Poesía de Afganistán Damos las gracias al escritor y editor Alfredo Juan Álvarez por habernos propiciado este acercamiento a la poesía de Afganistán, el hermoso país destrozado por la furia imperialista y por los excesos integristas. Nuestros lectores se asombrarán al leer esta poesía cargada de erotismo, en la cual están presentes las culturas islámicas y las distintas etnias que han dado forma al país mártir. Esta poesía, dice A. Thalasso, se dirige a la carne, a los sentidos, y comunica a la piel su prurito cantaridado (todo sería mejor si, en lugar de la sangrienta retórica del imperio y de sus alicuijes, floreciera la poesía erótica y se incrementara la producción de polvo de cantáridas). He aquí nuestro homenaje a una de las poesías erótico-sexuales más bellas del mundo. Mucho antes que Darmesteter, el poeta Rahchan Kayil me inició en las bellezas de la poesía de Afganistán, la más voluptuosa, seguramente, de todas las poesías asiáticas. En tanto que la poesía árabe y la indostánica se dirigen al alma, y la armenia y la persa se dirigen al corazón, la poesía de Afganistán no tiene en cuenta ni el corazón ni el alma: se dirige a la carne, a los sentidos, y comunica a la piel su prurito cantaridado. Árabes y persas, armenios e indostánicos, todos los versos amorosos tiemblan con el deseo de la posesión o lloran sus éxtasis desfallecientes: siempre idealistas, parecen, hasta en esta esperanza y esta pena, no considerar el contacto de los cuerpos sino como la única manifestación física posible de la unión de las almas. En sus enlazamientos más delirantes y en sus más voluptuosos desmayos, domina la espiritualidad. La carne no habla aquí sino para darle al corazón la felicidad suprema, y los poetas la hacen gritar sólo porque forma parte integrante del ser humano. Saben que ninguno de nosotros puede librarse de ella y que la Naturaleza le confió las llaves que abren el paraíso del alma. Los sentidos son un medio y no un fin. Y si el gozo de los corazones aumenta mientras mayor es el placer de los cuerpos, cantan los abrazos delirantes que abren por completo las puertas paradisiacas. Muy distinta es la poesía erótica de Afganistán. Idealmente materialista y voluptuosa, se ofrece a los besos que muerden hasta hacer sangre, a los enlazamientos que martirizan las carnes y hacen crujir los huesos. Impaciente, autoritaria, hasta brutal, no sabe, en su prisa por poseer, ni aguardar ni esperar. No se detiene en las insignificancias exquisitas de los preliminares, que metamorfosean el deseo en una posesión anticipada, llena de encantos turbadores, de recelos y de renovadas esperanzas. Sus mismos sueños son carnales. Y carnales también sus recuerdos y sus penas. No vibran en ella el alma y el corazón, o por lo menos vibran nada más bajo el yugo de los sentidos: sólo sufren y lloran, porque la carne sangra y solloza. Se asombra uno, a veces, de encontrar en ella pudores e ingenuidades que no son sino pimientas servidas a voluntad para avivar más todavía la sed de las caricias. Entre las poesías asiáticas, tan numerosas y variadas, ninguna como la poesía afgana sabe cantar los ardores del combate amoroso, los estertores que multiplican el placer en las gargantas roncas, la fatiga de los cuerpos aniquilados, la locura de los enervamientos repetidos. Sus versos se enlazan entre sí, como los brazos a los brazos amados en el olvido de la vida, y sus rimas responden a las rimas como los besos que se encuentran en los labios húmedos. Y para expresar estas sensaciones completamente físicas, inventa palabras de rara delicadeza, emplea imágenes de una travesura quintaesenciada y de un refinamiento tal que se pregunta uno si, a través de las groserías del amor, no busca, sin saberlo, el camino del corazón, o si no considera al alma como el primero de los sentidos. Hay algo del Cantar de los Cantares y de Baudelaire, de los Moallakahs árabes y de Rollinat, de los cantos de Laos y de Richepin, en esta poesía afrodisiaca que no conoce las leyes de la censura, y cuyas metáforas producen sobre el espíritu el mismo efecto que sobre la carne las moscas de Milán. Es oportuno decir que esta poesía traduce, maravillosamente, el infatigable deseo de las mujeres de Afganistán, cuya belleza, sensualmente perfecta, entra "en la sangre", como dice tan pintorescamente la jerga parisiense. En cuanto a la concepción del amor en sí mismo, el autor de Afganistán es, con el amor camboyano, el que más se aproxima al amor europeo. Enteramente musulmana, esta literatura comprende dos clases de poetas; los shairs y los dums, o los poetas y los menestrales. Los primeros son personas letradas que han leído a Hafiz y a Saadi, a Feghani, Fridusi y a Khayam, y escriben en lengua afgana, o en putchu dialecto derivado del persa, adaptaciones más o menos logradas de los poetas de Irán. Aunque esta