Angel Guerra Cabrera
Venezuela: un respiro
La acción del pueblo y una mayoría del ejército hizo posible la fulminante liquidación del golpe de Estado orquestado desde Washington contra el gobierno constitucional de Venezuela. Evitó un baño de sangre que se veía venir con la represión de las manifestaciones antigolpistas por la policía del alcalde opositor de Caracas y la conducta fascista del empresario Carmona en su fugaz gestión. De lo que parecía una gravísima derrota de las fuerzas populares en América Latina hizo una victoria rotunda, aunque no definitiva. El incontenible torrente de masas que desplazó a los golpistas hunde sus raíces en el caracazo, primera gran rebelión latinoamericana contra la aplicación de las directivas del Consenso de Washington por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez, a la que este respondió con una masacre. La denuncia de estos hechos, del usufructo patrimonialista de la renta petrolera por la corrupta minoría dominante y la reivindicación de la soberanía nacional y la distribución justa de la riqueza proclamados por el posterior alzamiento militar contra el gobierno de Pérez, unió la suerte de su líder Hugo Chávez a la creciente masa de marginados y empobrecidos del país, de la que devino símbolo. Ellos principalmente lo llevaron a la presidencia de la república, y hace unos días propiciaron su retorno al cargo después de su breve remoción por los usurpadores. La toma de las calles de Caracas por habitantes de los barrios populares, en un levantamiento espontáneo al margen de estructuras establecidas, lanzó contra los golpistas a los soldados y mandos medios del ejército -también pobres, negros o mestizos y partidarios de Chávez- y posibilitó a generales leales y líderes chavistas ponerse al frente del contragolpe.
La sublevación popular venezolana contra el golpe enlaza con la de los argentinos que derrocó a De la Rúa y batalla por cambiar el rumbo del país; la de indígenas, sindicatos y militares patriotas de Ecuador; la de los indios de Chiapas; las demostraciones de Seattle, Génova y Barcelona; la intifada palestina; la larga resistencia de los cubanos contra el bloqueo yanqui. Ellas constituyen un auténtico referendo mundial contra la globalización neoliberal, que gana fuerza por días y que podría seguir ofreciendo sorpresas como la de Venezuela, pese a la dictadura militar global que intenta imponer Bush con el pretexto de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Los pueblos están perdiendo el miedo frente a oligarquías clones de sus amos imperialistas. El farisaico documento de factura estadunidense contra Cuba que apoyarán mañana en Ginebra varios gobiernos de América Latina marca un nuevo hito en la genuflexión de aquellas ante Washington.
Chávez ha llamado al diálogo a sus opositores. El intento de persuadir es siempre saludable. Pero al margen de los errores que seguramente ha cometido el presidente, no es su inflamada retórica ni su supuesta intolerancia y voluntad confrontacionista lo que divide a Venezuela en dos campos, sino su conducta patriótica y a favor de los sectores populares, que le ha concitado el odio zoológico de la oligarquía local y de la plutocracia estadunidense. El que Venezuela sea el tercer abastecedor de petróleo de Estados Unidos y haya revitalizado a la moribunda OPEP hace más enconado el enfrentamiento. Las clases y grupos sociales que intentaron derrocar al gobierno legítimo de Venezuela son los mismos cómplices y beneficiarios en casi todos los demás países latinoamericanos de la enorme desigualdad social impuesta por el imperialismo estadunidense, agravada al extremo por las políticas neoliberales. Al igual que en Venezuela y en el Chile de Allende, los grandes empresarios, los dueños de los grandes medios de comunicación y gran parte de los políticos profesionales y jerarcas católicos romperán con el credo democrático que dicen profesar, y no dudarán en recurrir al golpe de Estado cuando un gobierno surgido del voto popular amenace con disminuir sus irritantes privilegios. El régimen de Chávez ha ganado un respiro. Pero para poder imponerse a la subversión oligárquica-yanqui, que volverá a la carga tan pronto se restablezca de la sorpresa, es menester que acometa de una vez la organización de sus bases de apoyo social, enjuicie a los autores del golpe y la represión y ponga en práctica, hasta las últimas consecuencias, las leyes redistributivas que tanta simpatía popular le han granjeado.
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