Galardón en el área de artes y tradiciones populares
El rebozo, artesanía de doble suavidad: a la vista y al tacto
RENATO RAVELO ENVIADO
Santa Maria del Rio, SLP. Se necesitan 15 pasos para hacer un rebozo en Santa María del Río, y aunque es una tradición femenina que data de tiempos prehispánicos, el Taller de Escuela Rebocería tiene a más de un varón entre quienes practican esta tradición que mezcla la cultura popular con el nivel suntuario de adquisición, con lo cual se rompe el mito de lo artesanal como barato: hasta 7 mil pesos puede costar una de estas piezas de seda, que tienen la doble suavidad del tacto y la vista.
Un total de 41 reboceras y reboceros de ese pueblo de
San Luis Potosí, un estudio del antropólogo Alejandro Guzmán
como justificación académica, y una tradición renovada
de media década que alcanza fama mundial obtuvieron el Premio Nacional
en el área de artes y tradiciones populares.
La entrada del pueblo de Santa María del Río
da cuenta de una población sostenida por sus migrantes a Estados
Unidos. Abundan los lugares donde cobrar dinero, y las abejas, aunque Maximino
Ramos, representante del grupo, no sabe bien a bien por qué vuelan
tanto por el atrio de la parroquia de la Asunción, junto al Taller
Escuela Rebocería, que se fundó en 1953 a iniciativa gubernamental,
a fin de rescatar la tradición, justo cuando la modernidad apuntaba
a la frontera.
Dice Ramos que fue ''una intervención necesaria'', porque los dueños de la fábrica en la que actualmente se ubica el taller se negaban a revelar el complejo proceso que comienza con alrededor de 800 gramos de seda, de unos 2 mil pesos el kilo, según María del Carmen Dosal, de la Secretaría de Desarrollo Económico del estado. Porque es una actividad apoyada para su desarrollo.
Mientras don Maximino explica cómo se forman las seis madejas del segundo paso, otros cinco reboceros hacen alguno de los pasos iniciales, que ya en el nombre prometen poesía: devanar, urdir, pepenar, bolear, dibujar, amarrar. Hasta ahí se llega a cierta etapa que consiste en fabricar nudos, los cuales devendrán dibujos. La distancia entre un instrumento y otro se mide en días de elaboración.
Una bolsa de mariposa yace en el suelo, junto al lugar donde se someterán durante media hora los hilos con sus pequeños vacíos, con la leyenda ''colorante para teñir fibras naturales'', si bien en el razonamiento de los motivos del premio se señala: ''los tejedores han llevado a cabo investigaciones y experimentos acerca del uso de nuevos tintes, como los de la cochinilla de nogal y de añil, la granada, el huizache, el cempasúchil y la higuera''. Gajes de la retórica pública, que no demeritan la autenticidad práctica.
De regreso al taller, cuenta Maximino Ramos, viene otra cantidad de pasos, que pueden ser almidonado, emparejado, desatar esos vacíos que ahora son potencialmente un dibujo, apuntar, entreverar, y el paso mágico de poner en el telar.
Se quitan los nudos que ahora son puntos blancos en matemática combinación y que, al juntarse sus geometrías simples, contundentes, tienen una nueva y apretada existencia producto de meter un hilo, enredar, levantar con un madero y suturar la herida de aquella seda que prometía belleza.
No todos los participantes del premio pertenecen al centro en que se inicia el pase vistoso, la aparición. Algunas de las ganadores son de la asociación civil Reboceros Arfer, otro taller en el que en esos momentos José Rodríguez se encuentra en el amarrado de vacíos que serán dibujos, ajeno a la algarabía del premio. No todos saben a quién premiaron.
Al otro lado de la calle, que dividía el pueblo de arriba ?otomí? y el de abajo ?huachichil?, en otro centro de distribución, Gabriela Lanuza Carrasco se pregunta la razón por la cual mucha gente la ha felicitado, aunque ninguna de sus casi 100 representadas ?desde hace un año cinco meses? participó en la lista de 41.
''¿De qué se trata el premio?'', pregunta quien logró que de siete rebozos al mes se pasara a una producción de unos 100: ''porque ellas tejen en sus horas libres, cuando han dado de comer al marido y a los hijos, un promedio de cuatro diarios''.
El representante de los premiados es ajeno, sin embargo, a esas confusiones. Como Cecilio Duarte y Domingo González Ramírez, lleva casi desde la fundación del taller, a excepción de siete años que se salió, aunque nunca ha cruzado la frontera. Ramos señala: ''desde hace 10 años casi no salen alumnos de aquí'', aunque Dosal, de desarrollo económico, señala que la enseñanza se ha aplicado en los cursos que se dan, que son tres o cuatro al año, explica.
Joana Elizabeth, de 18 años, es una de las más jóvenes. Ella no está en la lista, aunque sí su hermanas Angélica y Ana María Ventura Salazar, que desde hace más de 10 años trabajan en el taller que ocupa a poco menos de medio centenar de personas.
En una de las paredes se puede leer: ''porque eres un discreto confidente en idílicos trances de mi gente, y en las horas románticas y bellas de las declaraciones amorosas, ocultas el rubor de las doncellas pueblerinas y sabes muchas cosas del 'te quiero' y 'te adoro', tantas, que con los dibujos complicados de tus flecos, se quedan enredados suspiros y miradas, besos que no son dados y palabras de amor no pronunciadas', con lo que queda ilustrada la acción femenina de morderse el rebozo.
Modelos de tipo nacional adornan el catálogo Diez maneras de lucirlos, cuyo concepto es más cercano al que actualmente tiene el rebozo de Santa María: turbante, cubrehombros, top, diadema, chalina, gargantilla, falda para la playa, en una resignificación estética, elegante y lujosa. De los 3 mil 600 pesos en que puede conseguirse un rebozo a precio de fábrica en el taller, 700 pesos son para el tejedor que invierte de 5 a 6 días de trabajo.
Santa María tuvo hace muchos años criadero de gusanos de seda, con los árboles de mora, cuando el pueblo estaba incomunicado. Una fábrica por el kilómetro 14 no ha podido lograr que la seda tenga el punto de torsión, por lo que se depende de China para esta producción nacional.
En el segundo piso del taller, Maximino Ramos presenta a doña Mónica Cruz y Sebastiana Rocha Salazar, quienes desde hace cinco décadas hacen una de las partes más llamativas, que es el empuntado. Se saben muchos, dicen, tejidos a mano que son como prestidigitaciones, pero tienen prisa porque hay desfile por la virgen de la Asunción, solamente aceptan, más por coquetería, que se les tomen unas fotos, sin deslumbrarse del premio, y hacen como que trabajan en la parte final de ese tesoro ajeno a su alcance, pero entrañable a su orgullo.