Pilar Claudin, una vida contra la injusticia
''El cambio mundial debe partir de la sociedad'', dice
la luchadora antifranquista
ARMANDO G. TEJEDA CORRESPONSAL
Pilar Claudin es una mujer que a sus 78 años mantiene
incólume un activismo en pos de las causas justas. Su vida es un
reflejo inequívoco de los estragos de los regímenes totalitarios
y la sinrazón de las guerras que dejaron su marca perversa en el
siglo pasado. A los 13 años, cuando era una adolescente en el seno
de una familia de clase media alta, estalló la Guerra Civil española
(1936-1939). Ahí empezó su inagotable lucha y fertilizó
su impronta rebelde, que le llevó a sufrir en carne propia los calabozos
y las torturas del régimen franquista.
Claudin recibirá este lunes, junto con otros ex
presos de la dictadura española, un homenaje en el emblemático
Tea-tro Líceo de Barcelona, donde se entonarán las viejas
canciones y poemas de la causa republicana y se rencontrará con
sus antiguos compañeros, todos testimonios vivos de ese acontecimiento
trágico que fue la Guerra Civil.
-Cuando estalló la guerra usted era una niña,
¿cómo recuerda aquellos primeros días de enfrentamiento?
-Yo estaba en Madrid, pero unos meses después tuvimos
que salir en una expedición de pioneros a Valencia, donde estuve
ocho o nueve meses. Luego nos fuimos a Barcelona, donde viví los
años más terribles de la guerra. En aquella época
me incorporé a la Organización Juvenil del Partido Comunista
y otra asociación que se llamaba Unión de Muchachas, formada
por mujeres jóvenes que nos dedicábamos a ir a los hospitales
a atender a los heridos; también visitamos el frente, donde hicimos
cuadros artísticos y de baile para los milicianos. En el frente
estuvimos bastantes veces, pero nunca con la disposición de pegar
tiros, sino como apoyo moral a las personas que estaban luchando.
''Cuando
terminó la guerra yo salí inmediatamente de Barcelona con
mi padre. Fue muy terrible, porque las fuerzas nacionales nos venían
persiguiendo e iban ametrallando en las carreteras. El enemigo te hace
sentir la derrota, no la personal, sino la de una guerra que se ha perdido.
Lo que ocurrió en la Guerra Civil fue terrible, se mataron familias
y se dividió totalmente la sociedad.
-¿Qué hecho concreto, si lo hay, la motiva
a incorporarse tan joven a la lucha clandestina?
Creo que ha sido por un aprendizaje familiar; mi padre
fue en gran medida el guía de todos nosotros y siempre en mi familia
se aborreció la injusticia, se luchó contra ella y se practicaba
de forma cotidiana la democracia. Mi hermano, Fernando Claudin, era muy
comprometido y también le metieron en la cárcel hasta que
pudo exiliarse en la Unión Soviética. Pero yo creo que él
nos encaminó a toda la familia a revelarnos contra la injusticia
y nos convenció de que había que luchar, pero cuando terminó
la guerra nosotros teníamos a tres hermanos en la cárcel
-¿Su padre luchó en el frente?
-No, mi padre no hacía nada más que trabajar
para ganarse la vida, pero como yo no quise salir del país él
decidió quedarse conmigo y no viajar a Francia, como lo habían
hechos unos meses antes mi madre y mis hermanos. Ellos vivieron ese tiempo
en los campos de concentración de Francia, donde después
nosotros los alcanzamos.
''Recuerdo que fue bastante duro, pues los franceses nos
trataron regular; nos metieron en campos de concentración, tengo
un recuerdo amargo de esos años, sobre todo por la separación
de mi padre, porque los gendarmes franceses se lo llevaron a una prisión
por una denuncia en su contra por 'hacer política con la gente'.
Recuerdo que cuando se lo llevaban yo me aferraba a sus piernas llorando.''
-¿Ustedes en qué condición quedaron?
