Kofi A. Annan*
La globalización en tela de juicio
Muchas personas me han preguntado por qué acepté asistir al Foro Económico Mundial este año. Algunos podrían pensar que, al haber hecho esto, me he alineado con la elite mundial, dándole la espalda a las masas oprimidas que -ante los ojos de estas personas- son las víctimas de la globalización.
La verdad es que el motivo es todo lo contrario. Consideré este foro como una oportunidad para dirigirme a la elite global y hablar en beneficio de esas masas oprimidas: en beneficio, especialmente, de las más de un billón de personas en el mundo moderno que viven sin comida suficiente, sin agua potable, sin educación primaria o servicios de salud para sus hijos; en síntesis, sin los más básicos requerimientos para la dignidad humana.
Yo, personalmente, no creo que estas personas sean víctimas de la globalización. Su problema no es que estén en el mercado mundial sino, en la mayoría de los casos, que están excluidos.
Depende, sin embargo, de la elite mundial -de los líderes políticos y empresariales de los países más afortunados- probar lo equivocado de esa percepción con acciones que se traduzcan en resultados concretos para los oprimidos, los explotados y los excluidos.
No es suficiente decir -aunque sea cierto- que sin las empresas los pobres no tendrían ninguna esperanza de escapar de su pobreza. Muchos no tienen esperanza estando las cosas como están. Estas personas necesitan que se les muestre, con ejemplos tangibles que hagan la diferencia en sus propias vidas, que la economía, aplicada adecuadamente, y las ganancias, invertidas sabiamente, pueden traer beneficios sociales que estén al alcance no sólo de unos cuantos sino para muchos y, eventualmente, para todos.
Muchos líderes de empresas aún creen que estos son problemas que los gobiernos tienen que resolver y que la industria privada sólo debe interesarse por el resultado.
Pero muchas de estas personas entienden que a largo plazo el resultado depende de las condiciones económicas y sociales, así como de la estabilidad política. Cada vez son más los que se dan cuenta que no tienen que esperar a que los gobiernos tomen las medidas necesarias -en efecto, no pueden darse el lujo de esperar. En muchos casos, los gobiernos sólo encuentran el valor y los recursos para hacer lo correcto cuando los negocios toman la iniciativa.
Algunas veces las compañías pueden hacer una diferencia enorme con inversiones verdaderamente pequeñas. Tomenos el caso de las manufactureras de sal del mundo. Estas compañías, trabajando junto con las Naciones Unidas, se han asegurado que toda la sal del mundo manufacturada para consumo humano tenga yodo.
El resultado es que cada año más de 90 millones de niños recién nacidos son protegidos de la deficiencia de yodo, y así se encuentran protegidos contra una gran causa de retardo mental.
Necesitamos muchos ejemplos como ese de compañías que ayudan a cambiar el rumbo de la ciencia mundial y la tecnología para interrumpir las crisis entrelazadas de hambre, enfermedades, degradación de la ecología y conflictos que están deteniendo el desarrollo del mundo.
Es cierto que para que la mayoría de estas iniciativas tengan éxito, los negocios necesitan contar con aliados ilustrados en el gobierno. Pero no deben esperar pasivamente a que esta situación se presente. En muchos países la voz de los hombres de negocios juega un papel muy importante en darle forma al clima de opinión en el cual los gobiernos toman sus decisiones.
Ciertamente, no hay nadie en mejor posición que los líderes de negocios para refutar los argumentos presentados por los proteccionistas y los tacaños.
Estos líderes son quienes pueden dar el argumento más persuasivo para que los países ricos abran sus mercados a los tan elaborados productos de los países pobres, y para poner fin a los subsidios, a las exportaciones agrícolas que hacen imposible que los granjeros en los países pobres puedan competir.
Ellos también son los que, como líderes en pago de impuestos, pueden argumentar más persuasivamente para la ayuda oficial y alivio de la deuda de países en desarrollo, así como darle una oportunidad a aquellos países al hacer escuchar su voz cuando las decisiones que afecten a la economía mundial sean discutidas.
Todos estos alegatos son esenciales, si los países pobres de hoy van a crecer y prosperar. Por supuesto, necesitan poner en orden sus propias casas para que puedan movilizar los recursos domésticos y atraer y beneficiarse de las inversiones privadas extranjeras. Pero se les debe dar una oportunidad justa de exportar sus productos. Muchos de ellos necesitan ayuda financiera y técnica -para construir infraestructura y capacidades- antes de que puedan tomar ventaja de las oportunidades del mercado. Aun cuando la puerta esté abierta, uno no puede pasar a través de ella sin piernas musculosas.
Dentro de un mes, en la Conferencia sobre Financiamiento para el Desarrollo en Monterrey, los líderes tanto de la política como de las empresas tendrán oportunidad de mostrar, al abordar estos puntos seriamente, que su intención es asegurarse de que la globalización ofrece a los pobres una oportunidad real de escapar de la pobreza.
Todos ellos pueden dar un golpe verdaderamente decisivo en contra de las fuerzas de la envidia, desesperanza y terror, al enviar un mensaje de solidaridad, respeto y, sobre todo, de esperanza.
*El autor es el secretario general de las Naciones Unidas