Luis Linares Zapata
Cuba, una crisis incubada y real
El Ejecutivo federal desoyó los consejos del Congreso de la Unión: votó en Ginebra por intervenir en los asuntos internos de Cuba, se alineó, por voluntad propia, con los dictados de Estados Unidos y provocó la mayor crisis en la diplomacia mexicana.
Después de 100 años de una cercana convivencia entre México y Cuba, un gobierno de transición, con toda su impericia a cuestas, que raya en la pérdida de identidad, las lleva a un punto de tensión intolerable. La ruptura sería un simple paso consecuente que el gobierno de Fox decidió escatimar, a pesar de las intencionadas ofensas enviadas desde La Habana.
Fidel dio el quiebre como inminente y natural desenlace de esa su indiscreción a la que afianzó con la promesa de su renuncia, sólo para solicitar similar reciprocidad de su contraparte ante la inmisericorde balconeada. Ahora se explican las belicosas diatribas contra un vapuleado Castañeda que vagará, de ahora en adelante y hasta un cercano día de despedida, como una sombra sin mayor sustento.
La opinión que el Congreso ha expresado en sus votaciones respecto al caso, ciertamente fundado, de las violaciones a los derechos humanos en Cuba, responde a las opiniones y sentires de la mayoría del pueblo mexicano. Coincide también con las condicionantes constitucionales que se le imponen al Ejecutivo federal para diseñar y conducir su política externa: la no injerencia en los asuntos de otras naciones y el respeto a la propia determinación, que fueron violentadas por Fox a instancias de un canciller y un partido que siente y no puede manejar de manera racional sus pulsiones ideológicas reaccionarias.
De aquí en adelante la participación del Congreso se verá como necesaria y creciente para modular los desplantes, las definiciones que fueron adoptadas por la cancillería sin la debida concurrencia de los legisladores y demás fuerzas políticas y sociales que pueden, y hasta deben, intervenir en todo el proceso conductual de las relaciones exteriores.
El centro medular que discrimina y jerarquiza las consideraciones geopolíticas mexicanas es la integración con América del Norte. A este propósito se subordinan tanto los programas como las acciones y tratos con los demás países, es cierto. Para descargo de la actual administración debe decirse que este larvado, denso movimiento es en realidad una búsqueda de nueva identidad, más abarcante y compleja, de la nación mexicana y no una pose, algo sorpresivo o de dudoso origen en este gobierno.
Millones de mexicanos, una abrumadora mayoría, ha ido delineando este movimiento integrador con sus sentires, expectativas de una vida mejor, única salida a sus tribulaciones por la sobrevivencia, afanes de progreso, imitación, irresistible influjo o simple moda. Pero de ello a pasar a las actitudes lacayunas y poquiteras que se revelan en la humillante conversación de Fox con un avezado y ventajoso Fidel, hay gran trecho. Uno que apunta hacia un gobierno inepto, y ahora probadamente mentiroso, hacia un gobierno que no atina a conservar el rasgo, el pequeño, pero indispensable jirón de soberanía que la relación con Cuba le otorgaba, y lo sacrifica en una intentona por darle concreción al cambio prometido.
En adición a tal decisión estratégica, de gran envergadura y múltiples consecuencias que todo lo afectan, datos adicionales señalan hacia la formulación de una táctica electoral del gobierno de Fox que, arriesgando las relaciones con Cuba, ha recalado en la entrevista oportunidad de enfrentar al Congreso y exponerlo a la furia de los electores.
Fox y sus consejeros saben, por sus propias inacciones, que las posibilidades de lograr acuerdos con la oposición son muy bajas o realmente nulas, y el proceso electoral para renovar a los actuales diputados empieza en seis meses. Anticipar la carrera la han visualizado como una ruta asequible que les puede acarrear beneficios dada la prueba mediática que hicieron al confrontar a los priístas que le negaron la salida al Presidente en su proyectado viaje a Canadá y Estados Unidos. Otra parte débil de esta ruta de confrontación la aporta la fragilidad de un PAN que da tumbos y se enreda como una caracola en sus propias tribulaciones y desatinos.
Las reformas del Estado están, por ahora, liquidadas. La reforma eléctrica que tanto importa, si sale, llevará el sello del PRI y del PRD. No coincidirá, hay que decirlo, con las posiciones del Presidente, su partido, los compromisos que se han ido adquiriendo con los empresarios de adentro y afuera, así como con los organismos multilaterales (FMI, BM) que tanto presionan para revivir el periodo privatizador de las empresas públicas. Y la reforma energética, dependiente de la anterior y de la capacidad del Estado para recaudar mayores sumas por distintos impuestos que le den autonomía de gestión, además de posponerla, la empujarán por la misma ruta de renovada postura nacionalista, de creciente simpatía entre las bancadas de la oposición.