literatura apenas se remonta al siglo xvii, ha producido algunos grandes poetas, entre los cuales están: Sha Ahmed, Rehman y Kitshal, el célebre Khan de los Katacks, pero no nos detendremos en ella. Vasalla de la poesía persa, es más bien el resorte de esta literatura. Iletrados, sabiendo apenas leer, los dums son, por el contrario, los creadores y los propagadores de la verdadera poesía popular de Afganistán. No emplean para sus canciones sino el putchu vulgar, que se habla en todo el país, lengua ronca y salvaje que hacía decir a Mahoma que "en el infierno se debía hablar afganistán". A pesar del menosprecio literario con que los shairs, tan orgullosos de su ciencia como celosos de sus prerrogativas, abruman a los dums, estos poetas siguen siendo los cantores favoritos del pueblo. A ellos debe el país las flores más bellas de su antología erótica. Como todos los pueblos de Asia, los afganos adoran la música; es a los acordes de la retab la guitarra nacional, como recitan los dums, o cantan sus canciones. Aun cuando los instintos y las pasiones de esta raza estén maravillosamente expresados en sus cantos, todos estos menestrales con rarísimas excepciones, han venido de la India. Se han afganizado, y ejercen en su país de adopción el arte de poeta-cantor, a la manera de los cancioneros de Monmartre. Han hecho un oficio de este arte, y de él viven. Más todavía, enseñan su arte. Los discípulos, llamados shagirs novicios, los llaman como en París, "maestros": usla (largo como el brazo), y siguen regularmente sus cursos. Tienen lugar las reuniones por la noche, en la hujra, o estancia común. Es allí donde se oye a los drums-usta improvisar sus canciones acompañándose con la retab, allí donde se transmiten por la enseñanza oral, la tradición de los cantos populares que los shagirs que se vuelven uslas transmitirán a su vez más tarde a sus discípulos. Esta transmisión es el único agente de propaganda, porque los dums no escriben sus poemas. No existe en todo Afganistán una sola colección de estos tesoros literarios. Han sido transcritos en parte, directamente, por John Darmesteter, y reunidos en un volumen que constituye uno de los raros documentos que poseemos sobre esta literatura. Un estudio que también se podrá consultar con provecho es el que hizo aparecer en la Revue des Revues en 1897, R. Lynn. La métrica y los ritmos de esta poesía proceden directamente de la poesía indostánica. Era natural que los dums, todos indios de origen, importasen, a un país extranjero, las leyes de su prosodia. ¿Pero por qué extraño avatar los sentimientos idealistas de la poesía indostánica, en el crisol del amor de Afganistán, se han transformado en sensaciones del más voluptuoso materialismo? Las causas profundas son múltiples, y se deben, esencialmente, a la fusión de las indios con la raza, la religión y las costumbres del pueblo de Afganistán. Me limito a indicarlas: serían, por sí solas, el objeto de un estudio especial que está fuera del cuadro de esta antología. Los ritmos afganos más usuales son: 1º. El mizra o dístico, de origen persa; corresponde al fard de los poetas indostánicos. Aunque tomado de sus vecinos, el mizra ha sido cultivado por los dums con maestría tal, que ha alcanzado en Afganistán una perfección rara vez sobrepujada en su país de origen. Consiste en presentar en dos versos muy impresionantes, sonoros, pulidos y cincelados, sin rimas, un pensamiento, un sentimiento, que formen un todo completo. Por esto puede decirse de él: Un mizra bien cincelado vale por sí solo un largo poema. 2º. El ghazal, que viene también del Indostán, que a su vez lo tomó de Persia. Es un poema muy corto, de quince versos cuando más, consagrado a la alabanza, a la sátira, pero más a menudo al amor. De un bello revestimiento literario, recuerda el de nuestros sonetos, sin estar sin embargo limitado a un número fijo de versos. Los versos de un ghazal no tienen sino una sola rima, con excepción del primer verso, que hacer rimar sus dos hemistiquios entre sí. Admite una gran variedad de metros. Pero una vez que se ha fijado la medida para el primer verso, los siguientes deben limitarse a ella. 3º. El car baita o cuarteto, originario de Persia y de la India. Los poetas de Afganistán se sirven de él, exclusivamente para sus baladas amorosas, poemas de aliento más grande que los ghazales. 4º. Por último, la balada. Muy cultivada por los dums, que a menudo la usan para dar forma a su inspiración, la balada es después del mizra, la joya más preciada de la poesía afgana. Es grande el número de los dums de valía. Entre los más célebres citaremos a Rahchan Kayil, Muhammadji, Mira, Tilai, Tavakkul, Adjam y Bahram. De todas las obras de estos poetas, solamente han sido publicadas tres composiciones en Asia. Son estas: Zakmé, de Mira; Ven, amada mía, de Tilai; y una balada de Tavakkul.