-A mí y a un grupo de amigas, creo que éramos
22 jóvenes, nos metieron en un camión de carga de mercancías
o de ganado, y después de estar cinco días sin poder salir
de ese vehículo nos dimos cuenta que nos habían llevado engañadas
a España. El paso de la frontera de Hendaya fue muy duro, pues tuvimos
que romper todas nuestras documentaciones. Después los guardias
civiles nos hicieron estar varias horas con la mano en alto frente a un
retrato de Franco; así hasta que nos aprendimos el himno franquista,
el Cara al sol.
"Luego nos preguntaron si teníamos familia, y recordé
que tenía en Huesca un tío que era médico militar
del Ejército Nacional y que había estado prisionero por los
republicanos. Era un hombre totalmente contrario a mis ideales, por lo
que no sabía cómo iba a ser recibida en esa casa, pero llegué
y me recibieron, incluso mi tío me curó de una úlcera
en un pie y de una pierna que llevaba en cabestrillo. Iba en unas condiciones
terribles."
-¿Su familia logró salir de los campos de
concentración?
-En esa época, alrededor de 1942, la mayoría
de mi familia estaba en Francia, pero después el gobierno en el
exilio arregló con el gobierno francés su salida hacia México,
adonde llegaron, después de un viaje en barco, como refugiados políticos.
-Usted decide, sin embargo, quedarse en España
y seguir luchando en la clandestinidad.
-Sí, porque después de pasar una temporada
con mi tío, un hecho que viví cuando fui a visitar a uno
de mis hermanos encarcelados me hizo reaccionar para reincorporarme a la
lucha clandestina. Esa noche había sucedido una cosa terrible: habían
sacado de la prisión de Alcalá a un grupo de combatientes,
los habían atado y después fusilado en el cementerio. Fui
al cementerio y recuerdo que el sepulturero me enseñó dónde
los habían matado: estaba todavía su sangre, así que
decidí coger un puño de esa tierra ensangrentada e incorporarme
a la lucha de nuevo. Consideré que la única forma de evitar
esos crímenes era luchando para echar abajo a Franco, un idealismo
por el que había que luchar en aquella época.
"Recuerdo que cuando veía a mis hermanos, que habían
sido detenidos por pertenecer al Ejército Republicano, todos los
presos gritaban en los locutorios de visita lo mismo: 'Traednos pan'. A
uno de mis hermanos, que después de permanecer preso más
de cinco años fue detenido de nuevo y encarcelado por continuar
en la lucha clandestina, le quedó una claustrofobia terrible porque
lo tuvieron mucho tiempo incomunicado en la celda. En realidad toda la
familia hemos sufrido muchísimo las consecuencias de la derrota
de la guerra, pero creo que todos hemos tenido mucha dignidad para sobrellevar
esta situación."
Labores en Mundo Obrero
-¿Qué tipo de actividades realizó
en la clandestinidad?
-Trabajaba en la imprenta del Mundo Obrero; no
era de ninguna manera la responsable del aparato de propaganda, sino la
que repartía los ejemplares. El ser tan joven me permitía
hacer cosas que otras personas mayores no podían, por ejemplo repartía
el Mundo Obrero en las iglesias, vestida de colegio de monjas, con
mi capita y mi uniforme. Después los enlaces redistribuían
los ejemplares por el resto del país.
"Pero después una persona que fue descubierta por
el régimen se hizo confidente de la policía y nos denunció;
a mí me acusó de ser la responsable del aparato de propaganda,
cosa absurda, ya que además entonces yo tenía sólo
21 años. El caso fue que un día llegaron a la casa y nos
detuvieron; en el momento en que llegaron teníamos al tipógrafo
en casa, a quien nunca jamás volví a ver, haciendo el Mundo
Obrero que debíamos tener listo para el 7 de noviembre, ya que
era el aniversario de la Unión Soviética. Mi casa estaba
totalmente empapelada de ejemplares del periódico, ya que los dejaba
regados en el piso mientras se secaban, así que cuando llegó
la policía, imagínate la situación."
-La prueba era irrefutable y supongo que le pidieron los
nombres de los destinatarios de los ejemplares.
