Arnoldo Kraus
Enfermedad e identidad
La enfermedad, por supuesto, carece de límites, de tiempos, de reglas. Las posibilidades casi infinitas de dañar y producir un sinnúmero de alteraciones físicas o síquicas son una de las razones fundamentales por las cuales la medicina es una profesión interesante e inagotable. A las enfermedades -otra vez por supuesto- les interesa poco lo que escribimos sobre ellas: no leen los textos de medicina y producen síntomas o signos no descritos en esos libros. No es que sean irrespetuosas, sino que las alteraciones celulares suelen caminar más aprisa que el conocimiento y la investigación. Pueden, digámoslo así, generar más enfermedad dentro de la misma enfermedad y emparentarse con "nuevas" patologías que comparten características similares. Asimismo, año tras año, las revistas médicas informan sobre síndromes no descritos. Se dirá que al avanzar la tecnología y la ciencia "descubren" nuevas patologías o que las alteraciones producidas en el medio ambiente devienen insalubridad. Todo eso es cierto, pero no lo único.
La biología, o la "inteligencia" de la enfermedad -se le puede denominar de muchas formas-, sigue "creando", día a día, nuevos e interesantes dilemas. No en balde cuando se hojean los índices de algunos libros médicos publicados este año, y se comparan con ediciones que vieron la luz hace dos o tres décadas, sorprende cómo ha crecido el número de entradas. Respetando a los científicos, y admirando "el poder" del pathos, seré salomónico: la mitad de las citas se deben a la inteligencia de la ciencia, y el resto, a su majestad la biología, sana o enferma. Las disquisiciones previas son un pretexto para narrar una breve historia y "jugar" con algunas ideas respecto a la identidad modificada por la enfermedad.
La historia no es historia: es realidad. La narró una paciente a quien conozco hace 12 años y que padece lupus eritematoso generalizado, enfermedad que produce diversas alteraciones, entre las que destaca disminuir o alterar la circulación en sitios diversos. Cuando sucede en los dedos, y dependiendo de la magnitud y el tiempo de la isquemia, estos pueden gangrenarse e incluso producir su pérdida o la de algunas de sus porciones. Durante los 12 años que ha durado la enfermedad, los problemas de irrigación sanguínea en los dedos han sido frecuentes por lo que recibió diversos medicamentos, alguno de los cuales se asoció, durante algún tiempo, a cuadros depresivos. A pesar de haberse cuidado del daño ocasionado por el frío, evitar heridas, recibir tratamiento "óptimo" y acudir con periodicidad a consulta, hace tres años perdió una falange. En síntesis, se trata de una mujer de 40 años con alteraciones en la circulación y quien ha cargado con fuerte "dosis de sufrimiento".
En su cita más reciente comentó, con angustia, que al acudir a sacar su credencial de elector no le fue otorgada, pues la computadora no detectó sus huellas digitales. El personal se comunicó a la dependencia central, donde se le informó que no existían reportes similares. Es importante señalar que la enferma sí tenía años atrás cartilla de elector con sus huellas digitales normales. En el hospital se tomaron fotografías de sus dedos y se intentó reproducir las huellas por medio de colchones de tinta. En ningún caso se observaron.
Hasta donde sé no existen enfermedades que "borren" las huellas digitales. Su presencia es una de las características más importantes del ser humano -probablemente sea la representación externa más fidedigna del genoma- y es una marca que distingue a un ser de otro y permite la identificación de la persona en muchas circunstancias cuando no hay otras vías para reconocerlas -calcinados, decapitados. Pasaportes, analfabetismo, licencias y hasta las actas de matrimonio -ahí deberían tomar las 10 huellas- son testimonios de la importancia de estos pequeños pliegues.
La identidad, el propio yo -la palabra self en inglés explica mejor esta circunstancia-, puede alterarse por diversas causas: físicas, síquicas, traumáticas. La salud como conciencia no existe, se adquiere cuando se enferma. Lo mismo sucede con el valor que se da a la "dimensión" de los días: su importancia se incrementa cuando se padece. Nietzsche decía que "el sufrimiento no nos hace mejores, pero sí más profundos, nos obliga a descender al fondo de nosotros mismos". En esta enferma, la depresión le había permitido "autoencontrarse" e incluso "mejorarse". Quizá suceda lo mismo ahora que parte de la arquitectura de su ser se ha mutilado.
Al final de la consulta la enferma preguntó: Ƒseré la misma? ƑSe modifica algo interno en forma paralela? ƑCambia el ser o sólo las huellas? ƑCómo explicar que soy yo la misma sin mis huellas? Las preguntas y reflexiones emanadas de esta breve narración reflejan algunas avenidas de la enfermedad: como literatura, autoencuentro o duda interminable.