Carlos Bonfil
Gabriel Orozco en Guadalajara
La vocación primera del arte consiste, según el escultor y fotógrafo Gabriel Orozco, en procurar una plenitud espiritual en los espectadores. De frente a la cámara, acompañado en diferentes ciudades por el joven realizador Juan Carlos Martín, el artista confía esa y muchas otras reflexiones con motivo de su trabajo cotidiano. La experiencia se organiza y afina en Gabriel Orozco. Un proyecto fílmico documental, presentado en competición en la 27 Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara y premiado como mejor película del año con el Mayahuel de Oro, "por su talento y originalidad al integrar todos los elementos del medio y crear un estilo que pertenece tanto a la visión de su tema como a la expresión cinematográfica", se consigna en un comunicado.
Como coincidencia afortunada, en la misma muestra, en la sección de cine iberoamericano, se premia también otra experiencia arriesgada, A la izquierda del padre (Lavour Arcaica), de Luis Fernando Carvalho, con tres horas de duración y una factura excepcional de fuerte inspiración pictórica. Que los premios más importantes del certamen hayan ido a dos obras artísticas, alejadas por completo de un propósito comercial o del ánimo de entretener al mayor número de espectadores, no es, en nuestros globalizados tiempos, una sorpresa menor, y en el marco de la Muestra de Guadalajara, es indiscutiblemente un signo muy alentador.
En efecto, las premiaciones no las tienen ya aseguradas los cineastas consagrados, las glorias incuestionables, los iconos de certámenes internacionales. Un cine distinto, de espaldas al anzuelo de la taquilla, ajeno también a la vanidad satisfecha, obtiene al fin un reconocimiento susceptible de ayudarle a obtener una decorosa distribución en nuestras salas, es decir, una mínima supervivencia. De golpe, el encuentro en Guadalajara conquista una credibilidad mayor al superar con estos reconocimientos viejas inercias y cualquier sospecha de favoritismo.
El documental de Juan Carlos Martín, joven egresado del Centro de Capacitación Universitaria, señala de entrada una evidencia: el artista Gabriel Orozco, oriundo de Jalapa, Veracruz, es mucho más conocido en el extranjero que en su propio país, y esto a pesar de una importante retrospectiva de su obra presentada en el Museo Tamayo hace apenas dos años. De frente a Martín, en uno de sus paseos por París, Orozco enuncia aforísticamente la definición que es también estrategia de trabajo: "el estilo es un accidente", y de inmediato pasa a ilustrar algo de su obsesión y de su método: la recuperación artística de los objetos. Esa manera de pepenar y reciclar en museos y galerías de arte la chatarra encontrada al azar, esa basura mágica de la que habla Agnes Varda en su documental reciente, Les glaneurs et la glaneuse.
Busca, por ejemplo, en las calles de Manhattan, rejillas de cemento y fierro, archiveros, trastos inservibles, y los obliga a representar una realidad distinta. ''El objeto dice siempre otra cosa'', según se cita a Salvador Elizondo. La cámara sigue pacientemente la faena desde su concepción inicial hasta el evento artístico en Francfort, Sao Paolo o París, donde la reorganización de los objetos, la novedosa expresión de su lenguaje alterno, será una "instalación" (la célebre reinvención de un automóvil, la DS francesa), o culminará en el gesto surrealista de colocar un burro de planchar en una azotea de Rotterdam. El trabajo del artista en las playas de Chacahua es también fascinante. En sus pretendidas vacaciones, Orozco muestra a la cámara el proceso de una de sus creaciones, sugiere una cierta memoria de los objetos y lo que él denomina los residuos de una acción, en tanto lúdicamente concluye que el paso "del estado ocioso al estado brillante es sólo cuestión de un instante".
El logro de Juan Carlos Martín, cineasta, es capturar en un lenguaje tan humorístico, espontáneo y desenfadado, como el de su propio modelo, las diversas declinaciones de un quehacer artístico. Posiblemente no al estilo de la estoica evocación fílmica de la obra de un pintor, como lo hace Raúl Ruiz en su reciente Miotte visto por Ruiz, ni a la manera de la exploración experta de El misterio Picasso, de H.G. Clouzot, ni tampoco como la supuesta sátira del medio artístico que pretende ser Basquiat, de Julian Schnabel. Aquí hay algo distinto. Martín experimenta y juega a lado del artista, y su búsqueda formal conoce momentos privilegiados. Hay el motivo recurrente de un gran lienzo azul rasgado por la trayectoria de un aeroplano, y en ocasiones el ritmo febril, impaciente, de quien pareciera querer forzar el azar en cada fotograma, ignorando el propio consejo de Orozco: "lo poético sucede cuando abandonas las expectativas de encontrarlo".
Gabriel Orozco. Un proyecto fílmico documental no es sólo la invitación original para descubrir a un creador notable, sino el encuentro, apenas fortuito, de dos talentos nacidos en los años sesenta, que al combinar sus medios y métodos de expresión artística, fabrican al alimón un producto extraño en nuestro panorama fílmico: el elogio al movimiento, a la faena nómada y a la poesía de los objetos, como ya lo hiciera antes el realizador experimental mexicano Theo Hernández.
La mejor revelación de la muestra se exhibe un solo día, el próximo martes, en la Cineteca Nacional, en el ciclo Guadalajara en México.