ƑLA FIESTA EN PAZ?
Tauridad, la base
Leonardo Páez
SI EL PRESIDENTE del país más poderoso de la tierra, que no el más inteligente ni el más espiritual, prefiere taparse la cara con su mascota para rehuir una pregunta incómoda, qué no harán los llamados taurinos para esconder lo que les quede de vergüenza cuando alguien les cuestione en lo que han convertido la fiesta de toros en México.
SOBRADOS DE DINERO pero escasos de sensibilidad e imaginación, estos desafortunados promotores del espectáculo taurino de plano se niegan a aceptar que la única base capaz de sostener a la tauromaquia como expresión cultural es la tauridad, neologismo de mi invención para definir las cualidades mejores del toro de lidia de nuestro tiempo.
TAURIDAD ES AL toro lo que personalidad al individuo, es decir, el modo más o menos impactante de ser y actuar de una persona madura e independiente. En el caso de los toros de lidia la tauridad se basa necesariamente en la bravura, en el instinto innato de pelea, no de defensa, pero en una bravura con una acometividad franca y noble, así como en el trapío o armonizadas hechuras de su anatomía, acorde con la edad considerada adulta y de más riesgo: cuatro años cumplidos.
ADEMAS, EL ANIMAL que posee tauridad hace que su bravura noble, su buena planta y su peligrosidad se transmitan al torero y al público, convirtiendo una torpe coreografía sanguinolenta en un inteligente o arrojado desempeño técnico y estético, muy alejado del toreo bonito que hoy impera, reduciendo la tauromaquia a su mínima expresión.
LO ANTERIOR A propósito de que, por primera vez en lo que va de la dependiente temporada grande 2001-2002 en la Plaza México, el domingo 24 de febrero salió por la puerta de toriles un astado que acusó ciertos rasgos de tauridad, poniendo a todo mundo de cabeza. Se llamó Despreciado y fue de la ganadería de Xajay, o de aquello de ese hierro que aún no ha sido bastardeado con la idea de crear toritos dóciles.
LO ESPERO EN los medios -no en el tercio o al hilo de las tablas como indica el buen hacer tauromáquico- Federico Pizarro, quien de rodillas intentó ejecutar una larga cambiada. Como el diestro no logró meter a aquel huracán en el engaño, el toro lo "sintió" y lo prendió por la entrepierna, tirándole cornadas una y otra vez, sin atender a los capotes de la cuadrilla, salvándose de ser herido porque la res probablemente no traía sus pitones intactos, perdiendo así el sentido de la distancia, y por el oportuno quite a cuerpo limpio que le hizo, de civil, el matador Mauricio Portillo, que observaba la escena desde el callejón.
PERO ESOS INSTANTES dramáticos en que el torero fue prendido y zarandeado por una fiera hermosa que cumplía con su cometido, tuvieron su dosis de tauridad, de desempeño cabal del otro protagonista de la escena, dispuesto a vender muy cara su vida cuando su criador, en aras de una tauromaquia falsa, no le ha disminuido su bravura ancestral. Mientras esa tauridad sea evitada por ganaderos, empresas y toreros, el espectáculo taurino seguirá siendo pasarela de dos o tres apellidos.