Octavio Rodríguez Araujo
El país se desbarata
Sé que en estos días en que mucha gente está de vacaciones es anticlimático decir que México está desbaratándose. Pareciera que fuera mi intención molestar a quienes intentan divertirse a como dé lugar. Pero no. Mi intención es demostrar que los mexicanos, en general, prefieren esconder la cabeza en la arena (de Acapulco y otras playas) que manifestar su contrariedad por lo que está ocurriendo en el país.
Nunca, desde Victoriano Huerta, el país ha estado dirigido por reaccionarios más reaccionarios que quienes gobiernan ahora, ni, desde Miramón y Mejía, por entreguistas más entreguistas que el Presidente y sus colaboradores. A Huerta se le puede explicar porque era un borrachín además de militar porfiriano, y a Miramón y Mejía porque apoyaban a Maximiliano que, comparado con Bush Jr., era un gigante y un hombre de bien.
Todo lo que ha ocurrido en Monterrey ha sido el bochorno más grande y el mayor agravio que se haya cometido contra el pueblo de México y nuestra soberanía y, para colmo, la reacción del pueblo ha sido la más débil ante algo semejante desde que tengo memoria. Hay más gente trasladándose como enajenada a los centros de vacaciones, incluso arriesgando su vida, que la que se movió a protestar por la más descarada entrega del país a los intereses del gobierno de Washington. No puedo olvidar lo que me dijera hace 20 años un ex amigo cuando dejó sus comodidades en Europa para venirse a radicar a México: "allá no pasa nada, no hay manifestaciones ni movimientos sociales, no se discute". ƑQué pensará ahora? En Barcelona se concentraron más de 300 mil personas contra la Europa del capital y la guerra, y en Roma 3 millones de trabajadores y de otros sectores sociales se manifestaron contra su gobierno por derechista. ƑCuántos en Monterrey? Daría pena de no ser que se trata de tristeza y profunda preocupación: la famosa "sociedad civil" está enferma de individualismo y mezquindad, de ahí-se-vaísmo. Es mi opinión que tanto las políticas del gobierno como la apatía de los mexicanos son dos demostraciones evidentes de que el país se está desbaratando, y hay más.
Los partidos políticos, todos, están en crisis, no tienen opinión sobre lo que está ocurriendo y, peor aún, no hacen nada para frenar, ni dentro ni fuera del Congreso de la Unión, la entrega del país a Estados Unidos, ni el inmenso retroceso de nuestra política exterior -por décadas la más honorable de las políticas de los gobiernos mexicanos. Son partidos que no han demostrado capacidad para gobernarse a sí mismos, para estimular la participación de sus afiliados, para dar ejemplo de democracia, de ética y de honestidad. Al contrario, sus cúpulas en los diferentes niveles de su organización han evidenciado lo poco o nada que les interesan el país y sus habitantes. Prefieren nadar de muertito que comprometerse con sus bases y, so pretexto de la globalización, se han olvidado de que México es una nación cuya soberanía es algo más que una declaración y de que incluso para participar en la globalización se requiere la fortaleza nacional como prerrequisito. Hasta los empresarios saben que para competir internacionalmente tienen que desarrollar su empresa -pues de no hacerlo terminarán de empleados de otros más fuertes, si no en la calle.
El movimiento obrero, que antes dio batallas ejemplares, está peor que cuando Fidel Velázquez insistía en permanecer vivo. Con muy pocas excepciones los sindicatos han permitido que se recorten sus contratos colectivos de trabajo y que los salarios continúen a la baja. Cuando uno ve la fuerza de los sindicatos en Italia, en Francia o incluso en Argentina, a pesar de que en esos mismos países ha bajado la tasa de sindicación, no puede uno dejar de pensar que tenía razón aquel que decía que México era el país donde nunca pasaba nada. No era cierto entonces, pero sí parece serlo ahora.
El campo, caracterizado por la pobreza desde hace décadas, es agredido ahora por la agricultura de "exportación", y la falta de apoyos para que sus trabajadores y pequeños propietarios puedan sobrevivir y dejar de convertirse en mano de obra barata y sin derechos en Estados Unidos o parias en las ciudades del país, con todo lo que esto implica.
ƑQué queda? Unas cuantas voces críticas (desunidas) y una suerte de extraña espera de algo que deberá ocurrir por arte de magia o de un milagro.