en los viñedos con sus amigos, y la verdad es que tuve mucho miedo, y solo no iba a darle permiso. Le dije, ¿quieres ir?, no hay bronca, pero vamos los dos, aunque te enojes... y aceptó", expuso.
Un par de días después, con una temperatura por arriba de los 42 grados centígrados a cuestas -comentaron- llegaron a una finca ubicada en el kilómetro 232 en la carretera que comunica a las ciudades de Hermosillo y Caborca, en Sonora.
En el trayecto desde Puebla hasta Hermosillo, recordó Bandomero Hernández Mora -otro de los jóvenes. de 22 años de edad- apenas pararon en seis ocasiones para desayunar, comer o cenar, o las tres cosas para algunos, quienes aprovechaban su tiempo en dormir o ir al baño.
"Desde ese momento pensé que no iba a ser un sueño como nos había comentado el Bebé, nos estuvo friega y friega para enrolarnos en ese trabajo. Si en 48 horas sólo paramos seis veces, de las que no todas tuvimos tiempo para comer tranquilos, ya me latía que el trabajo no sería como lo que me imaginaba en un principio", mencionó.

El sueño hecho trizas

Una vez instalados en los viñedos El Alto, el sueño de obtener un salario de 450 pesos al día, se cayó de golpe. De acuerdo con Miguel Juárez -uno más de los involucrados en la emigración, y de 16 años de edad- al recibir del capataz sus instrumentos de trabajo, recordó que éste les advirtió: "Para que reciban una buena paga, necesitan llenar las cajitas -huacales de madera forrados de cartón-. Por cada una de estas les vamos a dar ocho pesos; tienen de las seis de la mañana hasta las seis de la tarde para juntar las que puedan, con una hora para comer, aunque les recomiendo que se aguanten a la merienda para que no se vayan con poquito (dinero)".
Miguel explicó que el primer día de labores los levantaron a las 4:00 de la madrugada, "según para que nos bañaramos". Uno de sus compañeros de cuarto cuestionó el hecho, para qué se iban a bañar si se ensuciarían con la tierra del campo y el sudor que les causaría el sol.
De acuerdo con el relato de Eduardo Lezama, en ese momento comenzaron las violaciones a sus derechos humanos. "Debido a que nos levantaron con dos horas de anticipación, nos pidieron que desayunáramos y de inmediato nos digiriéramos a piscar los racimos de uva. Le comenté a mi hijo que faltaba una hora para el desayuno y que se durmiera otro rato; el capataz, sin remordimientos, nos arrojó una cubeta de agua fría y nos advirtió que o íbamos al desayuno con todos, o nos quedábamos sin comida y trabajando todo el día".
Ese mismo día, 20 de marzo de 2002, varios muchachos, no sólo de Puebla, sino provenientes de otros estados de la República Mexicana, acusaron dolores en sus manos por la falta de costumbre para arrancar los racimos de uvas de las plantas.
Respecto de lo anterior, Eduardo Lezama narró: "Ignacio Castillo Ortiz, que vive en la colonia Ampliación Antorchista, fue uno de los que tuvo dolores en los dedos y las palmas de las manos. Como estaba cerca, me pidió auxilio y comencé a darle un masaje; le recomendé que descansara un poco. Sin embargo, el capataz, que en ese momento supe que se llamaba Héctor Bermúdez, le impidió descansar, lo tiró contra el piso y lo incorporó al trabajo con un 'hazlo o no ganas nada hoyÕÕÕ.
Al término de la primera jornada, agregó, los jóvenes fueron a solicitar su pago por haber recolectado en unos casos hasta 10 cajas de uvas. La respuesta de Bermúdez fue tajante, resaltó Lezama: "No hay dinero, hasta la quincena; si quieren y les parece, si no, váyanse de aquí o aguanten".
El dinero, precisó, lo querían los chavos para ir al pueblito que estaba a un par de horas de El Alto a beber un poco de cerveza para relajarse por el primer día, en el que no habían salido las cosas como soñaban.

La discriminación

Bandomero Hernández comentó que la discriminación hacia sus compañeros comenzó el 21 de marzo por la noche, cuando los cambiaron de cuarto, ya que donde se hospedaban quedaría a cargo de unos amigos del capataz que estaban de visita.
"A la 1 de la mañana, mientras nos encontrábamos durmiendo, nos fueron a levantar para que desalojáramos la habitación. No era un gran cuarto, pero al menos estábamos seguros de que no entraría ningún animalito, como escorpiones, que son comunes en la región, según nos comentaban".
"De ahí nos mandaron a una cabaña que estaba a un costado de nuestra primera sede. Al entrar, nos encontramos con camas de piedra; las paredes sin vidrios, el techo de lámina mal puesto y con cucarachas por todos lados. Reclamamos por eso, pero nos dijeron que no íbamos de vacaciones y que trabajar en los viñedos era un orgullo, pese a las condiciones de los dormitorios".
Otra de las anécdotas que recuerda Ignacio Castillo y que, dijo, dan muestra de las violaciones a sus derechos humanos, está que durante la comida a muchos les retiraban el plato a los pocos minutos de haber comenzado a digerir sus alimentos.
"Todos los días nos daban de desayunar, de comer y de cenar frijoles y agua, sólo unos días, que ellos llamaban especiales, nos agregaban huevo revuelto, no había leche ni pan. Lo malo de todo eso era que, un día, sólo porque me retrasé cinco minutos, me pusieron el plato en la mesa, comí un taco de frijoles y los cocineros me lo arrebataron, que por órdenes del patrón, porque a su mesa nadie llegaba tarde", puntualizó.
A estas situaciones, se añade el hecho de que no les daban permiso de salir si no tenían familiares en la zona o, en su "equivalente" -coincidieron los muchachos- un motivo "real" para dejar la finca. De igual forma, relataron que al término de la primera semana de trabajo, ninguno recibió su pago, y Héctor Bermúdez les aclaró que por nada les pagaría 450 pesos, salvo que tuvieran "muchas ganas" de recolectar con más rapidez.