Teresa del Conde
Manrique: una visión
A 10 años de que Jorge Alberto Manrique recibió el Premio Universidad Nacional, de donde partió el proyecto que ahora comento, apareció la recopilación ya completa de sus obras en cinco volúmenes, publicadas por el Instituto de Investigaciones Estéticas con prólogo de su directora, María Teresa Uriarte, e introducción de las tres personas que con mayor ahínco participaron: Martha Fernández, Margarito Zandoval y Edgardo Ganado Kim. (Manrique participó en la selección y el ordenamiento de los textos).
Los volúmenes no corresponden propiamente hablando a una antología, porque están recogidas casi la totalidad de sus obras, excepto los artículos periodísticos y lo aparecido después de 1995. Los índices dan cuenta de la mentalidad universalista del autor, lo que de ninguna manera equivale a mente dispersa. Hay (diría que habemos) personas reacias a pasar la vida en pos de un solo tema. Esto, que es valiosísimo, hace a los especialista y éstos son indispensables en todos los campos de la cultura.
La opción contraria, la de Manrique, se verifica, creo, por vocación. Ha perseguido la historia en todos sus modos, tiempos, números y personas y de ello dan cuenta los ensayos reunidos en los cinco volúmenes. Mencionaré algunos temas que han llamado mi atención: la arquitectura del puerto de Veracruz, el referido a las ''señales urbanas en la ciudad de México"; el que trata del arte náhuatl situando a sus artífices como genuinos artistas, puesto que ''se les consideraba verdaderos creadores y no simples artesanos"; los referidos a la arquitectura porfirista, que son magistrales, y suma y sigue. Los hay que en su momento fueron piedras de toque: ''El neóstilo: la última carta del barroco mexicano", ''Las catedrales mexicanas como fenómeno manierista" (partió de un curso sobre ese tema al que asistí); ''El rey ha muerto, šviva el rey!" (sobre la renovación de la pintura mexicana mediante la generación denominada "de la ruptura"). No es mi intención desglosar los índices, que son exhaustivos. Me limito a entresacar algunas consideraciones sobre crítica de arte, emitidas en los apartados correspondientes.
Manrique dice que sobre los críticos han llovido todos los insultos posibles y cita a propósito de ello a Truman Capote y a Igor Stravinsky. ''Tanto odio y desprecio se explican indudablemente por el hecho de que el crítico es un hombre (o una mujer) que se supone debe emitir juicios sobre algo de naturaleza tan delicada y tan cercana a las fibras más sensibles de otros hombres, los artistas, como lo es la obra de arte''. Avanza ejemplos sobre enfoques críticos: unos ocurren cuando los juicios se apoyan en un criterio teórico general del que se pueden deducir las cualidades particulares de las obras. O bien los juicios se garantizan por la aplicación de esquemas particulares a cada obra, lo que lleva necesariamente a un relativismo. También pueden sustentarse en la recreación de los procesos creativos.
No obstante, los juicios no dan ''ninguna garantía", pero una obra no existe como obra de arte en tanto no hay alguien que la contemple como tal y el crítico viene a ser no otra cosa que un espectador, si se quiere, de excepción. Sin embargo, la historia de la crítica no es una larga cadena de juicios errados, sino de juicios históricos, correspondientes a cada época. Porque, me pregunto, Ƒqué haríamos sin Vasari o Sandart?, Ƒqué sin Altamirano? ''Lo que ellos dijeron sigue importando... no nos importan por la vigencia de sus juicios, sino por la vigencia del camino que siguieron para llegar a ellos". De modo que lo escrito por los críticos los explica a ellos y a su circunstancia, como quería Ortega y Gasset.
La crítica nunca se debe presentar como oráculo, pero sí es un instrumento ''importante para enriquecer la percepción". Es, me permito añadir, el conjunto de ladrillos que va armando lo que los historiadores construyen. Estos, quiéranlo o no, al seleccionar determinadas fuentes actúan de manera simultánea con sentido crítico. Ese capítulo termina afirmando que ''la historia en verdad nos ha enseñado a ser modestos, pero no necesariamente escépticos".
En otro capítulo, ''Crítica en Latinoamérica: sintonía y disonancias", Manrique ofrece continuación con el tema. Allí afirma que ''el medio de la crítica artística más normal, y el que se supone que mayor influencia tiene en el público, es el periódico". Así es, pero la crítica periodística suele ser efímera, de allí el valor de las antologías. Enuncia que la crítica publicada en libros puede ser de dos tipos: como obras concebidas unitariamente (es el caso de su libro publicado por el CNCA, Arte y artistas mexicanos del siglo XX aparecido en 2000 y también es el caso de mi libro Arte y psique de Plaza Janés, ya en circulación, que se presentará en el Museo Tamayo el jueves 18 a las 19:30 horas), o bien se trata de reuniones de artículos, ''caso muy común, la influencia en esta situación a largo plazo es mayor y va en razón inversa al efecto rápido".
Quien se interese (Ƒy quién no?, me digo) por ''La Iglesia: estructura, clero y religiosidad", tiene allí una auténtica construcción de los procesos históricos eclesiales partiendo de la Iglesia de la Nueva España. La contrapartida laica a este texto de indudable profundidad y erudición está en ''La patria necesita imágenes", porque ''toda sociedad, como grupo humano congruente, requiere de valores comunes de sus miembros o a la mayoría de ellos".
Hago votos porque estos cinco volúmenes de Manrique encuentren los lectores que merecen. Son fuentes, también, indispensables.