Entrevista con Patrice Chéreau, director
de Intimidad; la cinta ya se exhibe en México
"Me interesa lo que tiende a destruir la familia"
El largometraje está basado en ''una novela cruel
y dura acerca de la desilusión''
YANN TOBIN Y CLAIRE VASSE
El cineasta francés Patrice Chéreau acepta
que Intimidad refleja cierta serenidad en su dirección, aunque
reconoce que habría podido no ser así: ''cuando se está
en edición, puede uno volver la película más caótica
o más serena; si editamos bien lo filmado entonces aparece algo
que es la película. Durante el rodaje yo no tenía esa impresión
de serenidad. Pensaba que estaba echando a perder la cinta. Tenía
miedo de no poder hacerla''.
Intimidad, acerca del nacimiento de una pareja
que acordó reunirse cada miércoles únicamente para
tener sexo, sin la posibilidad de compromiso afectivo, se exhibe desde
anteayer en salas del país. Con ese trabajo Patrice Chéreau
se hizo acreedor al Oso de Oro en la pasada versión de la Berlinale.
-¿Cómo surgió la idea de Intimidad?
-Leí
Intimidad, de Hanif Kureishi, antes de la salida de Quienes me
quieran tomarán el tren, en ese periodo extraño en que
uno está más permeable, más accesible a otros proyectos.
Conocía bien el trabajo de Hanif y lo admiraba mucho. Llamé
a Christian Bourgeois, su editor en Francia, quien me proporcionó
su teléfono, y a la semana siguiente ya estaba en Londres. Intimidad
es una novela cruel y dura sobre la desilusión, una suerte de monólogo
inaudito de alguien que en una noche abandona a sus hijos y a su mujer
para hacer el balance de su vida. Como yo sabía que justamente eso
le había ocurrido a Hanif Kureishi, me gustó ese impudor
increíble del que no se salva ni él mismo. El relato es,
sin embargo, también muy duro para la mujer. Por lo general a las
mujeres no les gusta mucho ese libro. A mí me fascinaba el enigma
que encierra: ¿cómo puede uno abandonar así a su mujer
y a sus hijos? Siempre me ha interesado lo que tiene tendencia a destruir
a la familia... Ciertamente me parece que una familia es algo importante,
pero no conozco una sola que realmente despierte el deseo de pertenecer
a ella; una familia ideal de la que se pueda decir que es la fuente de
la felicidad de todos.
-Sólo quedan sin embargo algunos restos de la novela
en su película, a manera de flash-backs.
-Durante el trabajo me dije que era difícil adaptar
esta novela que es totalmente cerebral, escrita en primera persona. Con
mi coguionista, Anne-Louise Trividic, descubrimos otro relato suyo, Veilleuse,
que es la historia de un hombre que ha abandonado a su esposa -a la
manera de Intimidad- y que mantiene una relación silenciosa
con otra mujer; ella viene a visitarlo una vez por semana only for sex,
como dicen los ingleses. Es un relato extraordinario, con una sensación
de esperanza de alguien que ha vuelto a la vida. Apostamos a que este relato
nos daría la clave para abrir la puerta de la novela.
-Contrariamente a sus películas anteriores, aquí
se sacrifica la forma coral a favor de un relato más minimalista.
-Me gustan las estructuras complejas donde hay varias
historias. Esto tiene que ver más con la novela o el folletín
que con el cine. Para Intimidad quise ver si era capaz de hacer
una película con muy poca gente. Con todo, hay a final de cuentas
dos historias: la del relato y la de la novela. No habría podido
yo funcionar con una sola.
-Intimidad deja la impresión de una libertad
mayor, de mayor equilibrio y dominio del lenguaje cinematográfico.
Una suerte de serenidad en la dirección.
-¡Tanto mejor! Yo también tuve esa impresión
al ver la cinta. E incluso antes, durante el montaje: es por otro lado
lo que me orientó. Cuando uno está en edición, puede
uno volver la película más caótica o más serena,
tenemos el pie sobre el freno o sobre el acelerador. Si editamos bien lo
filmado, entonces aparece algo que es la película. Durante el rodaje
yo no tenía esa impresión de serenidad. Pensaba que estaba
echando a perder la cinta. Tenía miedo de no poder hacerla. Tal
vez eso se deba a que no estaba acostumbrado a filmar con tan poca gente.
No podía hacer un gran espectáculo, e incluso me lo prohibía
a mí. El error sería pensar que uno es bueno y contentarse
con ello. Si eres verdaderamente bueno sobre la escena, no extraes de ello
placer alguno. Eres bueno cuando estás en dificultades, cuando no
tienes la impresión de ser bueno. De golpe luchas con una concentración
extrema, tienes ganas de ir a lo esencial de lo que dan los actores. Quienes
me quieran tomarán el tren era una cinta virtuosa porque siempre
me sentí feliz haciéndola. Tenía la impresión
de lograrla, lo cual es muy peligroso y a menudo un mal augurio. Intimidad
es más serena, porque la hice en el dolor y en la incertidumbre.
No me dio gusto hacerla, al menos durante las cuatro primeras semanas del
rodaje.
Siempre aficionado
-¿Va mucho al cine?
-Desde siempre. ¡Antes jamás iba al teatro,
siempre al cine! En un momento dado, fui al teatro, de modo profesional,
para ver a los actores... Pero desde muy chico la forma de espectáculo
que siempre he privilegiado son las películas. En mis años
de liceo iba tres o cuatro veces por semana a la cinemateca de la calle
Ulm. El teatro que hice durante veinte o treinta años se nutrió
siempre del cine. Y sigo viendo películas. Me fascina la vitalidad
del cine asiático. Pienso que tienen una relación con la
imagen que no tuvimos o que ya no tenemos, y que ellos son capaces de reinventar.
Me asombra la manera en que In the mood for love logra contactos
con el cine de Antonioni. Me marcaron dos cintas de Tsai Ming Liang: El
río y Los rebeldes del dios Neón. Y también
Yi Yi y Kitano. Desde hace tiempo hay algo nuevo que surge en Asia: una
fe en el cine. Me digo que todavía es posible contar historias en
la pantalla, lo cual me parece primordial; no se trata sólo de volver
hacer lo ya hecho.
Tomada parcialmente de la
revista francesa Positif (abril, 2001)
Traducción: Carlos Bonfil