Jornada Semanal, 24 de febrero del 2002                       núm. 364

REBOLLEDO, LOS VIAJES, 
EL DECADENTISMO Y EL AMOR SEXUAL (IV)

Rebolledo ocupa un lugar muy especial en la historia de la literatura mexicana, no sólo por su audacia temática sino por la perfección de sus formas poéticas. Algo similar puede decirse de su prosa, pues fue escrita desde una perspectiva lírica y desde el conocimiento profundo del valor de las palabras y de sus combinaciones. Pensemos en la moral dominante de su época, la judeocristiana, y en su carácter represivo que afectaba primordialmente a las mujeres y a la homosexualidad. Predominaba una cultura machista, por una parte y, por otra, negadora de la sensualidad y, de manera obsesiva, de la sexualidad. López Velarde se condolía de la situación de las mujeres de su tierra, sujetas al rígido sistema autoritario. Decía que las víctimas de la represión “salen a los balcones, a que beban el aire los sexos cual sañudos escorpiones”. Yáñez, por su parte, hablaba de los “pueblos de mujeres enlutadas” y de la tristeza y el fortalecimiento del instinto de muerte provocados por la moral católica. El régimen de Porfirio Díaz coincidía en intolerancia con la moral dominante, aunque mantenía vigentes las leyes de Reforma y cuidaba las formas en materia de laicismo. El viejo dictador y su decentísima esposa habían establecido un pacto tácito de no agresión con una jerarquía eclesiástica que, en buena medida, había recuperado muchos de los bienes y privilegios perdidos por la desamortización realizada durante el gobierno de ese ejemplar modernizador que fue Gómez Farías, y por las reformas de Juárez y los liberales. Por todas estas circunstancias, la moral dominante no sólo era represiva sino también puritana. Es decir, estaba teñida de hipocresía y mantenía una doble moral.

Por todas las razones anteriores, los perfectos sonetos de Caro Victrix provocaron reacciones furiosas y rasgamientos de vestiduras. Quisiera recordar dos y hacer una breve y admirada glosa de cada uno de ellos:

Saturados de bíblica fragancia
se abaten tus cabellos en racimo
de negros bucles, y con dulce mimo
en mi boca tu boca fuego escancia.

Se yerguen con indómita fragancia
tus senos que con lenta mano oprimo,
y tu cuerpo suave, blanco, opimo,
se refleja en las lunas de la estancia.

En la molicie de tu rico lecho,
quebrantando la horrible tiranía
del dolor y la muerte exulta el pecho,

y el fastidio letal y la sombría
desesperanza y el feroz despecho,
se funden en tu himen de ambrosía.

Dice Luis Mario Schneider que los sonetos de Caro Victrix son los primeros poemas eróticos de la literatura mexicana. Yo extendería este primado a la lengua castellana, pues ningún poeta había sido tan explícito en sus descripciones y en el uso de palabras prohibidas en el vocabulario de la poesía. Algunos hablaban de los senos, las cinturas, los ebúrneos brazos, los rostros, las ágiles piernas, pero ahí se detenían. El sexo era un territorio insinuado con grandes reticencias y el sexo masculino, ya flácido ya erecto, era tema prohibido, entre otras cosas, por el buen gusto y las buenas costumbres. En fin... había una zona intermedia en los cuerpos humanos que no existía para la lírica. Efrén Rebolledo rompe esos tabúes y abre la puerta a la expresión libre de esos bellos aspectos de la vida que tienen una relación indisoluble con la libertad, el amor y la plenitud del ser.

Algunos críticos han intentado establecer una diferencia tajante entre la poesía erótica y la sexual. Yo no encuentro esa diferencia, pues ambas pertenecen al instinto de vida y comparten el mundo de lo sensual. La relación sexual, aun en las llamadas aventuras fugaces, tiene una fuerte carga erótica (si no la tiene nos encontramos frente a un desarreglo psicológico causado por la moral puritana). Siendo, a veces, un desahogo de la libido, sus sensaciones tienen una raíz erótica. Recuerden que el sexólogo judío neoyorquino Woody Allen decía que le gustaba la masturbación porque era una buena forma de hacer el amor con la persona más querida: con uno mismo.