-Así es, me dijeron que todo aquello había
que entregarlo y que la responsable de hacerlo era yo, así que me
pidieron los nombres de los enlaces, pues querían derrumbar todo
el aparato de propaganda. Pero desde luego por mí no cayó
nadie. La tortura no fue sanguinaria, pero recuerdo que sentí que
todos los días me iban a violar, porque esa era la amenaza. Eso
me afectó mucho hasta que me hice un lavado de cerebro y
pensé: bueno, a lo mejor me violan y me quedo embarazada, pero ese
hijo será hijo de la lucha, por lo que será el mayor orgullo
que podría tener. Sería un hijo fruto de una violación,
pero también de mi valentía de no querer hablar.
-¿Cuánto tiempo duró la tortura?
-La tortura y la persecución de la dictadura era
la forma que Franco tenía para exterminarnos. En la cárcel
lo pasé muy mal porque tenía compañeras condenadas
a muerte que las sacaban a fusilar al patio de la prisión y nos
íbamos quedando poco a poco sin ellas.
"Hubo un momento en el que estuve en la Dirección
General de Seguridad, donde me habían torturado durante un mes,
y de ahí me llevaron a la cárcel. Yo tenía totalmente
bloqueado en mi memoria cómo fue mi entrada en la cárcel,
no me acordaba absolutamente de nada, pero después de estar tres
o cuatro días dándole vueltas en la cabeza con la obsesión
de recordar cómo había sido ese día resultó
que había entrado en un lugar que se llamaba Ingresos, donde había
sobre todo presas comunes, porque a las presas políticas las tenían
separadas; la mayoría de las presas comunes eran lesbianas y estaban
todas acostadas en el suelo, en unas colchonetas. Cuando entré a
la habitación resultó que no tenía ningún espacio
ni nadie me lo hizo. Las consecuencias de la guerra fueron terribles, pero
lo vives de alguna manera sin rencor, igual que no siento rencor porque
me torturaran o me metieran en la cárcel. Yo sabía que al
meterme en un movimiento clandestino me estaba comprometiendo y que esto
tenía una serie de consecuencias, en concreto la tortura y la cárcel."
Palizas, amenazas de violación...
-¿Qué tipo de torturas eran las más
habituales en las cárceles?
-Era con base en destruirnos a palos; en ocasiones, para
hacerme hablar, me obligaban a mirar cómo golpeaban a algún
compañero, que me suplicaba que hablara, pero nunca confesé.
Todas las noches sabíamos que nos iban a subir al interrogatorio,
donde unas veces nos maltrataban y otras no, pero lo más violento
para mí eran las frecuentes amenazas de que me iban a violar, pues
tenía 21 años y era virgen. Hubo días que fue tal
la paliza, que recuerdo que subía con la nariz ensangrentada y los
ojos amoratados. Mucha gente después de torturada era fusilada;
por fortuna no fue mi caso. También sé de una persona que
se suicidó en la cárcel después de haber denunciado
a dos de sus amigos, que fueron fusilados, pero para que declarara le habían
llevado a su mujer embarazada a la cárcel, a la cual le pusieron
las botas encima del vientre y al preso le dijeron que si no hablaba la
"reventaban". Pues claro que habló, por eso creo que muchos de los
que llamaban confidentes no eran tales, sino que simplemente no habían
resistido las torturas o las amenazas.
-¿Sus padres cómo reaccionaron ante su detención?
¿Pudieron hacer algo para ayudarla?
-Fue terrible, ya que mis padres estaban en México
y se les había muerto recientemente un hijo de 23 años de
una operación de apendicitis cuando mi padre se enteró de
mi detención, escuchando las noticias a través de Radio España
Independiente, que difundieron que había sido capturada en una redada
y que estaba siendo torturada. Estuvo un año sin decírselo
a mi madre y yo no los volví a ver hasta después de 28 años.
Cuando me separaron de ellos tenía 17.
-Pero sale de la cárcel, después de siete
años de cautiverio, y decide incorporarse de nuevo a la clandestinidad.
