La luz que a cada noche dio su
sombra,
escondida en la mano del artista
buriló y dibujó, pintó
a ocasiones.
Era una mano poderosa
que sin ningún titubeo
fue de lo hermoso a lo feo
y de la espina a la rosa.
La mano que estrujaba entre sus
dedos
la vida diaria de la Poesía
surgida de los limpios basureros.
Mano de un pueblo entero,
consecuencia de un par de ojos
que alegrías con enojos
ponían sobre el acero.
Los ojos que miraron frente a frente
uvas repletas de agridulces gotas
bosques de formas dieron a la
gente.
Los ojos que tanto vieron
dentro y fuera, como espigas,
fueron espigas amigas
de todo pan fuera y dentro.
Una mirada de sus ojos, una
sola mirada y una sola
daban toda la vida de una ola:
impulso, curva y festival de espuma.
Su corazón en la mano
a ojos vistas fue pasión
Y siempre tuvo razón
su corazón en la mano.
Esto de la razón fue su locura,
el pan nuestro de cada día;
el día claro con la noche oscura.
Tuvo razón su corazón
cuando a la vista de los hombres
su corazón se desnudó.
El corazón y la razón, paseó
por todos los abismos de la vida
dieron, también, sin ningún
titubeo.
Su corazón se veía
en sus linias y entre-linias,
fueran pablos y virginias
o el horror que se reía.
La muerte con el ruido de sus
huesos
le contaba las cosas de la vida
y todo aquello terminaba en juego.
Y con el alma en un hilo,
sin saber por qué será
la vida que pasa está
pidiéndole siempre asilo
a la vida que se va.
Porque esto de vivir junto a la
Muerte,
aunque nos la comamos con azúcar,
sabe a tiempo perdido, a azul
silvestre.
Si me dices con quién andas
yo te diré con quién voy.
Yo no te diré quién soy
no si me llevan en andas.
La cosa de vivir es cosa rara:
lejos de lo más cerca estamos
siempre
y todo el mundo ríe en nuestra
cara.
Mató a su lira con un puñal.
Si la mató a puñaladas
es por ver ensangrentada
la tristeza sideral.
El cielo en las estrellas se coloca
y sigue más allá de las
estrellas
y las estrellas cantan en su boca.
Pero es muy triste saber
que hay un minuto en el cielo
que destruye nuestro anhelo
de vivir para entender.
El pan muerto y su sabor sabroso
un día en cada año lo comemos.
El pan de cada día no es sabroso.
¿Está en lo que no vemos?
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La calavera de azúcar
y el pan de muerto
nos regresan a la cuna
del misterio.
El niño muerto que se desayuna
con la luz de la aurora,
sabe que un pajarito, cada hora,
transporta sus juguetes a la Luna.
Vámonos a la pulquería
donde está la cosa seria
pues millones de miseria
dieron a tu alma y la mía.
Ya viene la Bejarano,
la que atormenta a los niños.
Vamos haciéndole guiños
y le cortamos las manos.
Un hijo mató a su madre;
ya viene la policía.
Se lo dijo a mi comadre
la vieja que se vendía.
Toda la flor de la calaverada
bailará con nosotros esta noche
aunque nos lleve a todos la Tiznada.
Y a mi qué, que me lleve.
Sí... pero no.
Que si conmigo se atreve
ya veremos quién soy yo.
Y por matar a la muerte
don Chepito se peló.
Y el pueblo se reía
de tanta risa que en las calaveras
veía, escurridizo, noche y día.
Y entre la risa y el llanto
Posada al pueblo miró.
Con su buril acusó
con vivo y terrible encanto.
Con los Flores Magón y Cananea
el pueblo pobre levantó la vista
y gritó en la ciudad como en la
aldea.
La riqueza en las manos de unos cuantos.
Y el que trabaja para los que comen
viva de su tristeza y su quebranto.
El grabador del pueblo mexicano
tomó el partido de las justas iras
y puso el corazón entre su mano.
Y de aquella protesta en blanco y
negro
mirando escucharán, en buena música,
lo que vale un andante y un allegro.
Entre pájaros trinos esta tarde
en que avecina junio sus clamores,
arde el amor en el altar del arte.
El gran artista y el artista humano
tiene en el corazón de la Belleza
la clave de lo simple y de lo arcano.
Sin más amparo que su desconsuelo,
solo en un cuarto solo, el buen Posada,
genio de día y de noche en blanco
y
negro,
dio al cielo de sus ojos la mirada,
la que es de la ceniza y no del fuego.
Con mis ojos de niño vi sus ojos
detrás de una vidriera.
Era un taller pequeño en que
los rojos
ácidos daban a la primavera
sobre el acero, la verdad del día.
Junto a Nuestro Señor crucificado,
el repertorio de las emociones
de cuanto da la vida
era así un almacén de corazones
con su gota de sangre suspendida.
Ahora que con pluma siempre pobre
pongo palabras como rayas duras
sobre el papel,
en la plancha de acero, en la de cobre,
en una más de oro, yo quisiera,
buen maestro Posada,
dejar tu nombre y silenciosamente,
disfrutar de tu risa y de tu llanto
más allá de la sombra de
mi frente.
México está contigo, con
tu gente. |