Rolando Cordera Campos
Más y no menos globalización, pero para los más
Con el "grado de inversión" en la bolsa, el presidente Fox se apresta a conseguir el santo capital perdido. México es tierra prometida y segura, si no cuerno de la abundancia, sí fértil terruño para el negocio. Esta no es la marcha de la locura, pero ante lo que ocurre en Argentina, donde se dirigen a la edad de piedra financiera, más vale calibrar con cuidado la verdadera posición del país en el mundo. Antes de que los mercados empiecen a pasarnos la factura por la bien venida calificación otorgada.
En el país de las pampas se vive una tragedia formidable. Los bancos de fuera dicen ser las víctimas pero se fueron a tiempo, porque en realidad nunca llegaron como se les esperaba; forzaron a De la Rúa a decretar aquel trágico "feriado" bancario que lo llevó a la ruina y confirmó la de su país; nunca se capitalizaron con dinero traído de sus centrales, sino mediante bonos dentro y fuera del mercado argentino, y desde el principio "se cubrieron": nunca fueron registrados como sucursales de sus matrices, sino como subsidiarias, con lo que su obligación de hacer frente a la crisis de liquidez inicial era por lo menos reducida. Ida la lana, declarada la insolvencia, todo era asunto de tiempo y aguante. El tiempo para ellos y los que con ellos armaron el negociazo; el aguante para los demás, para los que creyeron que su dinero estaba seguro porque detrás de la ventanilla estaban los bancos del primer mundo. Fin de la historia. Lo que sigue es arrebatiña. Y desgracia para los más.
Terminada la semana global, donde amorosos y odiosos se dan la mano a través de la red, el asunto global deja de ser cosa del carnaval y se vuelve de nuevo cosa seria. De poco sirven las cartas heroicas y las afiliaciones desde lejos, como flaco servicio hacen las incursiones de los nuestros en las elegías globalifílicas. El que uno se globalice no quiere decir que el verbo lo podamos conjugar todos al unísono. La globalización es cosa seria y no resbaladilla al infierno o escalera al cielo.
Bien leída, buena parte del lenguaje usado en el Waldorf Astoria mantuvo su afiliación a lo mítico: más y no menos globalización como consigna única, evade el peso de lo diverso y el fardo millonario de la pobreza universal, así como la eclosión sangrienta del 11/09/01 que nos puso a todos en el tobogán de una guerra sin retorno, pero sin destino claro. Y en Porto Alegre, a pesar de los esfuerzos de sus más lúcidos contingentes que buscan dar a la protesta rumbo de propuesta, también privó un verbo más cercano a lo místico que a lo razonable. Globales ambos, pero insuficientes también para auspiciar una deliberación de fondo sobre el orden posible y el horizonte deseable para un mundo cada vez más vinculado, pero también cada día más extraño y escindido.
En La Jornada se nos ha ofrecido material selecto para darle a la reflexión sobre lo global otra moldura. Las comunicaciones de Joseph Stiglitz y Amartya Sen, originalmente publicadas en American Prospect, la revista de los demócratas progresistas estadunidenses, pueden servir como plataformas para un debate que la coyuntura impaciente de nuestra transición manda siempre hacia adelante, al foro del nunca jamás. Cuando debería ocurrir precisamente lo contrario: que siendo país "global" por excelencia, por geografía, demografía, cultura y economía, y por decisión avalada explícita e implicitamente por la mayoría, nuestras políticas y debates deberían estar articuladas por una cuestión básica: cómo en cada momento sacarle el jugo, en nuestro beneficio, a esa condición global que siempre será necesaria y nunca suficiente para cumplir propósitos nacionales y colectivos.
En su más reciente entrega editorial, Testimonios críticos, de editorial Cántaro, David Ibarra ofrece argumentos y perspectivas que deben formar parte de esta deliberación urgente y vital, porque el tiempo pasa y, aunque no lo crean los optimistas, se gasta, para la agenda implícita del tránsito democrático. El tiempo nunca ha sido nuestro y ahora menos, pero hacemos como si lo fuera: "La acumulación de problemas socioeconómicos insolutos, postula Ibarra, ya parece un rasgo característico de la cultura posmoderna, como de una participación política declinante o de la erosión misma de la legitimidad democrática". Podemos llorar por Argentina, pero las campanas doblan también por nosotros.
Frente a un liberalismo obtuso, que a medida que nombra a Stuart Mill o a Smith los niega y distorsiona, Ibarra no busca una vuelta atrás sino una mirada racional y razonable hacia adelante. "Reconocer los logros del pasado no equivale a volver a estrategias históricas rebasadas, pero sí debiera conducir a moderar los extremos del debate en boga... La verdadera cuestión, no reside en abrazar o rechazar la nueva ideología globalizadora del progreso, sino en discernir cómo podría hacerse operante, cómo podría moldearse su praxis instrumental con costos y pérdidas asimilables en términos de sacrificios sociales y cesión de soberanía" (pp. 53 y 54).
Más y no menos globalización podríamos decir, pero no sin convenir antes en quiénes y cómo se paga el costo y cómo se distribuye, ya, hoy, el beneficio. Porque del sacrificio, dicen, se encargó el mercado. De eso no nos habla Standard & Poors, pero apuesto a que si lo hacemos hasta nos pone otra estrellita.