Estudios científicos revelan que las mujeres laboran más que los hombres Capacidades para el trabajo según el género Héctor Reyes Bonilla Mi mamá, como todas las mamás, era una persona admirable. Se levantaba temprano, preparaba el desayuno para la familia, y a las 8 de la mañana ya estaba cumpliendo sus obligaciones como directora de escuela primaria. A principios de la tarde tenía la comida lista y luego atendía a papá cuando regresaba de la oficina. Inmediatamente después iniciaba sus otras labores (zurcir, planchar, etc.), y más tarde nos daba de cenar. Sin embargo, los hijos considerábamos que sus acciones no eran "trabajo"; trabajo era el que hacía mi padre, quien a las 6 de la tarde ya se había desentendido del mundo. Supongo que este cuento es igual al que cualquiera puede platicar en referencia a su propio círculo familiar. Es normal que se vea al trabajo femenino no remunerado como "no trabajo". Sin embargo, diversos grupos de mujeres (desde feministas hasta amas de casa convencidas de su papel) han tratado infructuosamente de hacer entender al resto de la sociedad que el nivel de actividad que ellas desarrollan es y puede ser mucho más alto que el de los varones. Y para ayudar a dirimir este argumento es donde entra la ciencia en este ensayo. En octubre de 2001 (vol. 294, p. 812), Science, una de las revistas científicas más importantes del mundo, publicó un trabajo titulado "The work burden of women" ("La carga de trabajo de las mujeres"). El estudio se realizó en Costa de Marfil, Africa, y su objetivo fue comparar el tiempo que cada género invierte en realizar trabajos (de todo tipo). Los autores (James. A. Levine y colaboradores), comentan al principio lo sabido: los hombres desarrollan sus actividades fundamentalmente fuera del hogar, y las mujeres lo hacen tanto fuera como dentro. Sin embargo, no existen datos objetivos que demuestren si las cargas laborales son distintas, y si es así, cuáles pueden ser las consecuencias del caso. Podría parecer sencillo el documentar el número de horas de trabajo de las personas, pero en realidad no lo es. No es del todo válido apoyar las conclusiones únicamente en respuestas a cuestionarios o entrevistas. Así, los autores pusieron en práctica la técnica menos elegante pero más efectiva: entrenaron observadores, y cada uno dedicó varios días a anotar tanto el tipo de actividad desarrollada por una persona, como el tiempo que empleaba en cada una. El trabajo incluyó observaciones durante todas las horas de vigilia y el tamaño de la muestra final fue de 3 mil 352 individuos. Los resultados fueron definitivos: las mujeres dedican en promedio 2.9 horas más al día en trabajar que los hombres, y esta diferencia es constante sin importar el grupo de edad (de los 15 a los 70 años); la discrepancia en tiempo invertido es mucho mayor en asuntos tales como la preparación de las comidas y la limpieza casera. Por otra parte, los hombres gastan mucho más tiempo en "viajes", "descanso activo", y en realizar trabajos pesados. Finalmente, ambos géneros ocupan las mismas horas en dormir y comer. Una vez demostrado lo anterior, los autores concluyen que es importante estimar los requerimientos energéticos de las mujeres, ya que es posible que dada la carga de trabajo y el nivel de alimentación, puedan presentar un déficit calórico diario de hasta 30 por ciento. Muchos lectores (¡y lectoras!) quizá opinen que los resultados de este estudio son tan obvios que en el fondo todo fue una pérdida de tiempo. Yo pienso que la investigación es loable por dos razones. Primero, fundamenta formalmente que esta queja recurrente de las mujeres es un hecho real, no una mera opinión. Segundo, es un buen ejemplo de que los resultados generados con los enfoques de las ciencias "duras" pueden ser un gran apoyo al trabajo de los científicos sociales. Sería harto deseable, digamos, que biólogos o estadistas especialistas en diseño de muestreo atacaran problemas como la estimación de la verdadera incidencia del maltrato infantil en el país, o generaran información sobre la frecuencia de ocurrencia de distintas conductas sexuales en la población general. Así, los cuerpos gubernamentales y las asociaciones civiles podrían contar con cifras más confiables que las disponibles actualmente, y a partir de ahí ofrecer mejores soluciones a problemas específicos. En resumen, colaboraciones así serían una
gran aportación de la "tercera cultura", el resultado de la fusión
de las ciencias naturales y sociales en busca de un bien común.
Biólogo, estudiante doctoral en la Universidad
de Miami y asistente de investigación en el laboratorio de arrecifes
coralinos
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