La Jornada Semanal,  3 de febrero del 2002                         núm. 361
Palabras y música en honor de Posada

Carlos Pellicer


 
La luz que a cada noche dio su    
  sombra,

escondida en la mano del artista
buriló y dibujó, pintó a ocasiones.

Era una mano poderosa
que sin ningún titubeo
fue de lo hermoso a lo feo
y de la espina a la rosa.

La mano que estrujaba entre sus
  dedos

la vida diaria de la Poesía
surgida de los limpios basureros.

Mano de un pueblo entero,
consecuencia de un par de ojos
que alegrías con enojos
ponían sobre el acero.

Los ojos que miraron frente a frente
–uvas repletas de agridulces gotas–
bosques de formas dieron a la 
  gente.

Los ojos que tanto vieron
dentro y fuera, como espigas,
fueron espigas amigas
de todo pan fuera y dentro.

Una mirada de sus ojos, una
sola mirada y una sola
daban toda la vida de una ola:
impulso, curva y festival de espuma.

Su corazón en la mano
a ojos vistas fue pasión
Y siempre tuvo razón
su corazón en la mano.

Esto de la razón fue su locura,
el pan nuestro de cada día;
el día claro con la noche oscura.

Tuvo razón su corazón
cuando a la vista de los hombres
su corazón se desnudó.

El corazón y la razón, paseó
por todos los abismos de la vida
dieron, también, sin ningún titubeo.

Su corazón se veía
en sus linias y entre-linias,
fueran pablos y virginias
o el horror que se reía.

La muerte con el ruido de sus 
  huesos

le contaba las cosas de la vida
y todo aquello terminaba en juego.

Y con el alma en un hilo,
sin saber por qué será
la vida que pasa está
pidiéndole siempre asilo
a la vida que se va.

Porque esto de vivir junto a la
  Muerte,

aunque nos la comamos con azúcar,
sabe a tiempo perdido, a azul 
  silvestre.

Si me dices con quién andas
yo te diré con quién voy.
Yo no te diré quién soy
no si me llevan en andas.

La cosa de vivir es cosa rara:
lejos de lo más cerca estamos 
  siempre

y todo el mundo ríe en nuestra cara.

Mató a su lira con un puñal.
Si la mató a puñaladas
es por ver ensangrentada
la tristeza sideral.

El cielo en las estrellas se coloca
y sigue más allá de las estrellas
y las estrellas cantan en su boca.

Pero es muy triste saber
que hay un minuto en el cielo
que destruye nuestro anhelo
de vivir para entender.

El pan muerto y su sabor sabroso
un día en cada año lo comemos.
El pan de cada día no es sabroso.
¿Está en lo que no vemos?
 

La calavera de azúcar
y el pan de muerto
nos regresan a la cuna
del misterio.

El niño muerto que se desayuna
con la luz de la aurora,
sabe que un pajarito, cada hora,
transporta sus juguetes a la Luna.

Vámonos a la pulquería
donde está la cosa seria
pues millones de miseria
dieron a tu alma y la mía.

Ya viene la Bejarano,
la que atormenta a los niños.
Vamos haciéndole guiños
y le cortamos las manos.

Un hijo mató a su madre;
ya viene la policía.
Se lo dijo a mi comadre
la vieja que se vendía.

Toda la flor de la calaverada
bailará con nosotros esta noche
aunque nos lleve a todos la Tiznada.

Y a mi qué, que me lleve.
Sí... pero no.
Que si conmigo se atreve
ya veremos quién soy yo.
Y por matar a la muerte
don Chepito se peló.

Y el pueblo se reía
de tanta risa que en las calaveras
veía, escurridizo, noche y día.

Y entre la risa y el llanto
Posada al pueblo miró.
Con su buril acusó
con vivo y terrible encanto.

Con los Flores Magón y Cananea
el pueblo pobre levantó la vista
y gritó en la ciudad como en la aldea.

La riqueza en las manos de unos cuantos.
Y el que trabaja para los que comen
viva de su tristeza y su quebranto.

El grabador del pueblo mexicano
tomó el partido de las justas iras
y puso el corazón entre su mano.

Y de aquella protesta en blanco  y negro
mirando escucharán, en buena música,
lo que vale un andante y un allegro.

Entre pájaros trinos esta tarde
en que avecina junio sus clamores,
arde el amor en el altar del arte.

