Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 24 de marzo de 2002
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Espectáculos
JAZZ

El Terceto en México

Antonio Malacara

UN CASO COMO el de El Terceto no se ve (ni se escucha) todos los días. Se trata de tres músicos argentinos que recién concluyeron una gira de veinte días por nuestro país, y después de derramar fragmentos de su portentosa y sincopada nostalgia por Querétaro, San Miguel de Allende, Saltillo, Piedras Negras, Hermosillo, Los Cabos y La Paz, llegaron al DF para ofrecer un último concierto en el bar New Orleans (Av. Revolución 1655, San Angel).

ERA 19 DE marzo y todos los cuates se habían ido al Sol con Roger Waters, así que llegamos solos (mi sub y yo) a un bar semivacío donde Freddy Manzo, el anfitrión musical de este foro desde hace diez años, preparaba una enésima dosis de standards. Después de All the things you are, Corcovado, Days of wine and roses, Summertime y Mack The Knife, muchos lugares estaban ya ocupados por un sector de la comunidad argentina en México; el evento era organizado por su embajada y seguramente se había corrido la voz.

NORBERTO CORDOBA ES el primero en subir; él, su calva y su bajo acústico tienen apenas un año en el grupo. Hernán Ríos abre el piano eléctrico y con calma acomoda sus partituras. Norberto Minichillo ajusta la tarola y los platillos de la Tama que le han prestado. En el sonido local se escucha Retrato em branco e preto. Las voces y las risas de los argentinos, que definitivamente son mayoría entre el público, no paran; ingenuamente pensamos que lo harán en cuanto se inicie el concierto.

DESDE EL PRIMER instante, El Terceto se muestra en plenitud. Las baquetas de Minichillo recorren todos los tambores, entre el reconocimiento y la presentación ante ellos; su toque es sencillo, firme, altamente expresivo; la batería se le entrega de inmediato. Ríos permanece serio, soltando las primeras armonías. Córdoba, sentado con el bajo entre las piernas, empieza a hacer y deshacer nudos entre las cuerdas, pareciera estar a mitad del concierto, o que ha calentado incesantemente antes de subir, o que su espíritu nunca se enfría.

EN MEDIO DE la suavidad del segundo tema, Si llega a ser tucumana, resaltan los brindis y las risas del público argentino. No damos crédito, pero si los músicos logran concentrarse en su asombroso juego polirrítmico, nosotros no podemos quedarnos atrás. Minichillo finaliza con un fragmento de la letra de Cuchi Legizamo. Y así continúa a lo largo de la noche, cantando de vez en vez, con una voz seca, vibrante, llena de autenticidad, pequeñas líneas de las canciones que conforman su repertorio.

DE HECHO ESTE es el eje central de El Terceto: esbozos de la canción tradicional, ya sea tango, chacarera, samba, vaguala, bolero, milonga, todo filtrado y rediseñado a través del lenguaje no codificado del jazz y la improvisación. Aunque habría que apuntar que este quehacer artístico dista mucho de la búsqueda estética, ya que el grupo, desde su primer disco, Tierra improvisada (1997), ha dejado de buscar; sencillamente ha encontrado un nuevo lenguaje, un sonido que al tiempo de mantenerse enraizado se mueve entre los esquemas de la vanguardia.

UN BUEN EJEMPLO de ello es La fallada, que inicia a ritmo de chacarera y deviene mágicamente en una suerte de hard bop sin perder nunca el olor a pampa. Aquí Minichillo empieza a cantar acompañado solamente por su batería. En este momento los pibes del fondo se callan y uno de ellos grita "Viva Argentina". Luego regresan a su incoherente parloteo. Vuelven a bajar la voz en Agua y arena, una excelente vaguala a voz y batería del propio Minichillo; pero cuando el piano hace gala de maestría para introducir Dindí, la vulgaridad y el pendejismo de los otarios parlanchines (y ya borrachos) llega al colmo.

NO OBSTANTE, EL grupo continuó su set con profesionalismo, aunque ya con cierta molestia en el rostro, teniendo todavía tiempo y estómago para asombrarnos (más) con una pieza cercana al free-jazz de Hernán Ríos, donde las teclas revientan en atonalidades y torbellinos; y con una versión de Hasta siempre, de Carlos Puebla, donde los espacios de improvisación son, evidentemente, mucho más espesos y abundantes que en el disco.

ARRIBA SE TRAZABA un fugaz mapa de la belleza. Abajo se concretaba eso a lo que mi abue Joaqui llamaba el purgatorio.

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