Mirza Rahchan Kayil Es el poeta popular más grande del Afganistán. En oposición a los otros dums, es tan instruido como letrado y habla con fluidez todas las lenguas de la mesa central y del Occidente asiáticos. Nació en 1853, en Kashmir, de padres musulmanes, Hussein Izzat Rati, llamado Mirza Rahchan Kayil; fue muy joven a Kabul. No es noble como lo hace aparecer el título de "Mirza", príncipe, agregado a su nombre; pero estimando que los poetas son príncipes del pensamiento, se ha otorgado altivamente este título nobiliario. Su mismo nombre, Rahchan Kayil, compuesto de una palabra árabe, Kayil, y de una palabra persa, Rahchan, que significan "El que habla brillantemente", no es sino un nombre de guerra tomado a ejemplo de los poetas indios y de varios dums del Afganistán. A los veinte años hizo su primer viaje a través de Asia. Durante su larga permanencia en comarcas ignoradas le vino el pensamiento de escribir un gran poema místico sobre todas las religiones comparándolas entre sí. Obsesionado muy pronto por esta idea, por dos veces más realizó sus excursiones interminables y peligrosas, penetró en Lhassa, entre los kafires, vivió la vida de los turcomanos y durmió en la tienda de los kirghiss. Más tarde le impresionó vivamente el cristianismo. Para estudiarlo, fue a Europa, visitó Moscú, Atenas, Constantinopla, siguió las procesiones de Roma, de Sevilla y de Santa Ana de Auray, documentándose incesantemente para la obra que meditaba. "Si Alá lo quiere decía orgullosamente, esta obra será una compañera de El Libro de los Reyes:1 mi poema se llamará El Libro de los Dioses". Este título y la idea de la obra tan poco compatibles con las leyes del Islam, no asombran, sin embargo, a los que conocen el mahometismo especial de los afganos. Son musulmanes, ciertamente, pero si aceptan la misión política y social de Mahoma, niegan la inspiración divina del Corán. Mirza Rahchan Kayil ha compuesto además unos treinta poemas baladas y ghazales, todas eróticas y profundamente apasionadas.2 Dice del amor que "es la más bella irradiación de Alá sobre la tierra". Su inspiración es amplia y potente, su lenguaje tenso y colorido. Hasta 1900, ninguno de sus versos había sido publicado. La balada, y los dos mizras de esta antología, fueron recogidos y transcritos por mí mismo.3 Mizras I Cuando me estrechas en tus brazos, si me amas de amor, unes a mi vida otra vida:
Balada Aunque seas bella como Kahsmir,4
al salir el sol,
Nada temas. Llevaré qué beber,
llevaré qué comer...
Os serviré calenturiento, servil
y palpitante,
Y le cantaré a tu tuti7
las palabras que te agradan y que, destiladas en tu oído,
Y luego le cantaré un ghazal
para enseñarle la manera sabia.
¡Oh! este aroma que flota sobre tu
nuca, tu cuello y tus brazos,
¡Oh! este aroma penetrante de que
está impregnado mi deseo;
Y luego le cantaré la manera muy
lenta
Y de reclinar su cabeza en tu hombro derecho,
¡oh! Kharo...
Mis cantos le dirán cuáles
caricias te vuelven loca de amor,
Quiero inflamar en su corazón el
incendio de amor que arde en mí,
Puedes por lo tanto invitar a Rahchan11
a vuestra comida esta noche.
1
El maravilloso poema del gran poeta persa Firdusi.