-Al salir de la cárcel me incorporé de inmediato
a la lucha en la clandestinidad. En esta época conocí en
la lucha a Felipe González o Jorge Semprún, por ejemplo,
pero después me tuve que ir del país, ya que permanentemente
tenía citatorios para que me presentara, pues salí en libertad
condicional. Nos tuvimos que ir mi marido y yo porque ambos estábamos
en las mismas condiciones. Así que nos fuimos al mundo socialista,
pero a seguir luchando; vivimos en Rumania y en las entonces Checoslovaquía
y Unión Soviética.
"Bueno,
a Antonio lo conocí desde que éramos pequeños, pero
después de que los dos salimos de la cárcel ya nunca jamás
nos separamos. Como Antonio estaba tan mal en aquella época, ya
que de su estancia en la prisión y de la vida clandestina le brotó
una especie de manía persecutoria, el partido nos propuso irnos
a vivir a Rumania. Nos fuimos para allá con nuestros dos hijos y
sin saber el idioma.
-La experiencia en el régimen rumano, ¿qué
tal fue?
-Es una historia fea porque en esa época me decepcioné
del socialismo, ya que llegamos en plan de privilegiados, un contrasentido
total para nuestra ideología. Además estábamos rodeados
de policías, nos llevaban la comida a la casa y nos daban productos
que el propio pueblo rumano no comía. Entonces pensé que
si hemos luchado durante toda una vida para que no haya diferencias no
nos podía entrar en la cabeza que cuando vivíamos en el socialismo
nosotros mismos fuéramos unos privilegiados. Luego fuimos a la Unión
Soviética, a Polonia, a Checoslovaquia, y en todos estos países
había una diferencia de clases brutal, además de la represión
política, que también era tremenda. Por eso cuando he visto
el hundimiento del mundo socialista de alguna manera lo esperaba, porque
creo que la gente tiene un límite. Eran regímenes dictatoriales,
pero por eso no vamos a dejar de luchar; en ese sentido estoy con Adolfo
Sánchez Vázquez cuando dice que no podemos pensar que no
debemos seguir defendiendo un mundo mejor. No pienso en la igualdad total
de las personas, eso creo que es una tontería, simplemente defiendo
que los que tengan menos vivan dignamente.
-Luego parten a Cuba...
-Así es, y fue gracias a que le insistí
a Santiago Carrillo, el entonces dirigente del Partido Comunista Español,
que nos sacara de estos países donde nos sentíamos otras
vez presos. Entonces vivimos lo que fue la invasión de Bahía
de Cochinos, estuvimos con el Che Guevara, con Fidel Castro y con Camilo
Cienfuegos. En Cuba, donde los peligros eran reales, recuperamos nuestra
libertad y nos despojamos del sometimiento de la clandestinidad.
Simpatía por los globalifóbicos
-Luego llegan ya para quedarse definitivamente en México
-A mí México me abrió el alma y me
encontré con un país excepcional en su manera de recibir
a los refugiados españoles, y me permitió también
seguir luchando por causas muy importantes, como la defensa de los derechos
de los indígenas, por lo que he participado siempre en las marchas
y caravanas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Creo que la lucha para cambiar el mundo tiene que ir de abajo hacia arriba,
son las masas las que tienen que provocar el cambio; por eso mientras no
concienticemos bien a la sociedad de este país no lo vamos a lograr.
Además ahora con la globalización es todo mucho más
difícil, por eso me entusiasman los grupos de globalifóbicos
y me gustaría ser más joven para ir a todas esas movilizaciones.
Soy partidaria de que en la calle es de donde deben emerger los movimientos
de resistencia a este mundo globalizado, que es cada día más
terrible. La pobreza de México es incomparable, al menos no he estado
en ningún país que tenga tales niveles de miseria; posiblemente
la India sea el único país comparable, pero ahí nunca
he estado. Por eso la única arma que tiene el pueblo, que es la
palabra, la debe utilizar para plantarle cara a las injusticias del sistema.