Javier Aranda Luna
María Félix o el desplante de la hermosura
La leyenda de María Félix nació en 1943. Había filmado dos películas y tenía 29 años. Doña Bárbara, cinta basada en la novela homónima del venezolano Rómulo Gallegos, fue el detonante que disparó a la persona de María para convertirla en personaje. Doña Bárbara es la imagen de la fuerza de lo salvaje, de la explosión de la naturaleza, del instinto que sacude. María Félix, La Doña desde entonces, es la mujer vengadora que fustiga a los hombres y que se vale de su belleza para lograrlo.
A partir de ese año María enriqueció a su personaje película a película. Los títulos de algunas de ellas nos dan una idea clara de la construcción de su imagen: La mujer sin alma, Doña Diabla, La Devoradora, Juana Gallo, La Cucaracha, La Bandida, La Generala. Y aunque los títulos de sus otras películas no resultan demasiado evidentes respecto a las características de la mujer que proponían, en todas ejerció la hermosura como un desplante. Su belleza fue un desafío que unificó a su personaje en toda su filmografía. Mejor aún: todos sus personajes son uno: María.
Idéntica a sí misma, dentro y fuera del escenario, María cultivó, sin proponérselo, a su público. Le sirvieron para ese fin provocaciones, gestos altivos, frases ingeniosas. También su amistad con pintores famosos y grandes escritores: Diego Rivera, Frida Kahlo, Leonora Carrington, Jean Genet, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Renato Leduc, Carlos Monsiváis y, naturalmente, Octavio Paz. Pero María no era amiga de cualquiera: aunque la celebridad la sedujo, era capaz de descalificar a personajes de la talla de Jean-Paul Sartre, pues su inteligencia, según ella, no le convenía. A todo esto debemos agregar otros ingredientes de su biografía que ensancharon el camino de su celebridad: sus matrimonios con artistas del show business y el jet set y su gusto por el lujo y la ostentación.
A María la pintan Rivera y Carrington; le escriben textos Novo, Villaurrutia, Leduc. La elogian Octavio Paz y Jean Cocteau. Le escriben canciones Agustín Lara y José Alfredo Jiménez. Actúa con el Indio Fernández y congelan su belleza en forma memorable Gabriel Figueroa y Jean Renoir. Su matrimonio con Jorge Negrete es la escena apócrifa de una de sus películas: 400 invitados, 80 fotógrafos, 60 periodistas. Ella vestida de china poblana, peinada con trenzas y listones y luciendo sus pies desnudos con sandalias. El, con traje de gamuza y botonadura de plata, sarape al hombro y sombrero de mariachi. El regalo de Jorge Negrete: un collar de esmeraldas. ƑCómo no provocar la admiración con tan amplísimos recursos? La alta cultura y la cultura popular arropan a su personaje.
María Félix es la mujer bronca y refinada, directa y recelosa. Conversar con ella también es un combate, un juego de esgrima que muchas veces apabulla por la brutalidad de sus planteamientos ("el dinero no lo es todo en la vida pero calma el nervio") pero, sobre todo, por su presencia. Ningún reflector, ningún maquillaje pueden realzar a la belleza viva. María siempre se ve mejor en la calle que en cualquier escenario. Por eso la ovacionan mientras camina por el centro histórico, ese gran mingitorio en el que lo hemos convertido. Por eso se arremolinan para verla y para aventar flores a su paso. Por eso la canción María Bonita es como el himno que anuncia su presencia en cualquier restaurante.
María cerró el ciclo de su vida y reavivó su leyenda: murió como en una película inverosímil: dormida y cuando acababa de cumplir 88 años. Para nuestra fortuna la simbiosis persona-personaje de María Félix nos garantiza verla viva en Doña Bárbara, por ejemplo, o en Enamorada, quizá sus mejores películas.