En el soneto brillan los personajes bíblicos, especialmente la sulamita de El cantar de los cantares, el beso de la lírica grecorromana (pensemos en Catulo: “dami basia mile, deinde centum, deinde altera mille, deinde secundum centum”), que es de puro fuego derretido; el cuerpo de la amada recorrido por las caricias expertas y reflejado, como en una escena art nouveau, en las lunas de la estancia. Así, la pareja lucha contra el dolor y la muerte, oponiéndoles un momento dorado, el de la plenitud de los cuerpos, y el tedio (el tedio es el diablo, decía Baudelaire) y la desesperanza a pesar de todos sus poderes, son derrotados por un “himen de ambrosía”. Sabemos que esa victoria es efímera, pero es la única a la que podemos aspirar.

Vivir encadenados es su suerte,
se aman con un anhelo que no mata
la posesión, y el lazo que los ata
desafía a la ausencia y a la muerte.

Tristán es como el bronce, obscuro y fuerte,
busca el regazo de pálida plata,
Isolda chupa el cáliz escarlata
Que en crespo matorral esencias vierte.

Porque se ven a hurto, el adulterio
le da un sutil y criminal resabio
a su pasión que crece en el misterio.

Y atormentados de ansia abrasadora
beben y beben con goloso labio
sin aplacar la sed que los devora.

En varios sonetos de esta serie, el poeta, usando imágenes generalmente afortunadas, habla de onanismo, orgasmo, fellatio, cunnilingus, homosexualidad y otros aspectos de la vida sexual. En el de “Tristán e Isolda”, Rebolledo, fiel a la leyenda, une al amor sexual otros aspectos de la conducta, como el adulterio, la imposibilidad de la unión permanente, la sed de amor y de sensaciones que produce desasosiego y desesperanza.

Hay en todos los sonetos un deslumbramiento creado por la vista y el movimiento del cuerpo femenino:

Jardín de nardos y de mirtos rojos
era tu seno mórbido y fragante,
y al sucumbir, abriste palpitante
las puertas de marfil de tus hinojos.
Mármol, marfil, palomas, nardos y mirtos, vellocinos, ágiles bestias, lumbre, rosas, objetos de la liturgia religiosa, nieve, perlas, aromas, olas, leche, armiño, espesuras lóbregas, páramos, lino, mariposas, velos, gemas, pebeteros, ríos, vampiros de la tradición gótica, el desierto, margaritas y huertos, hábitos de estameña, lirios, el tálamo, la luna, gatos sensuales y enarcados, torneos y combates, lanzas, cañas y corceles, alabastro, granadas y la noche... estos son algunos de los elementos y los materiales con los que el poeta construye sus poemas. Algunos de esos símiles se convierten en emblemáticos y aparecen en otros poemas. Vienen del mundo clásico, de Safo de Lesbos, Simonides de Ceo, Arquíloco de Paros, Horacio y Catulo; de la tradición romántica, de la lírica de la Biblia, de la imaginería simbolista, del espíritu decorativo del art nouveau y del repertorio amplio y ecléctico de todos los decadentistas. Así es, pero es necesario reconocer en Rebolledo una originalidad irreductible, un valor a toda prueba y una forma personalísima de acercarse a las palabras y de ordenarlas en la arquitectura del poema.

Para terminar veamos a uno de sus personajes más finamente concebidos y descritos: Elena Rivas, la salamandra sonorense. Así nos la pinta:

Una tarde, a la hora de la siesta vestida con un “negligé” color paja, se encontraba Elena en el espacioso hall de lustroso piso de taracea, recostada perezosamente en un diván cubierto con una piel de tigre. Wilde, Ingres, los poetas persas, Beardsley, Julio Ruelas, Darío, Herrera y Reissig, Loti, Al Sharif al-Radi, el Nervo de “Perlas negras” y los simbolistas y los decadentes, están al fondo de esa escena que Rebolledo, con su arte de poeta, resucita y crea.

Una vida laboriosa en el Servicio Exterior, un inusitado refinamiento literario, una sana y bella manera de hablar de lo sexual; los viajes y la admiración por “los alimentos terrenales”. Todo eso y mucho más pasó por la vida de Efrén Rebolledo, literato y diplomático nacido en Actopan, enterrado en la fosa común del cementerio de La Almudena en Madrid y vivo en las palabras que amó y nos dejó como testimonio de su aventura humana.
 

Hugo Gutiérrez Vega
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