Adolfo Sánchez Rebolledo
La fórmula secreta del priísmo
En un acto que tuvo mucho de distracción para disimular el resultado de unas elecciones internas que dejan un sabor a fraude, Madrazo y Elba Esther a dos voces anunciaron cambios e innovaciones en la conducción de su partido. Según la reseña de Enrique Méndez, publicada en estas páginas, al asumir la dirigencia nacional del PRI, Roberto Madrazo negó el "nacionalismo revolucionario'', ratificado como la ideología priísta en la 18 asamblea nacional, y dijo que el tricolor debe transitar hacia la "socialdemocracia'' para "apuntalar un nuevo proyecto para el desarrollo nacional demócrata social'', e insistió: "Llegó el momento de modernizar nuestro arsenal ideológico''.
Habida cuenta la falta absoluta de ideas expuestas durante la campaña interna, tal postura no puede menos que sorprender, pues nada habría aportado tanto a la clarificación del nebuloso y pobre escenario político nacional como una buena discusión sobre las perspectivas ideológicas del que a todas luces sigue siendo un partido de enorme influencia electoral. Pero no ocurrió así y nos quedamos sin saber cuál era la fórmula secreta que la pareja ganadora traía bajo el brazo para cambiar al PRI y de paso a México. No esperamos demasiado, pues a la hora de la victoria, entre el clamor de las porras y el tropel de la cargada, nos dicen que hay que apuntalar "un nuevo proyecto" que se identifica con la propuesta socialdemócrata.
Primero, vaya usted a saber qué entienden Madrazo y Gordillo por "socialdemocracia", pero hay que decir que no es tampoco una idea original, si tomamos en cuenta que el PRI participa como observador en la Internacional Socialista (IS) desde los tiempos ya lejanos de Porfirio Muñoz Ledo al frente del partido, sin que eso determine absolutamente nada, salvo cierto aggiornamento del lenguaje, que no de las actitudes de los políticos priístas.
El PRI perdió la oportunidad histórica de convertirse en un partido socialdemócrata moderno cuando sucumbió a la lógica de la guerra fría al cancelar la independencia de los trabajadores para someterlos al control corporativo que acabó nulificando su participación en el diseño de las políticas públicas. Y volvió a alejarse de nuevo cuando en la "disputa por la nación" prefirió el social-liberalismo, el reforzamiento no democrático del poder presidencialista y la integración al mercado estadunidense como única plataforma de progreso.
La crisis ideológica del nacionalismo revolucionario, evidenciada por el movimiento estudiantil y la insurgencia obrera posterior, no se zanjó por la vía socialdemócrata, como sugería el acercamiento a la Internacional Socialista, sino con la exaltación terminal de los valores y procedimientos más groseramente autoritarios de la tradición revolucionaria mexicana. La pretensión de alimentar un nuevo reformismo sin apoyo popular, hizo más notorias las enormes fallas del régimen, su incapacidad para flexibilizar la hegemonía del Estado y aceptar el florecimiento de la pluralidad democrática, que finalmente se instalará, pero a cuentagotas, en un largo y accidentado regateo con el poder. Tardamos más de treinta años en pasar esa transición, no obstante que la Constitución establece la democracia representativa como el régimen político del Estado.
Ahora Madrazo retoma el hilo de ese discurso, pero el único contenido visible de su propuesta de renovación ideológica es la promesa de que pactará con el gobierno, sin adelantar ninguno de los temas de la agenda que daría razón y contenido a dicho acuerdo: "Lo que es claro -advierte- es que sin ese pacto el país no podrá alcanzar una normalidad democrática. Un pacto que no le regatee a nadie la aceptación política y que, sin arriar banderas, defina un soporte amplio para un proyecto nacional". Vale. Sin embargo, una vez más, el representante del PRI confunde la necesidad de un acuerdo con la búsqueda del centro perdido y, a la manera del señor Aznar, superpone las definiciones de su partido con la demarcación del "proyecto nacional".
Siempre según la reseña de La Jornada, Madrazo vislumbra la realización de dicho proyecto como una vuelta a un compromiso exhaustivo más allá de la pluralidad existente. "México -advierte- no puede garantizar gobernabilidad ni progreso si su destino transcurre entre la derecha, la ultraderecha, la izquierda o la ultraizquierda, y su política se realiza con partidos poco representativos, eclipsados por la entronización asfixiante de los grupos de interés". Por el momento eso es lo que puede acreditarse a la tercera vía según Gordillo y Madrazo, al parecer más próxima a las ideas de Blair y Schröder que a las reflexiones de un Lafontaine, por poner un caso.