Mira Tan iletrado como improvisador admirable, Mira, que ni siquiera sabía leer, es uno de los poetas populares más grandes del Afganistán, y, lo que es único, un gran poeta afgano de sangre afgana. Nació en Khalil hacia 1820 y murió en Kabul, a fines del siglo XIX. A la muerte de su padre, un afridi Kukai, al que perdió siendo muy joven, siguió a su madre, una mutriba de Khalil, música ambulante que iba de tribu en tribu, pagando con baile y canciones el pan negro y la leche con que se alimentaba. A los acordes de la retab, en la armonía de las rimas, el niño aprendió a hacer canciones. Dotado de prodigiosa memoria, no tardó en conocer el repertorio de su madre y en volverse para ella un precioso auxiliar. ¡Cuántas veces el cuadro de la infancia, de la primera juventud y de estos días de miseria negra habrán pasado ante sus ojos, cuando, al final de su vida, festejado, adulado, honrado, no se molestaba, para hacer una sola canción, por menos de cincuenta rupias (cien francos), suma fantástica para aquel país. El nabab de Peschavar que quiso escucharlo en las bodas de su hijo, le pagó regiamente quinientas rupias (mil francos), sin contar los gastos y la indemnización del viaje. Mira
pasó su vida cantando el amor. Sus poemas, coleccionadas por tradición,
sólo existen en la memoria de sus discípulos. Una de las
más populares, si no es que la más popular, tanto por las
palabras como por la música, es "Zackmé". El autor la improvisó
en Ravul Pindhi, en la entrevista, famosa en los anales del país,
entre el virrey y el emir. "Zackmé" es uno de los rarísimos
cantos populares que se han publicado en Asia. Aparecieron en Bombay, texto
y melodía, con transcripción latina enfrente y acompañamiento
de piano. Es de tal modo conocida en todo Afganistán, que a cualquier
persona le basta oír un verso o una medida, para inmediatamente
ponerse a cantar y a bailar. Y sin embargo "Zackmé" es un ghazal
triste.
Zackmé
¡Qué afligida está
mi alma! Los adioses fueron para mí como puñaladas.
1 En un país donde no se edita la poesía, y se transmite simplemente por tradición, es muy fácil para los mal intencionados vestirse con plumas de pavo. De este modo, camaradas poco escrupulosos, después de haber hecho pasar por suyas las canciones de Mira, lo acusaron de plagiario. En el último verso del Ghazal el poeta, recordando el hecho, se defiende públicamente de la acusación y se hace justicia.
Muhammadji Una especie de Villon oriental, que hizo incontables visitas, más o menos prolongadas, a las prisiones de Afganistán ya a causa de su vicio incorregible de la bebida, ya por su amor desenfrenado a las riñas sangrientas. Fue también una vez por haberle roto, en estado de ebriedad, una pierna a un indio, y varias otras todavía por no haber deducido regularmente los impuestos que estaba encargado de recibir. La cárcel de Abbottabad no tuvo huésped más asiduo. Nació en Delhi, en la India, hacia 1850; fue niño a Kandahar y comenzó la vida errante que debía llevar hasta su muerte. Desde muy joven hizo versos. A los veinticinco años ya era maestro en el arte de la canción. Poeta ambulante de Pakli, fue uno de los dums más populares de Afganistán. Su poesía da el vértigo del abismo, y cada uno de sus poemas es un abismo de ideas, de imágenes, de sentimientos, de sensaciones. Como crecen simultáneamente plantas comunes y raras a las orillas de los precipicios, entrelazando sus ramas, juntando sus flores, del mismo modo las imágenes, las ideas, los sentimientos, las sensaciones más desemejantes se abren lujuriosamente en estos cantos salvajes y sensuales. Son la obra de un genio desequilibrado, atacado irremediablemente del mal que lo minaba y debía llevárselo. Murió loco en 1890, con delirio de grandeza y diciendo al que quería escucharlo que "él no era lo que parecía, sino que era rey y que debían cederle el trono". Sus baladas "Las trenzas negras" y "Canción de amor" son dos de los poemas más apasionadamente extraños y fantásticos que existen no sólo en la poesía de Afganistán, sino en toda la poesía asiática. Sus obras, transmitidas por tradición, no han sido coleccionadas todavía. Ninguna de ellas ha sido publicada en Asia.
Balada Anoche mis caricias se hundieron en la
espesura de las trenzas negras,
Tus besos han libado en los perfumes de
mi garba, ¡oh! amigo mío, y estos perfumes
¿Juró mi pérdida,
amada mía? ¡El cielo me protegerá! ¿Lo deseas?
Mi dulce amigo, separaré la cortina
de las pesadas trenzas negras y haré que entres
Bella entre las más bellas te hizo
el Señor.
¡Nada temas, dulce amigo! ¡soy
la Encantadora!
1
Bahram, héroe de una novela. Mientras descansa cerca del hada Saryasa
es sorprendido por Saifur, el hermano de la Peri.
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