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Mayo y junio serán los meses de las audiencias para las controversias constitucionales
Audiencia viene de oír

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) es una "caja negra": sabemos lo que entra en ella, sabemos lo que sale, pero es un misterio cómo procesa las demandas de justicia de los ciudadanos.

Lo último salido de esta "caja negra" son fechas de las audiencias, en las que los municipios que interpusieron controversias constitucionales en contra de la reforma "indigenista" podrán presentar pruebas de cómo se violaron procedimientos legales en su aprobación. Durante mayo y junio las autoridades indígenas tendrán (o deberían tener) la oportunidad de apuntalar sus argumentos.

El problema es que la "caja negra" decidió que muchas de las audiencias apenas requieren treinta minutos para desahogar este procedimiento. Este tiempo alcanzará para que los asistentes tomen asiento y presenten tal vez algún documento, no más. ¿Por qué se decidió así? Este es sólo uno muchos de los enigmas que esconde la SCJN de los ojos de la ciudadanía. Quizá los once ministros que tendrán en sus manos la última decisión sobre la vigencia de los derechos indígenas hayan considerado que ya tienen suficientes pruebas y argumentos para dar su fallo.

Esta "caja" está despertando la curiosidad no sólo de los mexicanos, sino, a juzgar por el informe sobre la Independencia de Jueces y Abogados de la ONU, también de organismos internacionales. (Este informe señaló que más de la mitad de los jueces mexicanos está tocada por la corrupción.)

La razón más invocada por los indígenas contra la manera en que se aprobó la reforma es que no se consultó a los pueblos, conforme al derecho que les reconoce el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. La SCJN no podía dejar, por lo menos, de abrir citas para los representantes indios antes de tomar su decisión.

Audiencia viene de oír y eso no podrá suceder si para ello se dedica media hora. De todas maneras está firme el compromiso que asumieron los asistentes al Encuentro Nacional de Autoridades Indígenas el pasado 23 y 24 de febrero en la ciudad de Oaxaca de que se asistirá a las audiencias para hacer oír la voz de los pueblos.

(EB)



El Vaticano restringe ordenar más catequistas
La raíz del miedo

Mientras se prepara con gran despliegue publicitario la visita papal con motivo de la canonización de Juan Diego "el santo indígena", lejos de los medios se libra una batalla por defender lo que se ha avanzado en la construcción de una iglesia autóctona.

En febrero, el cardenal Jorge Medina, prefecto de la Congregación del Culto Divino et Disciplina Sacramentorum, prohibió a la diócesis de San Cristóbal Las Casas la ordenación de diáconos indígenas durante los siguientes cinco años. Como respuesta los diáconos chiapanecos han enviado cartas al Papa pidiéndole: "no nos niegues los pasos que hemos dado en la fuerza de esta Iglesia autóctona".

Ya antes el cardenal Medina había externado "algunas preocupaciones y sugerencias" al respecto del diaconado indígena san cristobalense (Protocolo 159/00, de julio del 2000). Ahora las sugerencias son prohibiciones. La razón: "el peligro que se percibe, es que la iniciativa sostenida por monseñor Samuel Ruiz García siga afirmándose, impidiendo la normalización de la vida eclesial en su diócesis, y lanzando a otras circunscripciones eclesiásticas un mensaje de implícito apoyo por parte de la Santa Sede a un modelo eclesial alternativo".

Viniendo de donde viene, no sorprende el ataque. El cardenal chileno Medina ha pertenecido al círculo de colaboradores del conservador y superpoderoso secretario de Estado del Vaticano, Angelo Sodano, desde los tiempos en que, siendo éste Nuncio Apostólico en Chile, la jerarquía católica bendijo a la dictadura pinochetista. Lo que sí sorprende es la respuesta sin escándalo, pero firme de los diáconos indígenas y la actitud de la jerarquía diocesana. El obispo de San Cristóbal, Felipe Arizmendi, alguien que nadie podría acusar de andar buscando iglesias alternativas, ha asumido una postura de "obediencia dialogada". Esto, en una institución que valora la disciplina tanto o más que los ejércitos.