El gran artista y el artista humano
tiene en el corazón de la Belleza
la clave de lo simple y de lo arcano.

Sin más amparo que su desconsuelo,
solo en un cuarto solo, el buen Posada,
genio de día y de noche –en blanco y 
  negro–,

dio al cielo de sus ojos la mirada,
la que es de la ceniza y no del fuego.

Con mis ojos de niño vi sus ojos
detrás de una vidriera.
Era un taller pequeño en que 
   los rojos
ácidos daban a la primavera
sobre el acero, la verdad del día.

Junto a Nuestro Señor crucificado,
el repertorio de las emociones
de cuanto da la vida
era así un almacén de corazones
con su gota de sangre suspendida.

Ahora que con pluma siempre pobre
pongo palabras como rayas duras
sobre el papel,
en la plancha de acero, en la de cobre,
en una más de oro, yo quisiera,
buen maestro Posada,
dejar tu nombre y silenciosamente,
disfrutar de tu risa y de tu llanto
más allá de la sombra de mi frente.

México está contigo, con tu gente.

Corrido de don Lupe Posada

Efraín Huerta

A Pancho Díaz de León y El Camborio Acevedo Escobedo

 
 
 
Año de cincuenta y dos,
fecha que tengo grabada,
se celebró el centenario
de Guadalupe Posada.

En el barrio de San Marcos
del merito Aguascalientes,
Lupe aprendió a trabajar
en medio de los valientes.

Fue creciendo muy correcto
de espíritu y corazón,
hasta que vino a quedarse
allá en la ciudad de León.

Lupe era un hombre de paz
y jamás usó cuchillo.
Por eso lo querían tanto
por el rumbo del Coecillo.

Fue luego que retrató
la gran catedral de León,
cuando tuvo que salirse
después de la inundación.

Vuela, vuela palomita,
vuela si sabes volar,
ven a ver a Guadalupe
que ya está en la Capital.

Aquí siguió trabajando
en su taller de grabado.
Ilustraba los Corridos
de Vanegas afamado.

A don Lupe lo querían
cargadores y porteras.
Por eso hasta le pelaban
los dientes las calaveras.

No dejó ladrón sin pena
ni títere con cabeza.
Era una de sus virtudes:
su honradez y su franqueza.

¡Ay cúpula de Loreto,
torres de la Catedral!
Dicen que viene Madero,
quién sabe qué va a pasar.

Cortas se le hacen las noches
y muy chiquitos los días.
Hizo veinte mil grabados,
veinte mil litografías.

Vuela, vuela palomita,
vuela por montes y llanos.
No te vaya a hacer en mole
Don Chepito el Mariguano.

¡Cómo estarán los infiernos
que los diablos andan fuera!
Por todo México está
muy fuerte la balacera.

A don Lupe no lo asustan
políticos ni hambreadores.
Por eso lo han apodado
"El Rey de los Grabadores".

A los niños y a los pobres
Posada tendía la mano,
y fustigaba muy duro
a la feroz Bejarano.

Incendios, riñas y crímenes,
y hasta el famoso temblor,
todo pasó por sus manos
con entusiasmo y fervor.

A todos hacía una sátira,
de todos era el azote.
¡Bonita la "calavera"
del famoso Don Quijote!

Vuela, vuela palomita,
vuela si tienes con quién.
Ve a saludar a don Lupe
a la cárcel de Belén.

Ya salió libre don Lupe,
y como era de valor
siguió atacando macizo
al anciano Dictador.

Generales y soldados
por allí pasaron lista.
Hay un grabado llamado
"Calavera Zapatista".

A Huerta lo retrató
como feroz alimaña.
A traidores y tiranos
los fustigaba con saña.

¡Ay fifís de la Alameda,
lagartijos de Plateros!
Si no se andan con cuidado
don Lupe los deja en cueros.

Miedo le tenían los ricos,
los pobres mucho cariño.
Como era un hombre del pueblo
tenía corazón de niño.

Murió en el año de Trece
en medio de triste lloro.
En su chaleco pusieron
la bella leontina de oro.

Vuela, vuela palomita,
vuela cargada de flores.
Ya se llevan a don Lupe
para el Panteón de Dolores.

Ya con esta me despido,
con la flor de la granada.
Aquí se acaba el corrido
de Guadalupe Posada.