¿Quiénes son estos diáconos? Los primeros fueron nombrados por los Apóstoles y en la iglesia primitiva conformaban un ministerio por sí mismo; sin embargo, siglos después se colocaron como un paso previo al sacerdocio. El Concilio Vaticano II planteó que los obispos, en particular de las iglesias misioneras, deben reconocer a personas que ya ejercen labores pastorales. Esto abrió la legitimidad de diáconos postulados por las comunidades.

Este es el caso de los 344 diáconos con que cuenta la diócesis de San Cristóbal (frente a solo 76 sacerdotes) y que reciben los nombres, según sus lenguas maternas de tuhunel, koltaywanej y kumbulel. Pocas diócesis en el mundo cuentan con esta cantidad de diáconos y esto le da su particularidad a la sancristobalense. Como todo cargo indígena, éste se ejerce familiarmente, por lo que, sin ser consideradas diaconisas, las esposas son también responsables de su cumplimiento. Se ha dado el caso de que un indígena ha tenido que rechazar el cargo porque su mujer no quiso echarse la responsabilidad. Son ordenados generalmente después 10 o 15 años de cumplir labores pastorales, en los que constantemente asisten a cursos y talleres.

Por esta razón ha sido recibida con particular tristeza la "preocupación" externada por el cardenal Medina sobre "la solidez y equilibrio de su formación". Así la carta que envía al Papa la Asamblea Diocesana de Diáconos pregunta: "San Pedro, San Pablo y los demás apóstoles ¿será que eran personas capacitadas que fueron a la universidad? Aquí somos campesinos, los diáconos con testimonio de fe estamos dando servicio a la comunidad ¿por qué se desconfía de esta Iglesia que quiere trabajar y servir la fe en la diócesis?" Y por supuesto ponen el siguiente ejemplo: "El indio Juan Diego no tuvo escuela ni muchos estudios para ser escogido por la Santísima Virgen de Guadalupe para llevar su mensaje". Así responden los diáconos a una "preocupación" típica del racismo.

No pueden, pero tampoco quieren recibir una educación como la de los sacerdotes: "Como somos personas muy pobres tenemos dificultades para mandar a los jóvenes al seminario, se ha luchado, pero no se puede, además, pierden su cultura, ya no hablan como sus padres, no queremos perder lo que aprendimos y vivían nuestros antepasados, que es nuestra herencia" y preguntan: "¿los que van a estudiar para sacerdotes, volverán a sus comunidades?"

Los diáconos están defendiendo algo que consideran suyo y han planteado serías dudas sobre la intención de la prohibición. Miguel Moshan, tzotzil con una larga trayectoria dentro de la diócesis sancristobalense y miembro de la parroquia de Huixtán, señaló que la carta del cardenal Medina estaba basada en la envidia y el miedo y señaló: "esta carta no es la primera, la más primera fue la que mandó el Papa en la que dio permiso para conquistar nuestras tierras".

¿De veras habrá miedo detrás de la prohibición del cardenal Medina? En otra carta dirigida al Papa, firmada por los diáconos de la zona tzotzil se describen a sí mismos de la siguiente manera: "Nosotros como diáconos somos casados, tenemos familias que mantener, somos pobres, no tenemos salario, muy poquita tierra que tenemos donde trabajamos".

Por el solo hecho de ser lo que son, están rompiendo con características comunes del clero. Al estar casados y darle a la mujer responsabilidades, cuestionan la patriarcalidad del ministerio católico e incluso los prejuicios con los que se ve a la mujer y a la sexualidad desde la jerarquía eclesiástica (hay que señalar que estos prejuicios no son exclusivos de sectores de la iglesia). No dependen --como los curas-- económicamente de la Iglesia, son campesinos. Obedecen al obispo, pero se deben a sus comunidades y con ellas tienen un fuerte compromiso; a fin de cuentas fueron las comunidades las que los propusieron para el cargo.

Quizá ahí esté la raíz del miedo que señala Miguel Moshan: a pesar de pobres, son independientes y se deben a comunidades que resisten desde su cultura. Representan un mundo que por lo visto, genera en la corriente eclesial que se inserta el cardenal Medina desprecio, y al mismo tiempo, recelo. El Vaticano parece estar diciendo a través del cardenal: podrán tener su Juan Diego canonizado, pero no una Iglesia autóctona india.

Eugenio Bermejillo

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